Artistas

30 años de Cruce de Caminos: reivindicando la figura de Arlen Roth

Si algún género musical ha sido despreciado de forma sistemática en el cine, posiblemente el blues es el que se lleva el gato al agua. A diferencia de estilos como el rock y el jazz (con sus variantes latinas incluidas), que han tenido grandes momentos en el cine, el blues ha pasado casi de puntillas. Es por eso que Crossroads (Cruce de caminos) de 1986 y que justo hoy cumple 30 años en su estreno, sea una de las películas a la que los aficionados de la música le tienen más cariño, y los guitarristas la consideran —por ciertas razones de peso— una película de culto. Sí, es cierto que algunas películas como Blues Brothers usaron la temática (más concretamente el R&B) como punto de partida, pero a ésta no podemos catalogarla como un referente del blues más allá de su simpática puesta en escena.

Crossroads fue dirigida por Walter Hill, un director "de oficio" con una carrera un tanto dispar como guionista y director entre las que destacan grandes películas de autor como "La Huida" y "El hombre de Mackintosh", o blockbusters del calibre de "Límite 48 horas" y "Calles de fuego", sin olvidarnos de una película de culto dentro del género pandillero, "Los amos de la noche" (The Warriors), claro que junto con algún que otro fiasco.

Hill firmará también para el recuerdo Cruce de Caminos, una película muy entretenida basada en las historias y leyendas del blues del Delta, cuna de las primeras formas de este arte. El guión corrió a cargo de John Fusco, un guionista que vista su filmografía parece que realmente tuvo un golpe de suerte al ser responsable posiblemente de la mejor película del citado Hill, para después no hacer nada relevante, salvando quizá las dos partes de "Arma Joven".

Antes de que sigas leyendo: si no has visto la película mejor que lo dejes aquí, porque sin duda este artículo contiene algunos spoilers. Y si no la has visto, eres muy afortunado, así que ¿a qué esperas para hacerlo?

Cruce de Caminos cuenta la historia de Eugene Martone, un chico prodigio de ascendencia italiana de Long Island que estudia música clásica. Martone está obsesionado a su vez por ser un auténtico bluesman y convertirse en la nueva reencarnación de Robert Johnson (ahí es nada). Con la certeza de haber encontrado en un asilo para ancianos a Willie "Blind Dog Fulton" Brown, uno de los pocos músicos aún vivos que tuvo contacto en el pasado con el guitarrista y que no parará hasta conseguir que este acceda a revelarle una canción de Johnson inédita con el fin de alcanzar la fama. Su encuentro con este personaje le brindará posiblemente la mayor aventura de su vida.

Crossroads es ante todo una película sobre la condición humana y el destino. Sí, es cierto que toma el blues y sus leyendas como punto de partida, pues ¿de qué leyendas dispone si no esa Nueva Inglaterra tras su conquista y más allá del género por antonomasia que es el western? Sin duda, la historia de individuos que forjaron su destino mediante el talento de la música en su forma más genuina es un lienzo demasiado goloso para dejarlo escapar. El título a su vez nos ofrece distintas lecturas además de un lugar en un mapa.


"From the craddle" o la credibilidad en el blues

Si hay algo determinante en la música es cómo esta se presenta y se vende ante el público. Nos pongamos como nos pongamos, dificílmente nos creeremos a una estrella del rock gótico que salga al escenario en bermudas y chanclas. Puede que sea divertido en algún momento puntual, y que unos pocos vean más allá de su puesta en escena, pero lo tiene bastante crudo. Crossroads utiliza esa premisa para que la película adquiera tintes homéricos. ¿Un chaval blanco de 17 años de música clásica que quiere ser la nueva estrella del blues? Vamos hombre...

Al profesor de música de Eugene no se le escapa que delante tiene a un prometedor instrumentista. Sin embargo, una conversación con él en privado será uno de los detonantes para que éste decida su nueva aventura, no sin antes advertirle de que su cuna está en otra parte, puesto que la música clásica requiere disciplina absoluta mientras "que la excelencia en la música primitiva es cultural y debes nacer con ella", según sus propias palabras. Sin duda, este es uno de los grandes estigmas a los que se enfrenta todo aquel que quiere profundizar en un arte que no le pertenece por su origen.

