De esta cantante nacida en la ciudad de Atenas.....Georgia, EEUU, no había oído ni siquiera hablar. Supuse lo mismo que cuando compré la entrada de los Crusaders: iba a escuchar jazz.
Esta vez quedamos en la entrada misma del Auditorio Alfredo Kraus, diez minutos antes de las 21.00 horas.
Al igual que la noche anterior, teníamos una vista excelente del escenario. Platea, fila 8, butaca 12.
Como se trataba del concierto de clausura del Festival, uno de los organizadores salió al escenario y se dirigió al público con lo típico en estos casos. Que si muchas gracias por la acogida, que si nuestro agradecimiento a las instituciones que bla, bla y sin cuya colaboración, bla, bla, bla. Que muchas gracias a todos los que habían bla, bla, bla, que disculpas por los errores cometidos que tal, cual, Manuel y Pascual y sin más, nos espetó, "con ustedes, Madeleine Peyroux".
Madeleine entró en el escenario junto a su banda, se colgó su Martin mientras el resto del grupo ocupaba su puesto y empezó el concierto.
La norteamericana me enganchó desde el primer tema, que fue una premonición de lo simplemente exquisito que iba a resultar el espectáculo. Su Martin sonaba al volumen preciso.
Madeleine venía acompañada por Darren Becket a la batería, -que por cierto, se presentó con traje de chaqueta y corbata-, Julian Coryell a la guitarra, Barak Mori al contrabajo y James Beard al piano.
¡Im-pre-sio-nante!
Escuchamos dixieland y escuchamos blues y también tuvimos la fortuna de escuchar versiones exquisitas, soberbias, rayando en lo sublime algunas, de temas famosos, como ocurrió con el "Everybody is talking" de Harry Nilsson, cuya estructura rítmica, armónica y vocal, fue totalmente transformada en otra diferente por Madeleine, convirtiéndolo en una pieza bellísima, nueva, con otros arreglos, otra cadencia, otro tempo, totalmente alejado de la melodía original y que hizo estallar en aplausos y bravos a un respetable, que por entonces ya estaba entregado. No creo que vuelva a escuchar la versión de Nilsson nunca más.
Madeleine tocaba la guitarra y cantaba a la vez con comodidad y soltura. Modulaba a la perfección, cambiaba de registro con facilidad y mostraba una versatilidad vocal asombrosa. En unos algunos momentos parecía estar oyendo a Billie Holiday y en otros a Sara Vaughan. En ocasiones, registros profundamente jazzeros, para canciones interpretadas en francés, que te transportaban a tiempos en los que París era el paraíso del jazz, allá en los años posteriores a la primera guerra mundial y por otro, temas en los que Madeleine, con su guitarra, acompañada sólo del contrabajista, cargaba la sala con una cálida, densa y deliciosa atmósfera de intimismo, de pasión, de lirismo puro y sin adulterar, que dio lugar a que, lo que en principio parecía ser sólo un buen concierto de jazz, ascendiese varios peldaños en el escalafón, para convertirse en un espectáculo sublime con un delicado bouquet.
Julian Coryell...... ¡soberbio! Apareció con una Gibson ES175 sencillamente preciosa. En cuanto rasgó por primera vez las cuerdas,....... me derretí en el sillón. Aquella guitarra sonaba como tiene que sonar una guitarra para mí, ni más, ni menos. El ampli no estaba a la vista y me atrevería a asegurar que, salvo un pedal de volumen, no usaba ningún otro efecto. Al contrario que el guitarrista de los Crusaders, Coryell estuvo todo el tiempo jugando con las cuerdas graves, haciendo rebosar el auditorio del sonido gordo, mate, creamy como dicen algunos yanquis, que sólo una Gibson como ésta es capaz de ofrecer, soleando en las agudas sólo muy de vez en cuando y realizando un notable despliegue técnico, al que unía un fraseo brillante, fresco, cargado de matices, con el que nos conquistó a todos.
La sección rítmica, también sobresaliente. Muy compenetrada. El batería, Darren Becket, que parecía sacado de un comic, perfectamente trajeado y repeinado, ofreció una técnica original, con una expresión y sensibilidad llena de detalles, pero sin alardes, sin estridencias, quiero decir, no había nada de artificio en la ejecución. El contrabajista compartía estas características por igual y ofreció el mejor ejemplo de esa simplicidad hecha belleza, que destilaba Madeleine Peyroux y su grupo. Barak Mori, ejecutó el sólo de contrabajo más simple, sobrio y exento de todo adorno que he oído en mi vida, pero a la vez uno de los más delicados, intensos y profundos que he escuchado jamás.
James Beard al piano, iexcelente! Todos solearon con sus instrumentos, pero Beard fue el que más ocasiones tuvo de hacerlo y desde luego que valió la pena. Sobre el escenario había dispuesto un Steinway and Sons y un órgano con toda la pinta de ser un Hammond de los de antes. Al menos sonaba igual. Creo que Beard fue el que recibió los aplausos más intensos al final del concierto. Y es que, evidentemente, era el responsable de una parte importante de esa atmósfera que crean Madeleine y los suyos en directo. A veces me recordaba al sonido envolvente, sutil, tenue, característico de Lyle Mays, pianista de Pat Metheny durante años. Al igual que sus compañeros, la exquisita simplicidad y sensibilidad en la ejecución era otra de las notas identificatorias de Beard, que atacó con gran expresividad los distintos temas que interpretaron. La sonoridad del Steinway, por otro lado,.......¡no era de este mundo!
El grupo continuó con más y más temas, hasta que llegamos al final tras casi dos horas de espectáculo.
El público en el Auditorio permanecía en estado de shock. Madeleine Peyroux había conseguido poner en pié a bastantes de nosotros, ya durante el concierto, pero al final, antes de que saliera de nuevo para los bises, -que fueron dos o tres- el auditorio Alfredo Kraus se vino abajo. Bravos a mansalva y aplausos a raudales.
¡Qué magnífica sensación cuando salí de allí!
La verdad es que había algunos rumores de que el cartel de este año no era muy allá, que era algo flojillo. A una persona muy cercana que se ha currado la mayoría de los conciertos del Festival, le comenté: "A nosotros, esta edición del Festival de Jazz nos la han salvado dos mujeres, ¿no te parece?". Me miró y me dijo, "¡sin duda alguna! Esperanza Spalding y Madeleine Peyroux"