¿Dónde están tus quince minutos?
¿Quince minutos de qué?, ¿qué está diciendo el tipo este?
¿Tendré que explicártelo? Vale, allá voy. El gran Andy, como si no lo supieras, proclamó que algún día en el futuro –o sea ahora–, todos seríamos famosos al menos durante quince minutos. Lo has oído decir ¿no? Deja de arrugar la nariz y ahora suponte por un momento que esto sea verdad ¿no se te ocurre preguntarte dónde andarán los tuyos? Sí, tus –al menos– quince minutos?
¿No? ¿Dices que tú nunca, ni por un segundo, has deseado ser famoso, admirado, una estrella?; ¿nunca? Seguro, tú eres feliz ahí en Villa Chica dejando pasar los días. No puedo criticarlo, igual es lo mejor que se puede hacer.
Yo sí que lo he deseado, a veces con más y otras con menos intensidad y hasta se podría decir que lo conseguí: he sido famoso –también más o menos– en diferentes momentos de mi vida. Lo que me preocupa es que a veces siento que no valió la pena, porque para conseguirlo, parece que tuve que traicionarme a mí mismo, renunciar a quien pudiera haber sido, alguna cosa por el estilo. O peor aún, a veces me da por pensar que esa mierda de sacrificios que hice puede que tuvieran muy poco que ver con el resultado final, que en realidad todo estuviera ya escrito, que fuera algo de lo que no podía escapar.
¿No entiendes por dónde voy? ¿Le doy demasiadas vueltas?,es fácil: todo se resume en una pregunta: ¿es importante la forma en que se consigue el éxito? Yo no tengo una respuesta clara. No sé si es lo mismo que lo consigas por tu propia valía o por estar casualmente donde se debe estar. Si te olvidas de la moralina tienes que tragar con que el éxito lo concede el público y este no es capaz de distinguir esos matices. Calentarme la cabeza con estas historias me da mal rollo, acabo diciéndome que mejor fuera no haber probado el sabor de la fama, que mejor olvidarlo, dejarlo estar. Y eso hago, hasta que otro día, otro mes, otro año, de golpe me encuentro añorando los focos y al rato preguntándome otra vez por la honestidad de los hechos que me llevaron a estar bajo ellos.
¿Entiendes que alguien pueda desear algo y a la vez rechazarlo?, si no tampoco voy a explicártelo. Lo que te puedo asegurar, volviendo al bueno de Andy, es que quince minutos no son gran cosa –tampoco, si me aprietas, cuarenta y cinco, ni noventa minutos–, en mis días malos te robaría los tuyos sin dudarlo, si supiera donde están.
¿A qué viene esa cara? ¿Te resbala mi opinión? A lo mejor ni siquiera me crees, puede que lo que digo te suene a un calvo hablando de la melena que nunca tuvo. Te lo demostraré –que he sido famoso, que quince minutos no son gran cosa–, pero solo porque tengo mucho tiempo libre y una conexión de alta velocidad o como coño la llamen ahora. Busquemos mi nombre en internet.
El robot que a todos nos vigila, sin que a nadie parezca importarle demasiado, asegura que no existo. En serio, coincidencias cero; cero patatero, ¿esperabas algún otro resultado?, yo no, no me llama nadie por mi nombre –excepto el banco, la seguridad social y para ya de contar–, por eso no es algo que me extrañe; mejor le pregunto a la red por Gordo –así es como se me conoce–. Esta se lo piensa un segundo y sucede lo contrario y a la vez lo mismo, salen tantas coincidencias que es imposible diferenciar alguna que se refiera específicamente a mí. El buscador lo sabe y se queja, para ponérselo más fácil sigo sus instrucciones e intento hacer la pregunta más precisa y añado el nombre del grupo, ¿qué grupo?, ¿no lo sabes? ¿Realmente no sabes quién soy yo?, me extraña, todo aquel que se acerca a darme charla, siempre es porque tal canción u otra marcó su aburrida juventud. ¿No es tu caso?, vale, me creeré que has quedado fascinado por mi estampa y me limitaré a reenvíar la pregunta. Fijate: ahora sí, encuentra mi nombre, mejor dicho, mi apodo, 4.480 veces. ¿Son pocas o muchas? Ni idea. ¿Cuántas apareces tú?, ¿te pica la curiosidad?, lo entiendo, pero dejémoslo para luego, ahora concéntremosnos en qué se dice de mí. Echa un vistazo por encima a la veintena de los primeros enlaces, todos parecen corta y pega unos de otros, a poco que te esfuerces descubres rápido cuál es la fuente original. Decidido, todos beben de una pseudo enciclopedia en línea de la música popular de nuestro país. Es ahí, en una de sus entradas, donde me lista, en último lugar, junto a los demás chicos del grupo. Clico el enlace y el navegador me sirve una página en que una entrada presenta al grupo como el germen posterior de las carreras de Púas y Javier. Yo solo soy un nombre y un instrumento: segunda guitarra.