Y es ahí donde el título de Crossroads adquiere uno de los tantos sentidos de la película, puesto que Eugene se encuentra literalmente en una encrucijada muy compleja: ¿hace caso de su cabeza o de su corazón? (hemisferio izquierdo o derecho, para los más pragmáticos). Y lo más importante, pronto se dará cuenta que vive en una especie de limbo, puesto que en ninguno de los nuevos mundos que irá descubriendo cual Ulises en su viaje a Ítaca parece ser aceptado. Incluso el "supuesto" Willie Brown se ríe de su lugar de origen; ¿cómo un niño de mamá que no ha salido ni siquiera del dormitorio de un instituto puede entender el blues?.

Puede parecer extraño a día de hoy, pero músicos de la talla de Eric Clapton o Stevie Ray Vaughan tuvieron que luchar durante algunos años contra estos prejuicios entre algunos sectores más puristas, algo que sigue todavía vigente en algunos sectores. De hecho, no hay que ir muy lejos: ver a un japonés o un tipo de Ohio tocando flamenco sigue provocando cierto resquemor a más de uno. Sin embargo, Eugene no entiende dentro de su inocencia juvenil y su condición ninguno de estos conflictos; él no entiende de colores, sólo le mueve la música y quizá esa falta de prejuicios sea lo que permita seguir adelante ante todas las adversidades que se le irán presentando. Eugene sólo quiere que le acepten los que él considera suyos.

Uno de los tantos aciertos de la película es la forma en que nos plantea sin dramatismos artificiosos algunos de los problemas raciales de la sociedad americana (extrapolables a culturas de otros países). Crossroads nos muestra por ejemplo cómo una escuela de música (símbolo de la urbe) es más abierta a la multiculturalidad —formada principalmente por asiáticos y occidentales en la escena en la que Eugene mostrará sus habilidades con la guitarra clásica—. Sin embargo, cuando nos desplazamos a espacios rurales la cosa comienza a cambiar: vemos un local de música country en un lado de la calle y un bar de blues en lado opuesto, en el que blancos y negros no se mezclan bajo ningún concepto y de esa forma viven en paz y armonía.

También es un alegato a lo que ocurre cuando algunos alcanzan el poder —sin importar que hayan pertenecido por un largo tiempo en el lado de los oprimidos— y ni siquiera son capaces de velar por los suyos, como veremos en una escena de la que saldrán con las manos vacías, pero con todos los dientes en su sitio tragándose su propio orgullo. Es cierto que todas estas escenas no dejan de ser estereotipos habituales en el cine americano, pero también sabemos que forma parte de la Historia y no nos escandaliza en absoluto durante el visionado de la película.

Robert Johnson, el diablo y el vudú

Poco o nada sabemos de Robert Johnson aparte de ser uno de los primeros virtuosos modernos junto a Charlie Christian, más allá de tres fotos que se encontraron de él (una nueva apareció hace unos tres años y fue confirmada por un forense en 2015) y que dejó registradas 29 canciones con referencias en algunas de ellas al diablo y el blues —a veces sutiles y a veces no tanto—.

"Early this morning when you knocked upon my door. And I said hello Satan I believe it's time to go. Me and the Devil was walkin' side by side. And I'm going to beat my woman 'Til I get satisfied"

Su virtuosismo en el género dio pie a ciertas leyendas que lo relacionaban con la venta de su alma al maligno —aunque ciertas fuentes apuntan que en realidad esas leyendas son atribuidas a un bluesman nacido años antes que él y con el que comparte apellido, Tommy Johnson— en el cruce de caminos entre la actual autopista 61 y la 49, autopista que sin duda ha sido otro de los grandes referentes de la música popular. El hecho de que se desconozca el motivo de su muerte (se habla entre otras cosas de asesinato) y casi la totalidad de su vida desde que decidiera dedicarla al blues lo hace un personaje muy atractivo como detonante de la historia.

En casi todas las culturas existe el mito del pacto con una entidad superior (normalmente maligna) con el fin de acortar el camino al éxito. En la cultura occidental tenemos entre otros, además de los pasajes de tentaciones en La Biblia, el mito de Fausto (que se remonta al siglo XVI): en él se relata la historia de un erudito que cambia su alma por conocimiento ilimitado mediante un pacto con el diablo.

