Todo es mío
Esa vez era yo el que llegaba tarde al local. Había ido al dentista, empecé con problemas en los dientes muy joven y parece que no acabaré con ellos hasta que el último me abandone o yo la palme, lo que suceda primero. Todavía tenía la boca dormida y cuando hablaba parecía masticar un trozo de algodón. Vamos, que no iba muy atento y como la puerta del box se abría hacia afuera, estuvo a punto de volarme la nariz. Parches salía escupiendo sapos y culebras después de abrirla de una patada.
–¡Joder, Parches ves con cuidado!
Aunque debió sonar más bien: Oer Marches ves on... Bueno, basta, ya lo pillas, ¿no?
–¡Gordo! ¡Mierdecilla! Quítate de en medio, ¡jodido lameculos!
Parches no es un tipo que pierda los estribos con facilidad, un batería no puede hacerlo, su lema debe ser siempre: tempo, tempo y tempo, aunque parezca que se le ha ido la cabeza en realidad no puede permitírselo nunca. Por lo demás, como los otros, siempre estaba intentando ponerme en mi sitio, o lo que él creía que era mi sitio, un espacio más reducido que el que ocupo habitualmente. Reconozco que puede que comenzase a tener cuentas pendientes con él.
–¿Qué coño pasa? –le solté no de muy buen rollo.
–¡A la mierda! ¡Tú, los dos gilipollas de dentro, el grupo y tu puta madre!
Fue entonces cuando le di en los morros, derechito, sin pensarlo, simplemente le metí. Yo era un niño todavía, joder, en muchas cosas continúo siéndolo, y en mi círculo, mi barrio, como quieras llamarlo, llamas puta a la madre de uno y cobras, punto. Parches era, es, muy pequeñajo, todo chulería y ni medía hostia. Lo ves ahora y abulta más su biblia que él. Pues eso, cayo de culo con la nariz ensangrentada. Según lo hice me supo mal ¡joder era Parches! Y ahí estaba tocándose la nariz y mirándose incrédulo los dedos ensangrentados.
–Lo siento tío, no debiste mentar a mi madre.
–¡Hijo de puta!
Parece que mis disculpas no le sirvieron, se levantó y se tiró a por mí buscando más greña, así que le aticé otra vez. Esta vez no cayó, aguanto de pie los puños cerrados y con ese brillo en los ojos que se le ponía cuando atacaba los platos. Pero no avanzó otra vez, escupió, una flema rojiza, que se le enganchó en los labios y no fue a ninguna parte, lo que fue una suerte, si me hubiera dado con el lapo le tendría que haberle soltado otra, son las reglas.
–Ya te pillaré, ¡Vigila tu espalda Gordo!
Giró sobre sus talones y se largó. Dejándome confuso y avergonzado. Entré en el local Javier y Púas se miraban el uno al otro en silencio, como si fuesen dos putos muñecos de cera. Eso me dio mala espina, pero yo iba loco por desahogarme y comencé a charlar por los codos.
–Tíos, he tenido una movida con Parches, y le he tenido que atizar, y se ha ido muy cabreado, y creo que la he cagado, y decía que a la mierda el grupo, y vosotros, pero eso fue antes de que le atizara, dos veces. La he cagado, ¿no? Y sin batería ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer sin Parches?
–Cállate, Gordo –me soltó Púas.
En aquel momento yo ya estaba harto de la gente que me mandaba callar. De golpe era consciente, muy consciente, de cuál era la frase que más se pronunciaba entre esas cuatro paredes: “Cállate, Gordo”; esa o: “Otra vez, desde el principio”.
–¿Que me calle? ¿Por qué no te callas tú esta vez para variar? Te estoy diciendo que a lo mejor no tenemos batería y un grupo necesita un batería.
–Ya no hay grupo.
–¿Qué estás diciendo Púas?
–Sencillo, tal como suena, ya no hay grupo.
–¿Dejas el grupo? Ahora que …
–El grupo nos deja a nosotros, Gordo.
–… No lo entiendo.
–Aquí el señorito –señalando a Javier– nos ha robado el grupo.
–¿Robarnos el grupo? ¿Eso se puede hacer?
–Explícaselo Javier, explica a tu amigo Gordo como se roba un grupo.
Javier me miró, sus pupilas eran inexistentes, sus ojos todo iris en un color azul totalmente marciano, el flequillo lacio, espeso y negro, ladeado a un lado de la frente era más brillante que nunca. Me di cuenta de que iba muy arreglado, vestido como siempre y a la vez como disfrazado, su camiseta blanca era rigurosamente nueva, como sus bambas sin cordones, tenía el aspecto de... no sé; ¡El de una estrella!, pastado a uno de esos tipos que salen en las revistas sonriendo todo el rato. Cuando comenzó a rascarse como un mono, cosa que hacía cuando iba muy puesto, se rompió el encanto, no era una estrella era Javier, que había robado el grupo y por lo que se ve se lo había gastado a medias entre el camello y la peluquería. Cuando acabó de rascarse me miró, con una mezcla de asombro y desprecio de que yo estuviese allí. Pareció decidir que ¡a la mierda!, total ya estaba hecho.
–Yo no he robado nada. Ya era mío. Solo ha sido registrarlo, hacerlo legal, lo más legal posible.
–¿Qué estás diciendo?
–Nuestro querido Javier ha decidido que las canciones, el nombre del grupo, todo eso le pertenecía y se ha ido con el amigo Baltazar a la Sociedad de Autores y lo ha registrado todo –me aclaro Púas sin dejar de mirar a Javier.