¿Qué coño es una segunda guitarra? Sé que hay primeros y segundos violines, siempre he pensado que era porque debe ser difícil, con un puente tan redondeado, pasar el arco por más de dos cuerdas a la vez y claro, si necesitas un Fa Mayor Séptima con un solo violín no lo puedes conseguir, te hacen falta cuatro notas para un Fa Mayor Séptima ¿no? Debo estar diciendo estupideces, seguro. Será que unos y otros cantan una melodía diferente, los primeros la principal y los segundos una armónica. Podría mirarlo en vez de perder el tiempo comprobando que definitivamente no soy famoso o sí lo fui, pero muy poco –quince putos minutos, dos o tres veces–, pero ¡mierda!, desde mi ignorancia te aseguro que no existe la segunda guitarra. Puedes creerte que el solista es la guitarra principal hasta que escuchas su pista en solitario y has de reconocer que va a hombros del grupo y sin él no es más que otro enano chillón. Porque eso es una banda: unos cuantos enanos que simulan ser un gigante. Esto ha sonado bien, tendría que apuntarlo, si no se me olvidará y no podré utilizarlo en las entrevistas que nunca me harán.
En la página hay un par de fotos que me llaman la atención, una de la portada del único sencillo, portada que yo dibujé, aunque no lo menciona –y mejor, ahora mirándola me da un poco de repelús–, y una foto muy saturada de color de, se supone, nosotros, pero no podría jurarlo.
Ahora para poner en medida mi insignificancia busco el nombre del grupo, tal cual, sin ir acompañado del mío, resultado: más de ocho mil entradas, luego busco a Púas y me salen cuatro millones. Eso no es nada; Javier nos gana con más de setenta y tres millones de entradas, una victoria memorable teniendo en cuenta que está muerto, muerto y enterrado hace la tira. Creo que esto demuestra algo –además de que he sido famoso y tal–, lo que no sé es el qué.
Cuando estoy a punto de dejarlo un enlace me lleva a un vídeo. Posiblemente el único vídeo del grupo al completo que exista –créetelo entonces los móviles no llevaban cámara, ni siquiera existían móviles–. Es una actuación en directo, debe ser en un festival en la costa catalana; la segunda edición de un festival, que resultó un desastre. No tengo idea quién lo pudo grabar, como te digo entonces tampoco existían teles locales, ni nada por el estilo. Está filmado con dos cámaras y montado de puta pena. El director, el realizador, como quieras llamarlo se relame casi todo el rato con Javier y Púas, que juegan a ser estrellas actuando delante de miles de fans –aunque el par de veces que se enfoca al público se ve que está formado por cuatro mataos delante y gente que va a sus cosas chapoteando entre los charcos–. También parece encontrar fotogénico a Parches y sus ataques a la caja. Yo solo salgo en los planos generales y desenfocado. Nadie reconocería al muchachito gordo que allí al fondo construye la puta progresión de acordes de Pajas Mentales.
Pajas... hay mucho de mí en esa canción, pero no lo puedo dudar, mis primeros quince minutos me los dio Bésame. Fue con ella con la que probé el sabor de la fama.
Bésame entró en las listas tarde, de rebote y mató al grupo. Para la historia ha quedado como la primera gran canción de Javier, aunque, que yo recuerde, solo trajo tres líneas y dos acordes mayores. Púas le metió un par de versos más con calzador y entonces a mí me salió del tirón la segunda estrofa, el puente y lo que sería la progresión definitiva. La tercera estrofa la hicimos entre todos y los insultos del fade final –los zorrrrrrra, zorrrrrrra–, son de Parches, hoy en día no se podría acabar una canción así. Con Pajas paso algo parecido, pero quedaron en el Registro como que era de Javier y Púas. Siempre pensé que eran tan mías como de ellos, pero nunca lo comenté. Hasta cuando se vio que aquello funcionaba yo..., bueno, en aquellos momentos estaba tan contento de que me dejaran tocar con ellos que nunca protesté.
Nunca protesté porque reconozcámoslo, soy sin duda el peor guitarrista que se ha subido a un escenario. Como músico..., como músico no tengo condiciones. Si lo pienso fríamente no tengo condiciones para nada, vamos, que nunca he descubierto nada que se me diera excepcionalmente bien, o bien a secas. Excepto mover peso sin esfuerzo.