Los africanos, además del blues, también trajeron sus creencias religiosas consigo cuando fueron arrancados de su entorno natural, creencias que fueron evolucionando y mezclándose junto a conceptos de sus nuevos entornos, pero con el vudú como base. Es en esta religión donde unas entidades poderosas llamadas loas, serán las encargadas del bien y el mal. Si indagamos en esta cultura, el nombre de Legba -otro de los grandes protagonistas de la historia- es el puente entre loas y seres humanos.

La representación del cruce de caminos es otra de las grandes referencias culturales del vudú, pues es en ese lugar donde el barón Samedí —una entidad que representa a la muerte— espera a las almas de los muertos, aunque esta entidad forma parte del vudú caribeño y no del africano, y tal como se cita en algunas fuentes, fue un invento occidental con el fin de oprimir a los lugareños supersticiosos.

Esa es otra de la bazas de la película, ese juego constante entre posible realidad o ficción. Está claro que vemos parte del pasado a través de algunos fragmentos de la memoria de Willie Brown (siempre mediante escenas de color sepia), pero ¿quién nos dice que no son los recuerdos tergiversados de un pobre viejo supersticioso con el aliento de la muerte cada vez más cerca de su cogote?

De hecho, ese sea posiblemente el motivo del éxito de Lightning Boy Martone en su gesta: que él no cree en paparruchas ni magia; para él ese duelo final (del que hablaremos más adelante) es una cuestión de amor propio, de convertirse en ese bluesman que nadie es capaz de ver. No siente miedo porque no es consciente de lo que se juega. Por otra parte, el hecho de pretender alcanzar la fama a través de una canción inédita escrita por otro ¿no es otra manera de tomar el camino más fácil?

De la misma forma que en los supuestos opresores disfrazados de barón Samedí en las islas caribeñas, nunca sabremos si todo es un simple juego de sugestiones; todo queda a elección del espectador. No hemos visto nunca antes a Legba (anteriormente llamado Scratch) y su asistente aparece en los sueños o recuerdos de un anciano Willie Brown, y —permitidme el chascarrillo— visto el resultado en las carnes de un famoso presentador de concursos televisivo por el que parece que nunca pasan los años ¿quién dice que uno no puede permanecer siempre joven, al menos de forma aparente? ¿Es Legba un simple brujo vividor que toma ventaja de las supersticiones de su gente?

También vemos de nuevo el poder de la tradición oral y el poder de la superstición, pues aunque han pasado los años, incluso los nietos saben perfectamente dónde se encuentra ese lugar maldito en forma de encrucijada.

La guinda del pastel de este juego diabólico la pone la elección de la pieza musical fundamental de la película, el capricho nº 5 de Paganini, en una versión un tanto libre arreglada para guitarra. Y es que Paganini también era pasto de las malas lenguas, las cuales aseveravan que su virtuosismo se debía a un pacto con el diablo.

La figura paterna que todo bluesman quisiera tener

El peso de la película recae sobre un fantástico Joe Seneca en el papel de Willie Brown; de nuevo el guión toma prestado un personaje de leyenda. Willie Brown aparece en uno de los fragmentos de la canción "Crossroads", canción original de Robert Johnson —la cual vemos registrar al principio de la película por una representación suya en la pantalla—, que Clapton se encargaría de llevar al gran público convertida en uno de los iconos del blues rock a finales de los años 60 junto al supergrupo Cream.

"You can run, you can run, tell my friend-boy Willie Brown.
You can run, you can run, tell my friend-boy Willie Brown.
And I'm standing at the crossroads, believe I'm sinking down
"

Willie Brown pertenece a ese sector de población que ya ha recorrido la mayor parte de su camino en la vida: es alguien que espera sentado, al menos de forma aparente, a que venga a buscarle lo inevitable. Son los que están de vuelta de todo; aquellos que, si les diéramos la oportunidad de expresarse de vez en cuando —en lugar de lamentarnos o reírnos de su frágil apariencia—, nuestra perspectiva de la vida y la importancia de las cosas seguramente tomaría otro rumbo, pero que a su vez saben que cada uno de nosotros tiene que forjar su propia línea de la vida y saltar sus propios obstáculos.

Pero Willie sobre todo es un mago. Sabe todos los trucos para sacar partido de una buena historia y saca conejos de su chistera cuando las cosas se ponen feas, por no hablar de cómo hace desaparecer y aparecer el dinero según la conveniencia, y es ante todo un auténtico juglar con su armónica y el blues.

