La Estrella del Pop.
Los chicos le han cogido el gusto a las inocentadas complicadas y retorcidas, esto ya es un hecho; encima no puede enfadarse, al fin y al cabo fue él quien empezó con ello. Es por eso que, sin acabar de estar seguro si la llamada era una broma o no, ha acabado sentado a la una en punto en una mesa del restaurante del Hotel Ritz, en la plaza de La Vendôme de Paris.
No le han dado una mala mesa, pero a él le parece que las hay de mejores, de entrada todas las de la terraza, montada en el interior del invernadero adosado a la sala principal, una estructura de hierro y vidrio –grácil y voluminosa simultáneamente– que podría ser obra del mismo Eiffel. Una señorita hermosa e inflexible le ha negado antes una mesa allí, entre las palmeras y los arboles de la goma, aduciendo que era imposible, que estaban todas reservadas y a continuación con su gesto le transmitió de que debía considerarse afortunado con que le dejasen sentar su flaco culo en una mesa de la sala contigua. La Estrella del Pop es un alma sensible que se fuerza a dejar de mirar hacía el invernadero como un niño observa el escaparate de una pastelería y concentra o al menos intenta concentrar su atención en la puerta de entrada al restaurante, mientras juguetea con su copa, la segunda, ya casi vacía. Al menos el camarero no se ha presentado a preguntarle otra vez si deseaba la carta, parece que ha aceptado su explicación –primero en castellano y después en su torpe inglés– de que está esperando a más gente. Es lo mismo que le ha explicado a la chica de la entrada, la que ha parecido muy sorprendida del optimismo de él y sus amigos: quedar en la plaza de la Vendôme, en el Restaurante del Ritz, sin preocuparse de hacer una reserva y además querer una mesa en la terraza acristalada ¡que atrevimiento!.
De mesas en el invernadero, entonces como ahora, hay bastantes vacías. Si están reservadas, ¿cómo es que sus ocupantes no han aparecido todavía?, ¿por el mismo motivo qué la mujer de la editorial –si es que existe– no lo ha hecho? Aquí en París ya es bastante tarde para comer y aunque no lo fuera él tiene hambre. Está ligeramente bebido y tiene hambre. Tres minutos más y aceptará que se la han jugado y puede que acepte la carta del camarero y pida algo para comer. Ya arrostrara luego las burlas y los chincha rabiña de los chicos.
En una de las mesas de la terraza acristalada, sentado solo, hay un hombre, que también parece esperar, un setentón alto y fuerte vestido con tejanos y una camisa sencilla bajo un chaleco de plumón muy fino, su cara le ha parecido conocida desde que entró y con el aburrimiento su cabeza vuelve una y otra vez a hacerse la pregunta ¿quién es ese hombre?, ¿de que puedo conocer su cara? La respuesta le viene inesperada, ¿puede ser AO?, AO el magnate de la confección, el hombre que alguna vez ha sido considerado por Forbes el hombre más rico del mundo. Podría ser él o no, es una cara que solo ha visto en fotografías granuladas acompañando artículos en los diarios que ha leído en diagonal. El hombre parece cansarse de que le observe –ya le ha descubierto con la vista fija en él varias veces– y le devuelve una mirada pétrea que La Estrella del Pop no sabe interpretar. Quizás con ella le está diciendo que deje de mirarle ya. Puede comprender ese deseo. A él también le molesta cuando quién sea se le queda mirando con cara de bobalicón y la duda en la mirada. Más que molestarle le preocupa. Los fans saben quién eres, te piden un autógrafo, o se deshacen en risitas, te sientes cómodos porque crees saber que esperar de ellos. Los tipos que simplemente te miran –muchas veces, durante mucho rato– acojonan un poco, Uno siempre acaba pensando en John Lennon y no es que quiera ponerse a su altura. Fans, la Estrella del Pop a veces se ha sentido arrinconado, la línea entre la gratificación y el terror puro es muy fina, Bueno, aquí no se sentirá así, está en París, es un desconocido, no es Barcelona, ni siquiera Madrid, nadie se acercará a la mesa a pedirle hacerse una foto junto a él. Aunque sería estupendo, así se le bajarían los humos al posible AO, allí sentado en su trono de la mesa del invernadero. O no. El solo es un músico, un cantante, al que el mainstream considera tirando a underground y el underground, el Indy que se tiene por autentico, se niega a reconocer que existe.
Se está deprimiendo, como siempre que le baja el azúcar, ¿el alcohol no debería mantenerlo alto?, necesita comer. Necesita que mademosille –¿como se llamaba?– aparezca de una vez, o que quién lo haga sea la panda, riéndose de él y poder al fin pedir algo para comer.