Esto jamás me ha detenido, el no tener condiciones para algo, digo, basta con que en la biblioteca haya un libro –hoy en día en internet un tutorial– y yo tiempo para que me sumerja en el aprendizaje de algo complicado y básicamente inútil. Con el tiempo he comprendido que es una forma de huir del mundo y de mí mismo. No creo que sea muy diferente a tomar cualquier otra droga.
Lo dicho, de condiciones para músico pocas, ninguna; tozudez para regalar. Ellos, Javier, Púas, Parches eran otra historia. Parches mismo, le he visto enloquecer hasta caerse del taburete y para nada perder el ritmo, Púas nunca apuntaba nada, le tocabas una progresión y ya nunca la olvidaba –yo siempre he ido cargado de papeles, de notas, al ensayo–. Javier... dejemos a Javier. Pasé mucho tiempo diciéndome que no les envidiaba, ni su oído, ni su facilidad para hacer, para entender el lenguaje musical, convenciéndome de que con trabajo podría alcanzarlos, aprender de ellos, que solo tenía que esforzarme un poco más. Resumiendo, nunca he sido muy listo, pero parece que sí muy cabezota. Tanto que parece conseguí ser famoso quince minutos.
Te diré algo más, se me ocurre que tus quince minutos todavía están corriendo por ahí, esos en los que dices no creer ni necesitar, no son algo inalcanzable, un mito, algo que alguien vio una vez, realmente existen; puedes alcanzarlos o ellos alcanzarte a ti. Sí, definitivamente no es algo que recibas únicamente por tu propia valía; puede ser como que te caiga un rayo; levantas la cabeza y allí están los objetivos de las cámaras pendientes de ti, parpadeas y han desaparecido. Lo malo es que, repito: solo quince minutos no valen la pena; no es que dejen un regusto amargo, es que por comparación dejan sin sabor a la vida. Nada vuelve a ser lo mismo nunca.
Yo me engaño diciéndome que ya no tengo problemas con esto, que ya he conseguido que me parezcan algo que soñé o que me contaron que le pasó a otra persona, últimamente hasta me lo creo, ayuda que la vida no se detiene, siempre está dispuesta a entretenerte con nuevos problemas. Y es a eso a lo que vamos.
¿Quince minutos de qué?, ¿qué está diciendo el tipo este?
¿Tendré que explicártelo? Vale, allá voy. El gran Andy, como si no lo supieras, proclamó que algún día en el futuro –o sea ahora–, todos seríamos famosos al menos durante quince minutos. Lo has oído decir ¿no? Deja de arrugar la nariz y ahora suponte por un momento que esto sea verdad ¿no se te ocurre preguntarte dónde andarán los tuyos? Sí, tus –al menos– quince minutos?
¿No? ¿Dices que tú nunca, ni por un segundo, has deseado ser famoso, admirado, una estrella?; ¿nunca? Seguro, tú eres feliz ahí en Villa Chica dejando pasar los días. No puedo criticarlo, igual es lo mejor que se puede hacer.
Yo sí que lo he deseado, a veces con más y otras con menos intensidad y hasta se podría decir que lo conseguí: he sido famoso –también más o menos– en diferentes momentos de mi vida. Lo que me preocupa es que a veces siento que no valió la pena, porque para conseguirlo, parece que tuve que traicionarme a mí mismo, renunciar a quien pudiera haber sido, alguna cosa por el estilo. O peor aún, a veces me da por pensar que esa mierda de sacrificios que hice puede que tuvieran muy poco que ver con el resultado final, que en realidad todo estuviera ya escrito, que fuera algo de lo que no podía escapar.
¿No entiendes por dónde voy? ¿Le doy demasiadas vueltas?,es fácil: todo se resume en una pregunta: ¿es importante la forma en que se consigue el éxito? Yo no tengo una respuesta clara. No sé si es lo mismo que lo consigas por tu propia valía o por estar casualmente donde se debe estar. Si te olvidas de la moralina tienes que tragar con que el éxito lo concede el público y este no es capaz de distinguir esos matices. Calentarme la cabeza con estas historias me da mal rollo, acabo diciéndome que mejor fuera no haber probado el sabor de la fama, que mejor olvidarlo, dejarlo estar. Y eso hago, hasta que otro día, otro mes, otro año, de golpe me encuentro añorando los focos y al rato preguntándome otra vez por la honestidad de los hechos que me llevaron a estar bajo ellos.