Y sin duda este es uno de los grandes enigmas de la película: ¿qué le lleva a arrastrar consigo un lastre de la talla de Eugene Martone? Porque analicemos la situación: ¿para qué narices lo necesita una vez abandona el asilo? En cierto momento de la historia, podemos llegar a pensar que necesita todo lo que puede sacar de Eugene para volver a Fullton Point, pero como se ha mencionado, su arte en la prestidigitación nos deja claro que el dinero no es el mayor de los problemas de este entrañable vejete. Claro que también es posible que ese dinero —que aparece en el momento más inesperado— llegue gracias a su prudencia al guardarse un buen pedazo ante la aparición de ese grupo de representantes de la ley algo corruptos; pero tiendo a pensar que Willie, como buen perro viejo, no sale de su casa sin dinero bajo ningún concepto aunque haga creer lo contrario.

A través de esos apuntes en tono sepia, podemos deducir que ese paleto miope que se dejó engañar en su juventud en el cruce de caminos y que regresa a su casa sin alma y sin dinero se ha convertido a base de años y palos en un tipo diametralmente opuesto. Quizá ve en Lightning Boy un reflejo de sí mismo a los 17 años, con todas sus ilusiones por delante, y no puede evitar tratar de ahorrarle unos cuantos disgustos.

Pero quizá el motivo sea lo más simple: sencillamente tiene miedo a enfrentarse solo a su destino final; ¿no es un anciano a su vez un niño asustado en su trayecto final? Porque si algo queda claro en la película en más de una ocasión es que no tiene ningún interés en que otro firme un pacto como el suyo —aunque esa decisión no le pertenezca— y el terror se apodera en su rostro sólo con mencionar cualquier referencia a él. Y también son reveladoras esas pesadillas, que deducimos recurrentes, que nos muestran ese miedo constante a la incerteza de cuando será el día que alguien se presente a reclamar ese alto precio pactado por sus posiblemente escasos momentos de gloria. O peor aún, terminar de forma drástica como su amigo Robert Johnson, quizá asesinado, como cuentan algunas de las leyendas sobre su persona.

A su vez Willie Brown le regalará a Lightning Boy la sabiduría de la carretera, donde se forjan los músicos de verdad, y para ello el muchacho tendrá que pasar hambre, frio, ganarse el pan y cómo no, descubrir la verdadera esencia del blues (y prácticamente de la inmensa mayoría de canciones de la cultura popular): el amor y el desamor. Sólo entonces entenderá de qué va esto del blues. Willie Brown se convierte en el padre que todo bluesman desearía tener —con guantazo paternal inesperado incluido—. Él será el responsable que Eugene "Lightning Boy" Martone se convierta en algo parecido a un bluesman sin usar el recurso fácil de apropiarse de un tema de otro para entrar en esa escena del blues que tanto anhela.

Tres caminos

No se puede hablar de un cruce de caminos sin una tercera vía. Es ese tercer camino, representado en forma de mujer (interpretado por Jamie Gertz en el papel de Frances) el que servirá como revulsivo no solo para que el film avance, sino para que los personajes saquen lo mejor de sí mismos. Es el que nos revelará que Eugene es un luchador, pero sus armas son la música y su guitarra, y no quiere saber nada de pistolas.

También nos enseñará que ese viejete que parece que no le teme a nada de lo que pertenece a este mundo y sin embargo tiembla al pensar en otros mundos distintos a este, no deja de ser un anciano perro ciego (como su sobrenombre indica) que mucho ladra pero en el fondo es más bueno que el pan. Ella también aprenderá alguna que otra lección gracias al mago de la armónica, pero a su vez, será la que dará la mayor lección a Eugene: para cumplir nuestros propios sueños debemos soltar lastre, por mucho que nos duela, y recorrer el camino en soledad: la soledad del bluesman.


Dejad paso al mañana

Otra de las grandes lecturas que nos ofrece la película es el implacable paso de la modernidad por encima de la antigüedad, y el mestizaje como forma de revitalizar un estilo. Curiosamente, ha de ser Willie Brown el que debe obligar a Eugene a que se "electrifique", y quien además le recrimina su herramienta actual por su aspecto de vieja, comprada sólo con el fin de imprimir cierta autenticidad de cara a la galería.