–Todo, todo no. He sido justo, todavía sale tu nombre en Bésame y en las otras.
–¿Por qué has hecho esto? –pregunté.
–¿Por qué? Porque sois unos jodidos pringados; tu no Púas, estos, este, nunca va a llegar a nada. Sois un puto lastre que me impide volar.
–¿Volar? Que mierda dices, mírate en un espejo aterriza cabrón. Baltazar te ha comido el coco.
–Baltazar me ha conseguido un contrato, promoción, dinero. ¿Que me mire en el espejo? Ya lo hago: tengo la imagen y la voz, el carisma. Chavales la oportunidad solo te pasa una vez en la vida.
Realmente lo cree, no es solo por ir puesto con cura–todas–las–dudas, siempre lo ha creído. Nunca he dudado que nos ve a todos los demás como los extras de la comedia de su vida, eso se nota, en como se coloca en el escenario, en como se olvida de pasar los porros, en lo preocupado que está por su ropa, por su pelo, por su instrumento,... Hasta ahora no me parecía un inconveniente, era más una ventaja, Javier ejercía de frontman en nuestra asociación, no esperas que el que cubre ese puesto sea apocado y generoso, tiene que tener un punto de chulería, de deseos de comérselo todo. Igual no lo has pensado con esas palabras, pero lo has sabido. Lo que no esperas es que decida devorarte a ti también y luego cagarte.
–No puede quedarse... el repertorio, por la cara.
No sé a quién se lo estoy preguntando, pero es Púas quien me contesta.
–¿Qué harás para impedírselo Gordo? Asúmelo. Ya harás más canciones ¿no?
–Sí, no estoy seguro... ¿Y si no puedo?
–Pues: serás patético como el último beso, el beso con que termina todo
Javier lo suelta y se echa a reír, contentísimo con su ingenio. Eso son versos de Bésame, versos míos, versos que yo ya le había dado de balde, con el corazón, pero él ha preferido robarlos. Si pudiese ver la mala hostia que me está cogiendo no estaría tan contento.
–Le acabo de dar dos hostias a Parches, creo que ahora te voy a dar tres o cuatro más a ti, solo por probar si puedo borrarte el carisma.
–No flipes Gordo, yo no soy un enanito.
–Tampoco eres un gigante, creo que eres un yonqui de casa bien, que engaña a las titis con su pose de místico. ¿Todavía le robas la calderilla a tu madre? ¿A quién no le robas Javier?
–Gordo no eres nada, sin mí no eres nada.
–Escribiré una canción sobre eso.
Escucho como la puerta se abre a mi espalda. Hecho un vistazo de reojo, no quiero que el hijoputa me meta con el píe de micro por la espalda. Púas ha metido su guitarra en la funda y se marcha.
–Te piras. ¿Ya está?
–No hay otra Gordo. Él gana.
–¿Él gana? ¿Esto es ganar?
–Sí.
Javier no parece opinar los mismo, su boca dibuja una mueca de desagrado, la borra, pero le vuelve a brotar inmediatamente, hace el gesto de acercarse a él, pero se detiene, yo estoy en medio y prefiere mantenerse a distancia.
–No te pongas dramático Púas, esto es un nuevo comienzo y te he ofrecido un lugar en él.
–Vale, espérame sentado. ¿Qué haces Gordo?
La verdad es que tampoco tengo ganas de pegarme con Javier. Lo de Parches ha sido un punto. Mi bravata de ahora mismo con él también. Solo intento quitarme de encima la sensación de impotencia. Además, si le hago una cara nueva, sospecho que no se comportará como el chaval de barrio que finge ser. Javier ira a la policía, lloriqueando, mintiendo, se lo he visto hacer con su madre, con las chavalitas, con cualquiera que se acerque demasiado a su aura encantadora. Le miro un momento y finto con el hombro un puñetazo, él se encoge y cambia de cara, tarde, lento. Estoy seguro de que le metería la paliza de su vida, aunque no fuera colocado.
–Espera, salgo contigo.
Recojo mi vieja guitarra coreana, que entonces era considerada solo un poco menos que una mierda y ahora suscita admiración, los dos pedales que tenía –uno de ellos soldado pieza a pieza, por mí mismo, dentro de una caja de betún–, los jacks... Me voy, sin mirar atrás, haciéndome el sordo a las bravatas de última hora de la estrella. Pensé en volver a recoger el Marshall en cuanto pudiera, el local está a nombre de Parches, no creo que vuelva a ser bien recibido por aquí. Volví a pensar que la había bien cagado. No sabía cómo, tres días después cuando regresé el ampli no estaba. Aunque esto mejor te lo cuento otro día.
Viejo menos que amigo
¿Qué qué hay de nuevo? Nada bueno, me duele –a ratos– tanto el brazo que he pagado de mi bolsillo una resonancia magnético nuclear de la muerte o algo por estilo. La Seguridad Social cubre este tipo de prueba; pero la lista de espera es muy larga y que a mí cada día me cueste más rockear no es sinónimo de urgencia para el sistema. Vale una pasta, pero no sé para qué coño quiero el dinero si no es para esto. He acabado metiendo el brazo dentro de una especie de dónut enorme, después de visitar a un traumatólogo, también privado –más pasta–, que tiene la sala de espera llena de diplomas y fotos de violinistas famosos dedicadas. Digo famosos por decir, no conozco ningún violinista.