¿Entiendes que alguien pueda desear algo y a la vez rechazarlo?, si no tampoco voy a explicártelo. Lo que te puedo asegurar, volviendo al bueno de Andy, es que quince minutos no son gran cosa –tampoco, si me aprietas, cuarenta y cinco, ni noventa minutos–, en mis días malos te robaría los tuyos sin dudarlo, si supiera donde están.
¿A qué viene esa cara? ¿Te resbala mi opinión? A lo mejor ni siquiera me crees, puede que lo que digo te suene a un calvo hablando de la melena que nunca tuvo. Te lo demostraré –que he sido famoso, que quince minutos no son gran cosa–, pero solo porque tengo mucho tiempo libre y una conexión de alta velocidad o como coño la llamen ahora. Busquemos mi nombre en internet.
El robot que a todos nos vigila, sin que a nadie parezca importarle demasiado, asegura que no existo. En serio, coincidencias cero; cero patatero, ¿esperabas algún otro resultado?, yo no, no me llama nadie por mi nombre –excepto el banco, la seguridad social y para ya de contar–, por eso no es algo que me extrañe; mejor le pregunto a la red por Gordo –así es como se me conoce–. Esta se lo piensa un segundo y sucede lo contrario y a la vez lo mismo, salen tantas coincidencias que es imposible diferenciar alguna que se refiera específicamente a mí. El buscador lo sabe y se queja, para ponérselo más fácil sigo sus instrucciones e intento hacer la pregunta más precisa y añado el nombre del grupo, ¿qué grupo?, ¿no lo sabes? ¿Realmente no sabes quién soy yo?, me extraña, todo aquel que se acerca a darme charla, siempre es porque tal canción u otra marcó su aburrida juventud. ¿No es tu caso?, vale, me creeré que has quedado fascinado por mi estampa y me limitaré a reenvíar la pregunta. Fijate: ahora sí, encuentra mi nombre, mejor dicho, mi apodo, 4.480 veces. ¿Son pocas o muchas? Ni idea. ¿Cuántas apareces tú?, ¿te pica la curiosidad?, lo entiendo, pero dejémoslo para luego, ahora concéntremosnos en qué se dice de mí. Echa un vistazo por encima a la veintena de los primeros enlaces, todos parecen corta y pega unos de otros, a poco que te esfuerces descubres rápido cuál es la fuente original. Decidido, todos beben de una pseudo enciclopedia en línea de la música popular de nuestro país. Es ahí, en una de sus entradas, donde me lista, en último lugar, junto a los demás chicos del grupo. Clico el enlace y el navegador me sirve una página en que una entrada presenta al grupo como el germen posterior de las carreras de Púas y Javier. Yo solo soy un nombre y un instrumento: segunda guitarra.
¿Qué coño es una segunda guitarra? Sé que hay primeros y segundos violines, siempre he pensado que era porque debe ser difícil, con un puente tan redondeado, pasar el arco por más de dos cuerdas a la vez y claro, si necesitas un Fa Mayor Séptima con un solo violín no lo puedes conseguir, te hacen falta cuatro notas para un Fa Mayor Séptima ¿no? Debo estar diciendo estupideces, seguro. Será que unos y otros cantan una melodía diferente, los primeros la principal y los segundos una armónica. Podría mirarlo en vez de perder el tiempo comprobando que definitivamente no soy famoso o sí lo fui, pero muy poco –quince putos minutos, dos o tres veces–, pero ¡mierda!, desde mi ignorancia te aseguro que no existe la segunda guitarra. Puedes creerte que el solista es la guitarra principal hasta que escuchas su pista en solitario y has de reconocer que va a hombros del grupo y sin él no es más que otro enano chillón. Porque eso es una banda: unos cuantos enanos que simulan ser un gigante. Esto ha sonado bien, tendría que apuntarlo, si no se me olvidará y no podré utilizarlo en las entrevistas que nunca me harán.
En la página hay un par de fotos que me llaman la atención, una de la portada del único sencillo, portada que yo dibujé, aunque no lo menciona –y mejor, ahora mirándola me da un poco de repelús–, y una foto muy saturada de color de, se supone, nosotros, pero no podría jurarlo.
Ahora para poner en medida mi insignificancia busco el nombre del grupo, tal cual, sin ir acompañado del mío, resultado: más de ocho mil entradas, luego busco a Púas y me salen cuatro millones. Eso no es nada; Javier nos gana con más de setenta y tres millones de entradas, una victoria memorable teniendo en cuenta que está muerto, muerto y enterrado hace la tira. Creo que esto demuestra algo –además de que he sido famoso y tal–, lo que no sé es el qué.