La película es una muestra de lo potente que puede ser una disciplina si se aplica la metodología estricta —en este caso la clásica— junto a la práctica desde nuestro "corazón" (para los pragmáticos, el lado derecho del cerebro o el que se encarga de la parte creativa), cosa que como hemos mencionado en alguna ocasión fue justamente lo que explotaron guitarristas como Joe Satriani o Steve Vai en esa época con la guitarra rock —curiosamente, dos músicos oriundos de Long Island y de ascendencia italiana, igual que el personaje principal de la película—. Como vemos, una película de lo más premonitoria en muchos aspectos.

Por otra parte, si Lightning Boy consigue salir airoso en su gesta, es en el momento en que usa dos estilos de música diametralmente opuestos y los mezcla, dando paso a algo fresco. Es justo ahí donde Willie Brown entiende que ya no puede enseñarle casi nada y es justo ahí donde sus caminos finalmente deben separarse. Además es también ahí donde le da un posible último gran consejo: si el Delta es la cuna del blues, Chicago es donde el blues brilló con luz propia y desarrolló su propio lenguaje, gracias en parte a que los músicos migraron precisamente del Delta buscando mejores oportunidades y nuevas posibilidades de expresión. No hay camino juntos, no hay un "Willie Brown & Lightning Boy together forever".

"Después de que te enseñe Chicago, estarás solo. Así no son las canciones, tú te irás sin mí. Toma la música de alguna parte. Tómala más allá de donde la encuentres, porque eso fue lo que hicimos".

Ry Cooder, Steve Vai y el ninguneo a Arlen Roth

He comentado que gran parte de la efectividad de la película reside en la mezcla de varias leyendas populares —que de la misma forma que el blues se han transmitido de forma oral a través de los tiempos—, pero a su vez también se encargó de forjar algunas leyendas propias. Entre ellas, uno de los sucesos más lamentables de la historia del cine y la música: la desacreditación de uno de sus principales artífices y pieza fundamental para que la película funcionara.

Y es que entre otras cosas Ralph Macchio, de la misma forma que no había dado una patada de karate en su vida antes de hacer Karate Kid, como mucho sabía poner un la menor en una guitarra. Es tradición de la magia del cine que si un actor no sabe hacer algo, disponga de un entrenador experto en la materia y gracias al tesón y al esfuerzo común consiga hacernos creer delante de las cámaras que sus virtudes sean casi una segunda naturaleza. Pues bien; ese papel recayó en uno de los grandes olvidados de la guitarra y alguien a quien le debemos más cosas que su intervención en las sombras en la película. Hablamos de Arlen Roth, uno de los mayores representantes de la guitarra de raíces americanas y artífice de uno de los legados más importantes de nuestra cultura: el sello Hot Licks, donde desfilaron algunos de los mejores guitarristas de la historia de todos los géneros como Eric Johnson, Danny Gatton, Marty Friedman, Joe Pass y Andy Summers, por citar unos pocos con el fin de divulgar su conocimiento, en una serie de vídeos con unos medios técnicos sin precedentes para la época.

En el año 1984 (cuando su nombre fue barajado para la película) su fama como maestro de maestros ya era legendaria y sus colaboraciones con músicos de alto nivel eran habituales. Además, por el género del que trataba la película, nadie dudaba de su elección, que ya había sido recomendada por el que sería director musical del proyecto, Ry Cooder. Cooder en aquella época era sin duda un referente de la guitarra slide y su trabajo en la película "París, Texas" le había dado un enorme reconocimiento mundial.

Macchio, en un gesto que lo dignifica, quiso aprender realmente a tocar la guitarra para el papel, pero Arlen —que además de profesor era un tipo de lo más realista— optó por persuadirle para que intentara representar lo más fielmente posible las partes que había compuesto para él, y que de hecho él mismo toca en el film, además de otras interpretadas por Ry Cooder y Bill Kanengiser (encargado de algunas partes de guitarra clásica en el film).

El propio Arlen cita en su web lo buen estudiante que fue Macchio, al que daba clases durante dos horas al día y cuatro días a la semana. Incluso resalta el hecho que el profesor de karate (se estaba preparando a la vez para Karate Kid 2) venía justo antes que él, dejando claro lo duro que trabajaba el actor.

Roth incluso explica que en más de una ocasión además de sus tareas como profesor de Macchio ¡se sentó en la silla del director para dirigir alguna escena que otra! Para ello contaba con el consentimiento del propio Hill, reconociendo que este entendía más lo que sucedía en las escenas en las que la música era la protagonista que el propio director..