En la primera visita el tipo se sorprende cuando le explico que mi problema es con la guitarra eléctrica y me despacha hasta el día siguiente, en que me pide que vuelva con la guitarra para ver de qué biomecánica estamos hablando. Paso el día enfurruñado pensando en que mierda me puede ayudar un tipo que no sabe cuál es la biomecánica de la guitarra. Al día siguiente tengo que reconocer que biomecánica es posición, como siempre he sospechado y no he querido admitir ocupado en quejarme. Acabo el día sabiendo que los violinistas, teniendo cada uno su posición, son bastante parecidos y los putos guitarras de pop cada uno un mundo.
El dónut electroespacial este busca tendones oprimiendo nervios, fundas desgarradas de los mismos nervios, fascias agrietadas, parásitos triquinas en los músculos y un montón de mierdas más que asustan de nombre, pero que en realidad son esperanzas, si se encuentra algo se puede intentar curar. Si no se encuentra nada es muy posible que Tiraboschi tenga razón y tenga el brazo viejo, a cada cual le pega por alguna parte. Tendré que consolarme con mi pelazo.
Cuando pago la factura me gustaría poder enfadarme, contra la medicina privada, la seguridad social, contra algo, pero si paseas por un hospital y no tienes el corazón de piedra relativizas muy pronto tu situación. Corazón de piedra, suena bien, pero así a bote pronto me salen Corazón de madera, Heart of glass, Corazón de tiza, Eclipse total de corazón... es imposible que Corazón de piedra no esté cogido. Son malas noticias nena, tendrás que vivir con ellas cuando yo no esté. Estoy encallado en las dos putas frases, me suenan bien, ese es el problema suenan, pero no explican nada real, nada que sienta. Buceo en mi interior, no hay ningún sentimiento que resuene con ellas, solo lo hacen en mis oídos.
El brazo, como de costumbre, me molesta más cuando jalo del embrague de la moto. No es que sea un prodigio de suavidad. Después de aceitarlo a conciencia, repasar el recorrido del cable y juguetear con la tuerca que regula la distancia de la leva a la manija mejora bastante. No puedo decir lo mismo del brazo. Ahora mismo sentado en mi única silla me miro la palma de la mano, me arde ligeramente, abro y cierro la mano y se transforma en un hormigueo. ¿Nunca te cansas de tener pena de ti mismo? Esto también suena bien, pero no estoy para cosas obscuras y reflexivas.
Debería hacer algo sencillo y rítmico, sexy, descarado. ¡Otra vez, hagámoslo otra vez, ahora que todavía nos amamos, hagámoslo otra veeeeeez! ¿Cómo qué ahora qué todavía? Ya se me ha vuelto pesimista, además se parece demasiado a Tutti Frutti. Lor al gran marciano transexual negro del espacio, I'm do it. ¿No pillas nada de lo que digo? Lo imaginaba.
Suena el timbre de la puerta y me devuelve a la tierra, no espero a nadie, no tengo demasiadas visitas, no es domingo por la mañana, o sea que no creo que sean predicadores. Predicadores, odio a todos los predicadores. ¿Se puede ser tan estúpido cómo para pretender tener todas las respuestas? Adivina quién es el que pica. No son tíos con biblias, es el jodido Púas.
Vamos coincidiendo de cuando en cuando, ya te lo he dicho, ¿o no?, si me aprietas es él quien nos hace coincidir, puede que haga para un año que no le veo. Está como siempre, el tiempo le ha tratado bien –a mí no es que me haya tratado mal, pero el punto de partida era otro–, le ha adornado con una pátina de buen gusto y respetabilidad, que buena falta le hacía. Dejo la puerta abierta y con un gesto le hago pasar.
No confió en Púas –bueno: no confió en nadie y en él menos– porque no es de fiar, y no lo es de la misma manera que se puede ser pelirrojo o zurdo, va de serie con su persona. Examina mi casi desnudo hogar con ojo crítico, deteniéndose aquí y allá, no sé si en lo que le llama la atención o en lo que él cree que me adulará que se la llame. Con Púas hay que irse con ojo, tiene algo de vendedor, de tahúr... y yo un mucho de cretino paranoico. Al final por propia iniciativa se sienta en mi única silla. Se bambolea un poco en ella y simula golpear los brazos arqueados con las palmas de las manos.
–¿Es auténtica? ¿Una 54?
–No lo sé, se hicieron, se han hecho, cientos de miles, puedes comprarla nueva en cualquier proveedor de hostelería.
–Tienen el abanico más feo y los tornillos no son de latón.
–Esperaba que te dieses cuenta, siempre fuimos los tipos más elegantes de la chabola –sonreímos, es un chiste viejo, uno que casi es cierto, más o menos.
–¿Por qué solo tienes una?
–Solo tengo un culo.
–¡Ja!, ahora tienes sentido de humor.
–No, en serio solo tengo un culo.
–¿Cuántas manos tienes? ¿Para cuántas guitarras?
Pienso en contestarle que manos tengo una y medía o una y cuarto, pero me guardo mis lloriqueos para la intimidad; le guiño un ojo y con un gesto hago que me siga hasta la pequeña habitación, que el arquitecto que diseñó el bloque de pisos debió pensar que sería útil como habitación para el niño y que yo uso como cuarto de las guitarras.
–¿Cuántas tienes aquí? —pregunta Púas reverente.
–Dieciséis, hace tiempo que ni entran ni salen, el negocio está flojo. Yo también estoy flojo y no tengo ganas de discutir sobre la diferencia entre marca y calidad.
Púas mira embobado las maderas lacadas tras las puertas de vidrio, acerca la mano hacia el cristal y luego se detiene respetuoso, es de mala educación tocar la guitarra de otra persona sin invitación.
