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Segundo día en Japón con Yamaha. Hoy nos empapamos de cultura japonesa —mercados, el Palacio Imperial, templos— antes de abandonar Tokio definitivamente esta noche a bordo del famoso "tren bala" con destino a Hamamatsu.
Día 2
Tsukiji, el mercado metropolitano de Tokio —uno de los más grandes del mundo—, es nuestro primer destino del día. Es una miniciudad comercial destinada a la venta directa de materia prima y productos alimentarios entre los que destaca claramente el pescado fresco. Nos encontramos con comerciantes que nos dan a probar bocados extraños, nos asaltan olores orgánicos y especiados, y a duras penas esquivamos los ciclomotores de reparto que surfean sus atestadas calles con evidente peligro.
Tsukiji es también un sitio en el que perderse y picotear toda clase de pinchos y raciones locales, así como tener la oportunidad de hacer la compra si lo que buscamos son esos ingredientes exóticos imprescindibles en la comida japonesa: frutas, especias, carne de buey, setas gigantes y toda clase de criaturas marinas —incluso pulpos enteros deshidratados y preparados de pez globo—.
Como curiosidad, varios puestos están decorados con animales disecados y expuestos de forma grotesca: vemos un cocodrilo de respetable tamaño, peces globo amenazadoramente hinchados, un águila, un oso panda, tortugas, un armadillo, etc.
Como nos ha entrado mucha hambre, Yoko nos indica que la hora de la comida se acerca, no sin antes parar unos minutos frente a las murallas del Palacio Imperial.
La fortificación, rodeada por un foso, es totalmente innacesible. Solo se abre dos veces al año, pero atisbamos parte del palacio y una de sus atalayas. El actual emperador de Japón no se dignó a aprobar la construcción del cercano distrito financiero, cuyos rascacielos se elevan desafiantes sobre el propio palacio y por lo tanto permiten a los hombres de negocios mirar por encima a tan honorable personalidad. Sin embargo, los edificios finalmente rodean la zona asentados sobre una propiedad privada: "business comes first", dice Yoko.
Nos dirigimos al complejo de Asakusa, que incluye una pagoda, varios arcos y un precioso templo rojizo atestado de turistas y devotos quemando una gran cantidad de incienso en un pozo destinado a tal fin. En el acceso principal se halla una gigantesca linterna tradicional japonesa de unas cuatro toneladas de peso.
Tras pasar por el último arco y purificar nuestras manos en una fuente sagrada coronada por dragones de bronce, nos abrimos paso entre la multitud por la galería comercial Nakamise, que incluye decenas de puestecitos con souvenirs, textiles, juguetes, dulces y artesanía típica. Al final de la galería nos espera Yoko —a la que ahora conoceréis— para instruirnos en el ritual gastronómico que nos espera en el restaurante Sansada: hemos de descalzarnos y sentarnos a una mesa baja para degustar una selección de tempura, sopa miso, arroz y unos curiosos aperitivos, entre los que destaca la medusa —que al principio confundimos con cebolla caramelizada—.
Somnolientos, nos desabrochamos el cinturón en el autobús de camino a la estación central de Tokio para coger el shinkansen Hikari número 479, más conocido como "tren bala", que circula a una velocidad similar a la del AVE español —unos 300 km/h—. Nuestro destino es la ciudad de Hamamatsu, histórica sede de Yamaha desde 1987, en la que sabemos nos esperarán sorpresas guitarreras mañana a primera hora.
Por el camino alcanzamos a fotografiar fugazmente el legendario monte Fuji, en cuya ladera se erguía el laboratorio de investigaciones fotónicas del doctor Kabuto y emergía el robot Mazinger Z.
Al llegar a Hamamatsu nos acoge hospitalariamente "Rocky" Azuma, nuestro anfitrión en las próximas 48 horas, que nos tiene preparada una cena tradicional de lujo en el restaurante Kisoji. De nuevo descalzos, contemplamos unas mesas bajas con vitrocerámicas Sanyo donde nosotros mismos pondremos a hervir un par de kilos de verduras frescas. Mientras nos sirven la deliciosa carne de buey cruda, finamente laminada, comprendemos la finalidad del shabu shabu: sumergimos durante unos segundos los trozos de carne y disfrutamos su sabor, absorbiendo la esencia y los matices de las verduras.
Brindamos con un sonoro "kampai" mientras sonrientes japonesas ataviadas con kimonos atienden cada detalle y crean una atmósfera inolvidable, que será coronada con el popular sake o licor de arroz. De nuevo sin postre, nos retiramos al hotel conscientes de que mañana empieza lo mejor.