Muestra gratuita sin valor comercial alguno

pacodetorres
por el 31/01/2025
Me atrevo a publicar un trozo del tercer capitulo de la novelucha que estoy publicando por entregas en el blog dedicado que cuelga a partir de esta dirección, porque básicamente es una declaración de amor a mi Casino. Saludos.

3

–¡Ocho tumores, ocho!

Afirma el tipo mientras me enseña una larga cicatriz curvada en su costado, una sonrisa de bordes prominentes e interior rojo oscuro; casi violeta. No sé si intenta impresionarme. Vale, es una señora cicatriz, pero su misma existencia refleja algún tipo de solución, ¿no? Todos tenemos cicatrices, algunas cosméticas y todo. Yo si tuviera una no se la enseñaría a un tipo que hace diez minutos que acabo de conocer, aunque igual pienso esto porque no acaban de abrirme en canal en un quirófano.

–Ahora me lo tomo todo con más calma, ¡más de sano! –continúa.

No hago más que asentir. No sé qué decirle. Pienso varias respuestas, ¡te fue por los pelos!, mis mejores deseos, ¡tío, me das yu yu! Pero no me suenan bien ni en el interior de mi cabeza. O sea que continúo asintiendo a sus exclamaciones, hasta que considero que no es maleducado volver a prestarle la atención a la guitarra.

Volver a prestarle atención a la guitarra, hace unos pocos años que lo hago. Con quince años conseguí una y estuve una temporada atormentando a todo el mundo. Intentaba aprender a tocar solo. No funcionó. Decidí que si no era capaz de hacerlo así, es que en realidad no valía para ello. Además, solo había que mirarme, no tenía pinta para nada de guitarrista. Solo de chaval desconcertado.

La guitarra que descansa sobre mi muslo derecho es una Epiphone Casino Tobacco Sunburst. La fecha de fabricación es de hace cinco años, pero parece tener poco uso.

–No la has tocado mucho –es evidente, se lo digo sobre todo por intentar apartar la conversación del tema médico.

–No. La compré con ilusión y luego descubrí que me molestaba, esta chica tiene la cadera ancha y no conseguía ponerla en posición; casi siempre toco sentado. Esta guitarra me salvó la vida, fue por ella que palpé los bultos. ¡Ocho!

Nunca sé qué decir en estas situaciones. La enfermedad, la muerte, la desgracia parecen quitarle todo el peso a las palabras. Todo me suena fatuo, sin sustancia. Opto por callarme, concentrarme en la compra. Olvidar la gran cicatriz y todas sus confirmaciones.

La guitarra está fabricada en China, Epiphone anteriormente fabricaba el modelo en Corea y en algún pasado mítico en USA, aunque de esas solo las he visto en foto. Me pide aproximadamente la mitad de su precio nueva. Es un buen precio, con ese precio, si no te haces a la guitarra, puedes conseguir una reventa rápida con poco o nada de perdida. No es el caso. Yo casi todas me las quedo. Me miento a mí mismo diciendo que son una inversión –no es tan raro, los instrumentos musicales son de las pocas cosas que suben de precio con el tiempo–, cuando son una colección. Me gusta la Casino. Quiero una.

–No sé por qué se queja la gente de la Seguridad Social. Yo no tengo ninguna queja. Me trataron estupendamente: ¡estoy vivo!

Ríe, no es para menos, me uno a la risa tímidamente hasta que yo callo y él comienza a explicarme las ventajas e inconvenientes de las grapas contra el hilo de sutura. No exactamente, pero al final es eso lo que está diciendo. La conversación continúa poniéndome nervioso. No sé cuál era, o es, su enfermedad, me pregunto si será contagiosa. Por un momento pienso en preguntárselo. ¡Oye, tío! ¿qué decías qué tenías?, ¿eso es contagioso? Me siento culpable por pensarlo. ¿Por dónde iba? Me gusta la Casino. Quiero una. Me prestaron una durante un tiempo, cuando la tuve que devolver se me rompió el corazón, no se me ocurre ningún otro motivo por el que no corrí a comprarme otra inmediatamente.

Los polos de la pastilla del puente están muy roscados, muy hundidos en la bobina, bajo el nivel de la tapa de la pastilla. Es un truco habitual si quieres intentar evitar distorsiones, Más que distorsión un empastado del sonido a alto volumen que precede a la realimentación. Este empastado a mí me parece el carácter principal de la guitarra, su voz más personal, no lo veo como un inconveniente, solo la ola que has de cabalgar.

Taño las cuerdas. Tengo los dedos viejos, tardan en calentarse, en funcionar. Nunca seré un buen guitarrista. Aun así, ella me responde. La Casino es de caja hueca, tiene un tono agradable, aun apagada. Intento ignorar el monólogo médico y pellizco cadencias y rasgo acordes de quinta, y al final me arranco con un blues sencillo y sentido.

–¡Eh! Sabes tocar la guitarra.

Para mí también continúa siendo una sorpresa. Una hora después, con la guitarra sujeta en la moto –he conseguido que por cuatro pelas más incluyese en el precio una bolsa acolchada bastante competente– me doy cuenta de que no la he probado enchufada. No es preocupante, soy bastante friki con la electrónica y los problemas eléctricos de una guitarra siempre son sencillos. Vamos, que nunca tienes que decidir en segundos si cortar el cable rojo o el azul. Pero, aun así, ¿Cómo me ha podido pasar? ¿Tanto me afectó la cicatriz? ¿Quería tanto una Casino que iba a comprarla de todas maneras? ¿Voy demasiado colocado?
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