–¿Puedo?
–Claro, adelante.
Pasa una media hora en que volvemos a ser adolescentes fascinados por las promesas que parecen sugerir los cromados. Púas parlotea sobre esto y lo otro hasta que cuelga la última bicha que ha estado examinando y calla, parece que ha llegado a un cruce en el camino, puedo sentir como el Púas adolescente, muchacho, desaparece y es substituido por el actual, que es el mismo con más experiencia.
–Había oído decir, ya hace tiempo, que te has vuelto un experto. ¿Es verdad o todo esto es decorado?
–Si experto significa pasar demasiado tiempo en blogs y chats de frikis, sí, soy un experto.
–La Strato coreana, la blanca…
–1987, está repintada, a saber de qué color era antes, la lámina del diapasón, bueno ya la has visto, quinta casi perfecta, a todo lo largo…
–¿Está en venta?
–Todo está en venta, siempre, ¿no decías tu eso?
–Sí, no sé morderme la lengua.
–¿Púas modesto, reconociendo errores? No me lo puedo creer. ¿En qué me quieres liar?
–¿No me vas a ofrecer una copa? ¿Algo para fumar?
–Nada de alcohol, nada de hierba, intento mantener la mente clara, para variar. ¿Agua? ¿Zumo de pomelo? ¿Horchata?
–Agua estará bien.
Le pongo una copa, solo tengo una; vaya, que yo no bebo. Da un largo trago y luego chasquea la lengua contra el paladar.
–Todo lo que tienes ahí es japonés y coreano, no tienes nada americano.
–Hay una teleca mejicana de finales de los noventa, Thin Line, ¿no la has visto?
–Este género no deja mucho margen…
–No, pero no tengo capital para meterme en las americanas y sabes que uno no se mete a trapichear con guitarras por los beneficios. No sé ni si una tienda los da. Hay poca demanda, todo el mundo quiere ser cantante.
–Poca demanda, ya lo creo –parece decírselo a sí mismo–, precios hinchados, todos hablando de lo que los coleccionistas pueden llegar a pagar por una cosa u otra. El otro día reparaban las aceras del paseo y desaparecieron no sé cuántas baldosas, en la tele comenzaron a hablar de cuanto estarían dispuestos a pagar los coleccionistas de baldosas por una de ellas... ¿Conoces algún coleccionista de baldosas? ¿Un mercado de baldosas?
–Hay gente que colecciona de todo, baldosas en exclusiva, no lo he oído decir nunca. Pesan un huevo, los gastos de envío son grandes..., no parece una cosa muy coleccionable. Como recuerdo… estás en una ciudad cualquiera y tienes la oportunidad de llevarte una, quizás; ¿pagar por qué alguien robe para ti un adoquín de Liverpool? No creo.
Me está haciendo hablar, me está soltando, alabando mis cosas, preguntando mi opinión, con Púas nunca se sabe si te está manipulando o no. No creo que ni él lo sepa.
–Yo también he oído cosas, más bien leído, sobre ti. Parece que tienes problemas ¿A quién se las ha hecho esta vez o gran Púas?
Ni siquiera intenta negarlo, cabecea tristemente y hace un gesto con la mano, un brindis al sol que nadie recibe.
–Tengo una guitarra para vender y demasiados ojos encima para ocuparme yo mismo de ello.
¿Púas vendiendo guitarras? Me pica la curiosidad ¿A qué guitarra se refiere? Una guitarra es una guitarra, tiene un límite de precio, sea la que sea, nada exagerado creo. Hay bicicletas más caras y como las bicicletas puedes tener la más exclusiva del catálogo en treinta y seis putos plazos, si eres lo bastante idiota para empeñarte, vamos que no son Ferraris.
–¿Demasiados ojos? ¿Tan fatal de pasta estás? ¿De qué guitarra estamos hablando?
Se echa la mano al bolsillo y saca una fotografía doblada por la mitad, una buena fotografía, bien iluminada, bien encuadrada, en un papel grueso mate recortado a la medida necesaria para ver claramente como sobre un fondo blanco descansa una Rick negra de tres pastillas, una 325. A primer golpe de vista está en buen estado. Los herrajes son plateados, los afinadores parecen dorados, eso o hay algún tipo de fallo en la foto, pero no creo. No digo nada y me voy al ordenador, busco en mi archivo particular y compruebo algo que ya sé: En algún momento alguien cambió los afinadores, porque en las Rick, todos los afinadores de las 325 son plateados. Las guitarras sin modificar son siempre más caras por mucho que la gente se empeñe en presentar las otras como mejoradas. A no ser que hayan pasado en algún momento por las manos de un famoso. Algunas acaban teniendo nombre propio, guitarras asociadas a un artista, a dos, o hasta tres. Pero esto ya entra en el campo de la memorabilia. No es mi campo, no soy mitómano, ya no tengo quince años, sé distinguir entre la obra y el artista. Dejo el ordenador, vuelvo junto a Púas, que se está acabando el agua mientras me escruta con la mirada.
–¿Tienes una de la parte trasera?
Sonríe, vuelve a echar la mano al infierno de la chaqueta y me da otra foto. Es el mismo tipo de papel, la misma calidad de fotografía. El encuadre es diferente, no se ve la guitarra entera, el foco se concentra en la trasera de la caja. Se ven claramente algunos rallados pequeños, no parecen de hebilla de cinturón, más bien de botones. También hay un papel pegado inicialmente con lo que parece chatterton viejo y sobre este alguna otra cinta más moderna y transparente. El papel es medía página de libreta y en él se deja leer lo que parece una playlist escrita con una letra suelta, casi taquigráfica. La primera anotación es: “T&S”.
