¿Sabemos lo que sabemos? El conocimiento implícito y el explícito en la enseñanza de guitarra
Cuando ya sabemos defendernos con un instrumento, nuestro cerebro y el resto de nuestro cuerpo ya han adquirido unas rutinas que podemos accionar a voluntad con mayor o menor precisión para ser capaces de tocar un repertorio en diferentes lugares y momentos o incluso llegar a improvisar combinaciones de notas, acordes y frases que no necesariamente hemos tocado con anterioridad.
Llega un punto en el que esto se adquiere con una naturalidad tal que es fácil olvidar los pequeños procesos y acontecimientos que nos han llevado a ello. Cuando en un contexto informal alguien con menos experiencia con el instrumento nos pregunta “¿cómo logras que te salga bien la cejilla?”, “¿cómo logras que te suenen todas las notas del ligado?” o “¿cómo consigues tocar esa canción así de rápido?”.
Si no somos profesores de guitarra y nunca hemos tenido que explicar técnicas que en nosotros son ya cotidianas, puede que pensemos fugazmente “pues no sé cómo lo hago”. Por intentar ayudar, es probable que le demos consejos generales, como practicar muy a menudo, trabajar con el metrónomo o aconsejarle que sea perseverante y tenga paciencia. Lo que se suele decir en estos casos.
Pero en realidad son consejos que se aplican al concepto general del aprendizaje de guitarra, y no tanto al aspecto concreto por el que se nos está preguntando. Por ejemplo, si le hacemos esa misma pregunta a un profesor de guitarra experimentado en mitad de una clase, es posible que su respuesta sea bastante más específica. Nos hablará de la perseverancia y la paciencia, por supuesto, pero seguramente nos dará un abanico de datos mucho más potentes: ¿Cuál es la posición de nuestra muñeca? ¿Qué cuerdas son las que realmente está presionando la cejilla y cuáles son responsabilidad del resto de dedos? ¿Cómo estamos poniendo el pulgar? ¿Cuál es el primer dedo que primero llega a su posición cuando pasamos de un acorde a otro?.
Se trata de detalles a los que un guitarrista que dedica el día a enseñar a otros acaba dando mucha importancia, como una parte elemental de su labor de transmitir información. Se trata de convertir la sensación “lo hago, pero no sé como lo hago” en “lo hago, y he estado estudiando durante años la forma de explicártelo”. Esto es, como veremos más adelante, convertir el aprendizaje implícito en algo más cercano a un aprendizaje explícito.
Antes de definir mejor esos dos conceptos, ¿podría resumirse lo que hemos expuesto en que hay personas buenas explicando y otras que no? Aunque obviamente ser bueno comunicando es algo que juega un papel, en este caso queremos hablaros de algo que va más allá de explicarse bien o mal: se trata de tener talento para sacar a la luz conocimientos de los que no somos conscientes, y documentarlos de forma que puedan ser comprendidos por aquellos que aún no los poseen.
¿Cuál es la diferencia entre los conocimientos explícitos y los implícitos?
La diferenciación entre estos dos tipos de conocimiento proviene de la psicología cognitiva (la parte de la psicología que estudia los procesos mentales de forma especializada), y sugiere que en nuestras actividades cotidianas, hay una parte del conocimiento del que somos plenamente conscientes y que podríamos llegar a transmitir verbalmente o por escrito sin tener que hacer un gran uso de nuestra imaginación, mientras que hay otra parte que tiene lugar sin que nosotros lo sepamos del todo.
La mejor manera de ver esta diferencia es con ejemplos: pensad en la habilidad “ir en bicicleta”. Podemos explicarle a alguien que nunca ha ido en bicicleta cuál es el mecanismo: con los pies giramos los pedales y eso hace que el vehículo avance, pudiendo controlar la dirección con el manillar y frenando al apretar los frenos. Si existiese un manual de instrucciones de una bici, más o menos contendría ese tipo de datos.
Esa información racional sobre el funcionamiento del aparato parece fácil de transmitir, y no solemos tener que insistir demasiado. Es la parte explícita, pero también hay una parte implícita: mantenemos el equilibrio, pero ¿cómo logramos eso?. Y lo que es más importante, ¿cómo explicamos lo que es mantener el equilibrio?. Cuando al principio no mantenemos el equilibrio en la bici, no suele haber un consejo que, de forma inmediata, nos haga adquirir esa habilidad. Por eso, en el manual no pondría “para mantener el equilibrio, siga los siguientes pasos”.
Por supuesto que podemos dar metáforas o ideas que inspiren un estado de mayor confianza que, de forma adicional, puedan contribuir, pero es la experiencia y las horas de práctica las que hacen que nuestro cuerpo “memorice” un conjunto de rutinas psicomotoras y sensaciones que más tarde será capaz de poner en marcha cada vez que subamos a una bici. Conducir coches, nadar, o tocar la guitarra tienen fenómenos parecidos.
En general, el aprendizaje psicomotor suele presentar esta caracteristica: no es fácil de transmitir de un individuo a otro. Y algo similar ocurre con el oído musical o la precisión rítmica. En la guitarra hay muchas situaciones que implican conocimiento difícil de transmitir. Un bending bien afinado implica que nuestros músculos saben donde parar de forma automática, incluso aunque no oigamos el resultado. Una cejilla bien ejecutada suele tener la fuerza justa y repartida de la manera adecuada por el mástil y solemos hacerla siempre con la misma postura una vez tras otra. Esta memoria psicomotora no la podemos “contagiar” ni “regalar” mágicamente al alumno. De igual modo, cuando un alumno no reconoce bien las alturas de las notas o no sabe cantar ni reconocer un tresillo volvemos a encontrarnos un tipo de aprendizaje que presenta partes muy abstractas.
¿Entonces no nos pueden "enseñar" esos conocimientos?
Dejando la mera práctica como algo obvio e imprescindible, nos preguntamos: ¿podemos hacer que esas sensaciones y subjetivas y difíciles de describir puedan volverse algo más concreto y más fácil de transmitir? ¿Podemos hacer que algo implícito lo sea un poco menos y convertirlo a algo más explícito?
Precisamente, una gran parte de la tarea de los profesores de música es esa, llevar esos contenidos a un plano más fácil de visualizar y proponer tareas para trabajar en ello. Algunos usan metáforas e imágenes mentales, y por supuesto, ejercicios. Podemos tratar de romper la idea de que la única parte del cuerpo importante son los dedos, y hacer notar a otros cómo su espalda, hombro codo y muñeca están totalmente implicados en el éxito a la hora de poner posturas con la mano.
Podemos proponer ejercicios en los que se tenga que medir la fuerza de nuestros músculos en cada tarea, como grabar bendings en cada una de las cuerdas con las orejas tapadas y oír luego el resultado. En materia de oído hay infinidad de juegos (incluso online) que hoy en día se pueden emplear para fortalecer esa noción y algo similar ocurre con el ritmo, con el que ya desde hace décadas los profesores inventan mil y una formas de hacerlos más comprensibles y manejables, y no sólo para los niños, también adultos.
En definitiva, cuando recibimos ayuda de un profesor de guitarra, nos enseña teoría, escalas, y todas esas cosas que sabemos que necesitamos, y esperamos recibir. Pero algo que también está haciendo es ayudarnos a hacer más "tangible" el conocimiento implícito. Tras hacer un ejercicio de instrospección y medir sus propias sensaciones al tocar, crean una batería de recursos para ayudarnos a distinguir con claridad sensaciones corporales (sean musculares, táctiles o auditivas) para las cuales no siempre hemos recibido un entrenamiento específico.