Como en tantas ocasiones en el cine, el guión estaba abierto en el momento de rodar. Aunque se sabía el tipo de clímax que merecía la película, en principio no se tenían todos los elementos del final de forma clara (Walter Hill había ideado ese final como una especie de versión blues de Karate Kid). Se pensó en el propio Cooder en el papel de Jack Butler, el pupilo de Legba al que se enfrentaría Macchio, pero conforme avanzaba el proyecto los productores fueron cambiando de idea —aunque Cooder continuó como director musical del proyecto—.

Algunos de los nombres que se barajaron para el papel fueron los de Keith Richards, Stevie Ray Vaughan o Frank Zappa. Pero fueron abandonando la idea en favor del shred, un estilo cada vez más ascendente y que movía a un nuevo tipo de público. Quizá pensando en el rédito que supondría el hecho de alcanzar a distinto público a la vez fue como surgió el nombre de Steve Vai, uno de los guitarristas con el futuro más prometedor del planeta en aquel momento. Fue idea de Steve Vai incluir el capricho nº 5 de Paganini en una versión arreglada por él mismo, además de escribir toda la parte de guitarra shred para el film.

A pesar de que Vai no fue una elección que gustara de buen principio a Roth, pronto se hicieron grandes amigos —amistad que todavía hoy perdura—. Sus razones para desconfiar no eran en absoluto de índole personal; simplemente pensaba que el blues era un estilo intemporal y genuino y que podría perdurar mucho mejor que un estilo que ubicaba al film en una época concreta —además de que así es como figuraba en el guión original—. Aunque el resultado final fuera quizá mejor de lo esperado, es lógico que Roth se sintiera desplazado en un giro de proyecto inverosímil después de haber invertido tanto esfuerzo en su trabajo.

Además y por si fuera poco, Arlen tenía cierto cabreo después de que eliminaran una escena en la que participaba Shuggie Otis, fenomenal guitarrista de blues hijo de un renombrado productor y arreglista (de hecho, Johnny Otis es conocido como el abuelo de R&B). Tras días de rodaje, la escena fue descartada por la productora al no ver "políticamente correcto" que un músico blanco (Steve Vai) derrotara a un músico negro antes de enfrentarse a Lightning Boy. Entre todo este desaguisado, Arlen Roth, tras cinco meses de trabajo, no había ni siquiera firmado contrato con Columbia y este finalmente no se concretó. También fue retirada cualquier participación suya de los créditos. Sin embargo, Steve Vai siempre se ha encargado de reivindicar su figura fundamental en la realización de esta película y el propio Roth, a pesar de sus discrepancias, ha agradecido siempre la oportunidad que se le dio y la recuerda con gran alegría, además de una experiencia vital que le brindó nuevas y grandes oportunidades.

En una época en la que no teníamos los medios de difusión de los que disponemos ahora, fue tal la magnificación de Steve Vai tras su paso por la película que durante mucho tiempo (incluso a día de hoy en alguna que otra conversación entre guitarristas permanece esta idea) se hablaba de que Vai había sido también el que había enseñado a poner los dedos a Ralph Macchio, cosa que como vemos nada tiene que ver con la realidad.

La decepción de la banda sonora

La banda sonora oficial de Crossroads es un disco magnífico de blues. La gran mayoría de los temas fueron escritos por Ry Cooder, como se ha mencionado, pero —y es un gran pero— cuando uno compra una banda sonora espera en la mayoría de ocasiones que las canciones sean las mismas que ha visto en la película. Aunque gran parte de los temas sí que están, de forma decepcionante la escena más importante de la película no aparece en el disco, y algunos aficionados se sintieron algo estafados por ello. Más de un guitarrista tuvo que usar alguna grabadora casera con el fin de inmortalizar el momento en su copia en VHS y poder disfrutar y diseccionar este duelo intemporal sin romper el cabezal de su VCR.

Años más tarde (2002), Steve Vai remediaría el asunto al incluir la suite completa (aunque una versión algo distinta en la parte en la que Jack Butler hace su aparición), además de un tema inédito, en su disco recopilatorio de grabaciones para el cine y televisión "The Elusive Light and Sound, Vol. 1". Como curiosidad también citar que nueve años después de la película, usaría el riff de introducción en el duelo de guitarras como motivo para el tema Bad Horsie en su disco "Alien Love Secrets".

Sin duda, Crossroads es una de las películas que todo aficionado a la guitarra debería ver al menos una vez.

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