–¡No me jodas!
–No te jodo.
–Es imposible.
–No lo es.
–Llévala a Sotheby's.
–No se puede, lo sabes.
–¿Por qué la robaron?
–Porque hay documentación de la compañía de seguros que dice que la robaron.
–Habrá prescrito.
–No, la compañía mantiene vivo el expediente, ese y un millón más, mientras esté vivo no pagarán..., no acabarán de pagar la póliza.
–¿De dónde la has sacado?
–No quieres saberlo.
Miro la foto, recuerdo haber visto una lista muy similar al dorso de un Hoffner modelo violín negro –o era Sunburst… no, era Negro–. Vuelvo al ordenador, mi base de datos es tan acurada y compleja como accesible. No hay nada mejor que pueda construir un gordo sin novia durante veinte estúpidos años. Aquí está. Púas me mira por encima del hombro. Un Hoffner, en realidad dos, el muleto en su soporte y el de uso puesto al revés dentro del estuche, un estuche castigado. La fotografía no es de una calidad espectacular, parece una vieja fotografía de prensa escaneada con cariño por otro idiota solitario. Como necesito fumarme un porro. De todas maneras, se ve clara media hoja de libreta pegada con chatterton y una letra diferente, se intuye que es el mismo playlist, mismos tachones, misma primera entrada cortísima.
–¿Crees qué encajarían los dos trozos de papel?, ¿qué serían la misma página de la misma libreta?
–Eso parece.
–Púas, no sé con qué idea has venido aquí, pero esto se me escapa.
–Claro que se te escapa, se le escapa a todo el mundo. Piensa Gordo, llevas toda la vida jugueteando con estas cosas. Un tiro al aire: ¿quién se te ocurre que pueda estar interesado?, ¿quién puede saber de alguien que esté interesado? Hay comisiones para todo el mundo, podrías comprarte otra silla.
–No necesito otra silla, parece que ya tengo demasiadas visitas.
Pero quizá sí necesito una operación o un millón de horas de quiropráctico o viajar a Lourdes, Fátima y el Tíbet en este orden.
–Ofrécesela a la japonesa, a los hijos directamente. Sonríe mucho, inclínate más, pídele una comisión, haz fotos, escribe el Making Of, da entrevistas –propongo.
–Estás diciendo chorradas –dice, pero noto que no está muy convencido.
–No sé... La compañía de seguros la devuelve a los herederos, más fotos, más entrevistas, todo el mundo es feliz y honrado…
Púas se me queda mirando mientras se lleva las manos a las templas y comienza a apretar, parece que decidido a hacerse explotar la cabeza, después parece resignarse y baja los brazos, le he visto hacer este gesto un millón de veces.
–Lo acepto, lo clavas Gordo, no dices chorradas. Pero es la última posibilidad, la última. Las comisiones se encogen, desaparecen, sobre todo las mías. ¿Me sigues?
–Necesitas pasta.
–Necesito pasta.
Púas parece hundido, eso no significa que lo esté, a lo mejor solo significa que cree que puede enternecerme. Ni él ni nadie, ya no.
–No conozco a nadie ni que remotamente pueda hacer una oferta por…
Me encayo, comienzo a repetirme para mí mismo que no conozco a nadie que tenga pasta para hacer una oferta adecuada por la guitarra. Pero sí sé de un tipo, que a lo mejor tiene suficiente confi con otros tipos que sí.
–¿Pero? ¿Qué ibas a decirme, Gordo?
–Igual sí conozco a alguien que puede conocer a alguien.
–¿Alguien de fiar?
–¿Qué significa de fiar? Púas, tú no eres de fiar. ¿Qué preguntas? ¿Si llamará a la Policía Política Roquera? ¿A los Comandos de Defensa del Pop?
–Al Gran Inquisidor de la Iglesia de la Santísima Pentatónica.
Eso debería enternecerme aún más. La Iglesia de la Santísima Pentatónica es una casi canción que escribimos juntos hace un millón de años. En el fondo de mi cabeza comienzo a tararearla. Basta, ahora no.
–Háblame de tu amiguito.
–No es mi amiguito.
Solo llevo toda la vida viéndolo por ahí; hemos coincidido en locales de ensayo, quedadas de coleccionistas, casa de camellos y una vez me lo encontré en un aeropuerto, a medio camino del otro extremo del mundo.
–Puede que hasta lo conozcas. ¿Recuerdas a El Seco? Paraba con aquella gente que flotaban alrededor de Los Resortes, en los locales de ensayo que hubo durante un tiempo en los sótanos de la Plaza Real, en aquellas bandas que se formaban y se separaban continuamente. Todos aquellos punkarras que querían sonar como Televisión o XTC.
La cara de Púas es de total incomprensión, creo que hasta de hastío. Sí Púas, recuerdo aquellos tiempos, seguro que más que tú. Reconozco esa mirada tuya, la veo en más caras, aunque cada vez menos, porque hay menos caras que quiera ver. Un tipo el otro día me soltó de sopetón si no había hecho nada desde entonces. Sí que he hecho cosas claro, pero nada ha sido con la pureza, la inocencia de entonces.
–No le recuerdo ¡joder!, eso son historias viejas, viejas de verdad –es todo lo que se le ocurre decir.
–Siempre se te ha dado bien olvidar.
–¿Qué significa eso?
–Nada, solo era una frase, rimaba en asonante ¿No?