Cuando estoy a punto de dejarlo un enlace me lleva a un vídeo. Posiblemente el único vídeo del grupo al completo que exista –créetelo entonces los móviles no llevaban cámara, ni siquiera existían móviles–. Es una actuación en directo, debe ser en un festival en la costa catalana; la segunda edición de un festival, que resultó un desastre. No tengo idea quién lo pudo grabar, como te digo entonces tampoco existían teles locales, ni nada por el estilo. Está filmado con dos cámaras y montado de puta pena. El director, el realizador, como quieras llamarlo se relame casi todo el rato con Javier y Púas, que juegan a ser estrellas actuando delante de miles de fans –aunque el par de veces que se enfoca al público se ve que está formado por cuatro mataos delante y gente que va a sus cosas chapoteando entre los charcos–. También parece encontrar fotogénico a Parches y sus ataques a la caja. Yo solo salgo en los planos generales y desenfocado. Nadie reconocería al muchachito gordo que allí al fondo construye la puta progresión de acordes de Pajas Mentales.
Pajas... hay mucho de mí en esa canción, pero no lo puedo dudar, mis primeros quince minutos me los dio Bésame. Fue con ella con la que probé el sabor de la fama.
Bésame entró en las listas tarde, de rebote y mató al grupo. Para la historia ha quedado como la primera gran canción de Javier, aunque, que yo recuerde, solo trajo tres líneas y dos acordes mayores. Púas le metió un par de versos más con calzador y entonces a mí me salió del tirón la segunda estrofa, el puente y lo que sería la progresión definitiva. La tercera estrofa la hicimos entre todos y los insultos del fade final –los zorrrrrrra, zorrrrrrra–, son de Parches, hoy en día no se podría acabar una canción así. Con Pajas paso algo parecido, pero quedaron en el Registro como que era de Javier y Púas. Siempre pensé que eran tan mías como de ellos, pero nunca lo comenté. Hasta cuando se vio que aquello funcionaba yo..., bueno, en aquellos momentos estaba tan contento de que me dejaran tocar con ellos que nunca protesté.
Nunca protesté porque reconozcámoslo, soy sin duda el peor guitarrista que se ha subido a un escenario. Como músico..., como músico no tengo condiciones. Si lo pienso fríamente no tengo condiciones para nada, vamos, que nunca he descubierto nada que se me diera excepcionalmente bien, o bien a secas. Excepto mover peso sin esfuerzo.
Esto jamás me ha detenido, el no tener condiciones para algo, digo, basta con que en la biblioteca haya un libro –hoy en día en internet un tutorial– y yo tiempo para que me sumerja en el aprendizaje de algo complicado y básicamente inútil. Con el tiempo he comprendido que es una forma de huir del mundo y de mí mismo. No creo que sea muy diferente a tomar cualquier otra droga.
Lo dicho, de condiciones para músico pocas, ninguna; tozudez para regalar. Ellos, Javier, Púas, Parches eran otra historia. Parches mismo, le he visto enloquecer hasta caerse del taburete y para nada perder el ritmo, Púas nunca apuntaba nada, le tocabas una progresión y ya nunca la olvidaba –yo siempre he ido cargado de papeles, de notas, al ensayo–. Javier... dejemos a Javier. Pasé mucho tiempo diciéndome que no les envidiaba, ni su oído, ni su facilidad para hacer, para entender el lenguaje musical, convenciéndome de que con trabajo podría alcanzarlos, aprender de ellos, que solo tenía que esforzarme un poco más. Resumiendo, nunca he sido muy listo, pero parece que sí muy cabezota. Tanto que parece conseguí ser famoso quince minutos.
Te diré algo más, se me ocurre que tus quince minutos todavía están corriendo por ahí, esos en los que dices no creer ni necesitar, no son algo inalcanzable, un mito, algo que alguien vio una vez, realmente existen; puedes alcanzarlos o ellos alcanzarte a ti. Sí, definitivamente no es algo que recibas únicamente por tu propia valía; puede ser como que te caiga un rayo; levantas la cabeza y allí están los objetivos de las cámaras pendientes de ti, parpadeas y han desaparecido. Lo malo es que, repito: solo quince minutos no valen la pena; no es que dejen un regusto amargo, es que por comparación dejan sin sabor a la vida. Nada vuelve a ser lo mismo nunca.
Yo me engaño diciéndome que ya no tengo problemas con esto, que ya he conseguido que me parezcan algo que soñé o que me contaron que le pasó a otra persona, últimamente hasta me lo creo, ayuda que la vida no se detiene, siempre está dispuesta a entretenerte con nuevos problemas. Y es a eso a lo que vamos.