No se me da bien olvidar. Son malas noticias nena, tendré que vivir con ellas, cuando tú no estés. Sí mejor por aquí, dejémonos de rollo pacifista, de rollo político, el rock es político, el pop es real, la realidad es política.
–¿Tío?...
–……
–Te has ido Gordo. ¿Estás bien?
–Pensaba en una canción.
–No has cambiado nada. Tu amigo, ese tipo, ¿colecciona?
–Sí, ya te digo, más o menos la misma mierda que yo, pero le he visto en alguna feria saludar a alguno de los peces gordos y lo que es más importante: que ellos le saludaban a él. ¿Lo pillas? Sé que tiene un hotel, un hostal, algo así en el Sur, no es un matado. Púas, te has tirado ¿Cuántos años?, en Autores. Si tú no sabes quién tiene pasta para quedarse con la bicha nadie los sabe.
–Sé que en este país nadie se puede permitirse un capricho así. Nadie al que yo me pueda acercar ahora, o que quiera dejar que yo me acerque. ¿Hablarás con ese tipo?
–No sé si le conozco lo bastante para pedirle un favor.
–No le deberás nada, que se cobre su ayuda.
Asiento. Eso facilita las cosas, al menos un poco. El Seco no es que me dé mal rollo, solo que no es un tipo con el que irse buscando problemas, abusar de su buena fe. Tiene un punto muy chungo, algo que le sale de dentro y luego le deja asombrado hasta a él. O le salía y yo continúo anclado en el pasado, cuando se supone que todos éramos medio punks, orgullosos y autodestructivos.
–¿Entonces?
¿Entonces? Vuelvo a mirar las fotos. El brazo, un poco estirado, me duele solo por aguantarlas con las puntas de los dedos. Necesitaré dinero para arreglar esto. Es una buena excusa, pero no la necesito, la 325V59 –ese puede ser su nombre completo–, me mira. Me es imposible negarme a relacionarme con ella. No puedo impedir que su historia, la del tipo de Liverpool y la mía se entrelacen. Soy el rey de los frikis, nunca lo había pensado.
–Le llamaré, hablaré con él, solo tengo que encontrar el número, sé que está aquí por alguna parte.
Púas contempla con un deje de cansancio alrededor, todo mi orden ascético, sabe que encontraré el teléfono en dos segundos, comprende que no quiero hablar delante de él, supone que quiero negociar pagos, contraprestaciones sin su escrutinio. No se le ocurre que pueda estar agotado de su presencia, que deteste estar obligado a tomar una decisión sin tener tiempo para interrogarme a mí mismo con tranquilidad. Por un momento me parece que ha decidido quedarse clavado en la silla hasta conseguir respuestas, luego bufa, se levanta y me tiende la mano y una tarjeta.
–Dime algo, sí o no, pero dime algo.
–Rápido. Descuida.
Se ha marchado. ¿Por qué me siento tan cansado? No tengo fuerzas para volver a la sala, me recuesto en la pared del pasillo, miro la tarjeta. Es muy parecida a como eran las de Baltazar Armada.
Esa vez era yo el que llegaba tarde al local. Había ido al dentista, empecé con problemas en los dientes muy joven y parece que no acabaré con ellos hasta que el último me abandone o yo la palme, lo que suceda primero. Todavía tenía la boca dormida y cuando hablaba parecía masticar un trozo de algodón. Vamos, que no iba muy atento y como la puerta del box se abría hacia afuera, estuvo a punto de volarme la nariz. Parches salía escupiendo sapos y culebras después de abrirla de una patada.
–¡Joder, Parches ves con cuidado!
Aunque debió sonar más bien: Oer Marches ves on... Bueno, basta, ya lo pillas, ¿no?
–¡Gordo! ¡Mierdecilla! Quítate de en medio, ¡jodido lameculos!
Parches no es un tipo que pierda los estribos con facilidad, un batería no puede hacerlo, su lema debe ser siempre: tempo, tempo y tempo, aunque parezca que se le ha ido la cabeza en realidad no puede permitírselo nunca. Por lo demás, como los otros, siempre estaba intentando ponerme en mi sitio, o lo que él creía que era mi sitio, un espacio más reducido que el que ocupo habitualmente. Reconozco que puede que comenzase a tener cuentas pendientes con él.
–¿Qué coño pasa? –le solté no de muy buen rollo.
–¡A la mierda! ¡Tú, los dos gilipollas de dentro, el grupo y tu puta madre!
Fue entonces cuando le di en los morros, derechito, sin pensarlo, simplemente le metí. Yo era un niño todavía, joder, en muchas cosas continúo siéndolo, y en mi círculo, mi barrio, como quieras llamarlo, llamas puta a la madre de uno y cobras, punto. Parches era, es, muy pequeñajo, todo chulería y ni medía hostia. Lo ves ahora y abulta más su biblia que él. Pues eso, cayo de culo con la nariz ensangrentada. Según lo hice me supo mal ¡joder era Parches! Y ahí estaba tocándose la nariz y mirándose incrédulo los dedos ensangrentados.
–Lo siento tío, no debiste mentar a mi madre.
–¡Hijo de puta!
Parece que mis disculpas no le sirvieron, se levantó y se tiró a por mí buscando más greña, así que le aticé otra vez. Esta vez no cayó, aguanto de pie los puños cerrados y con ese brillo en los ojos que se le ponía cuando atacaba los platos. Pero no avanzó otra vez, escupió, una flema rojiza, que se le enganchó en los labios y no fue a ninguna parte, lo que fue una suerte, si me hubiera dado con el lapo le tendría que haberle soltado otra, son las reglas.
–Ya te pillaré, ¡Vigila tu espalda Gordo!
Giró sobre sus talones y se largó. Dejándome confuso y avergonzado. Entré en el local Javier y Púas se miraban el uno al otro en silencio, como si fuesen dos putos muñecos de cera. Eso me dio mala espina, pero yo iba loco por desahogarme y comencé a charlar por los codos.
–Tíos, he tenido una movida con Parches, y le he tenido que atizar, y se ha ido muy cabreado, y creo que la he cagado, y decía que a la mierda el grupo, y vosotros, pero eso fue antes de que le atizara, dos veces. La he cagado, ¿no? Y sin batería ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer sin Parches?
–Cállate, Gordo –me soltó Púas.
En aquel momento yo ya estaba harto de la gente que me mandaba callar. De golpe era consciente, muy consciente, de cuál era la frase que más se pronunciaba entre esas cuatro paredes: “Cállate, Gordo”; esa o: “Otra vez, desde el principio”.
–¿Que me calle? ¿Por qué no te callas tú esta vez para variar? Te estoy diciendo que a lo mejor no tenemos batería y un grupo necesita un batería.
–Ya no hay grupo.
–¿Qué estás diciendo Púas?
–Sencillo, tal como suena, ya no hay grupo.
–¿Dejas el grupo? Ahora que …
–El grupo nos deja a nosotros, Gordo.
–… No lo entiendo.
–Aquí el señorito –señalando a Javier– nos ha robado el grupo.
–¿Robarnos el grupo? ¿Eso se puede hacer?
–Explícaselo Javier, explica a tu amigo Gordo como se roba un grupo.
Javier me miró, sus pupilas eran inexistentes, sus ojos todo iris en un color azul totalmente marciano, el flequillo lacio, espeso y negro, ladeado a un lado de la frente era más brillante que nunca. Me di cuenta de que iba muy arreglado, vestido como siempre y a la vez como disfrazado, su camiseta blanca era rigurosamente nueva, como sus bambas sin cordones, tenía el aspecto de... no sé; ¡El de una estrella!, pastado a uno de esos tipos que salen en las revistas sonriendo todo el rato. Cuando comenzó a rascarse como un mono, cosa que hacía cuando iba muy puesto, se rompió el encanto, no era una estrella era Javier, que había robado el grupo y por lo que se ve se lo había gastado a medias entre el camello y la peluquería. Cuando acabó de rascarse me miró, con una mezcla de asombro y desprecio de que yo estuviese allí. Pareció decidir que ¡a la mierda!, total ya estaba hecho.
–Yo no he robado nada. Ya era mío. Solo ha sido registrarlo, hacerlo legal, lo más legal posible.
–¿Qué estás diciendo?
–Nuestro querido Javier ha decidido que las canciones, el nombre del grupo, todo eso le pertenecía y se ha ido con el amigo Baltazar a la Sociedad de Autores y lo ha registrado todo –me aclaro Púas sin dejar de mirar a Javier.
–Todo, todo no. He sido justo, todavía sale tu nombre en Bésame y en las otras.
–¿Por qué has hecho esto? –pregunté.
–¿Por qué? Porque sois unos jodidos pringados; tu no Púas, estos, este, nunca va a llegar a nada. Sois un puto lastre que me impide volar.
–¿Volar? Que mierda dices, mírate en un espejo aterriza cabrón. Baltazar te ha comido el coco.
–Baltazar me ha conseguido un contrato, promoción, dinero. ¿Que me mire en el espejo? Ya lo hago: tengo la imagen y la voz, el carisma. Chavales la oportunidad solo te pasa una vez en la vida.
Realmente lo cree, no es solo por ir puesto con cura–todas–las–dudas, siempre lo ha creído. Nunca he dudado que nos ve a todos los demás como los extras de la comedia de su vida, eso se nota, en como se coloca en el escenario, en como se olvida de pasar los porros, en lo preocupado que está por su ropa, por su pelo, por su instrumento,... Hasta ahora no me parecía un inconveniente, era más una ventaja, Javier ejercía de frontman en nuestra asociación, no esperas que el que cubre ese puesto sea apocado y generoso, tiene que tener un punto de chulería, de deseos de comérselo todo. Igual no lo has pensado con esas palabras, pero lo has sabido. Lo que no esperas es que decida devorarte a ti también y luego cagarte.
–No puede quedarse... el repertorio, por la cara.
No sé a quién se lo estoy preguntando, pero es Púas quien me contesta.
–¿Qué harás para impedírselo Gordo? Asúmelo. Ya harás más canciones ¿no?
–Sí, no estoy seguro... ¿Y si no puedo?
–Pues: serás patético como el último beso, el beso con que termina todo
Javier lo suelta y se echa a reír, contentísimo con su ingenio. Eso son versos de Bésame, versos míos, versos que yo ya le había dado de balde, con el corazón, pero él ha preferido robarlos. Si pudiese ver la mala hostia que me está cogiendo no estaría tan contento.
–Le acabo de dar dos hostias a Parches, creo que ahora te voy a dar tres o cuatro más a ti, solo por probar si puedo borrarte el carisma.
–No flipes Gordo, yo no soy un enanito.
–Tampoco eres un gigante, creo que eres un yonqui de casa bien, que engaña a las titis con su pose de místico. ¿Todavía le robas la calderilla a tu madre? ¿A quién no le robas Javier?
–Gordo no eres nada, sin mí no eres nada.
–Escribiré una canción sobre eso.
Escucho como la puerta se abre a mi espalda. Hecho un vistazo de reojo, no quiero que el hijoputa me meta con el píe de micro por la espalda. Púas ha metido su guitarra en la funda y se marcha.
–Te piras. ¿Ya está?
–No hay otra Gordo. Él gana.
–¿Él gana? ¿Esto es ganar?
–Sí.
Javier no parece opinar los mismo, su boca dibuja una mueca de desagrado, la borra, pero le vuelve a brotar inmediatamente, hace el gesto de acercarse a él, pero se detiene, yo estoy en medio y prefiere mantenerse a distancia.
–No te pongas dramático Púas, esto es un nuevo comienzo y te he ofrecido un lugar en él.
–Vale, espérame sentado. ¿Qué haces Gordo?
La verdad es que tampoco tengo ganas de pegarme con Javier. Lo de Parches ha sido un punto. Mi bravata de ahora mismo con él también. Solo intento quitarme de encima la sensación de impotencia. Además, si le hago una cara nueva, sospecho que no se comportará como el chaval de barrio que finge ser. Javier ira a la policía, lloriqueando, mintiendo, se lo he visto hacer con su madre, con las chavalitas, con cualquiera que se acerque demasiado a su aura encantadora. Le miro un momento y finto con el hombro un puñetazo, él se encoge y cambia de cara, tarde, lento. Estoy seguro de que le metería la paliza de su vida, aunque no fuera colocado.
–Espera, salgo contigo.
Recojo mi vieja guitarra coreana, que entonces era considerada solo un poco menos que una mierda y ahora suscita admiración, los dos pedales que tenía –uno de ellos soldado pieza a pieza, por mí mismo, dentro de una caja de betún–, los jacks... Me voy, sin mirar atrás, haciéndome el sordo a las bravatas de última hora de la estrella. Pensé en volver a recoger el Marshall en cuanto pudiera, el local está a nombre de Parches, no creo que vuelva a ser bien recibido por aquí. Volví a pensar que la había bien cagado. No sabía cómo, tres días después cuando regresé el ampli no estaba. Aunque esto mejor te lo cuento otro día.
Viejo menos que amigo
¿Qué qué hay de nuevo? Nada bueno, me duele –a ratos– tanto el brazo que he pagado de mi bolsillo una resonancia magnético nuclear de la muerte o algo por estilo. La Seguridad Social cubre este tipo de prueba; pero la lista de espera es muy larga y que a mí cada día me cueste más rockear no es sinónimo de urgencia para el sistema. Vale una pasta, pero no sé para qué coño quiero el dinero si no es para esto. He acabado metiendo el brazo dentro de una especie de dónut enorme, después de visitar a un traumatólogo, también privado –más pasta–, que tiene la sala de espera llena de diplomas y fotos de violinistas famosos dedicadas. Digo famosos por decir, no conozco ningún violinista.
En la primera visita el tipo se sorprende cuando le explico que mi problema es con la guitarra eléctrica y me despacha hasta el día siguiente, en que me pide que vuelva con la guitarra para ver de qué biomecánica estamos hablando. Paso el día enfurruñado pensando en que mierda me puede ayudar un tipo que no sabe cuál es la biomecánica de la guitarra. Al día siguiente tengo que reconocer que biomecánica es posición, como siempre he sospechado y no he querido admitir ocupado en quejarme. Acabo el día sabiendo que los violinistas, teniendo cada uno su posición, son bastante parecidos y los putos guitarras de pop cada uno un mundo.
El dónut electroespacial este busca tendones oprimiendo nervios, fundas desgarradas de los mismos nervios, fascias agrietadas, parásitos triquinas en los músculos y un montón de mierdas más que asustan de nombre, pero que en realidad son esperanzas, si se encuentra algo se puede intentar curar. Si no se encuentra nada es muy posible que Tiraboschi tenga razón y tenga el brazo viejo, a cada cual le pega por alguna parte. Tendré que consolarme con mi pelazo.
Cuando pago la factura me gustaría poder enfadarme, contra la medicina privada, la seguridad social, contra algo, pero si paseas por un hospital y no tienes el corazón de piedra relativizas muy pronto tu situación. Corazón de piedra, suena bien, pero así a bote pronto me salen Corazón de madera, Heart of glass, Corazón de tiza, Eclipse total de corazón... es imposible que Corazón de piedra no esté cogido. Son malas noticias nena, tendrás que vivir con ellas cuando yo no esté. Estoy encallado en las dos putas frases, me suenan bien, ese es el problema suenan, pero no explican nada real, nada que sienta. Buceo en mi interior, no hay ningún sentimiento que resuene con ellas, solo lo hacen en mis oídos.
El brazo, como de costumbre, me molesta más cuando jalo del embrague de la moto. No es que sea un prodigio de suavidad. Después de aceitarlo a conciencia, repasar el recorrido del cable y juguetear con la tuerca que regula la distancia de la leva a la manija mejora bastante. No puedo decir lo mismo del brazo. Ahora mismo sentado en mi única silla me miro la palma de la mano, me arde ligeramente, abro y cierro la mano y se transforma en un hormigueo. ¿Nunca te cansas de tener pena de ti mismo? Esto también suena bien, pero no estoy para cosas obscuras y reflexivas.
Debería hacer algo sencillo y rítmico, sexy, descarado. ¡Otra vez, hagámoslo otra vez, ahora que todavía nos amamos, hagámoslo otra veeeeeez! ¿Cómo qué ahora qué todavía? Ya se me ha vuelto pesimista, además se parece demasiado a Tutti Frutti. Lor al gran marciano transexual negro del espacio, I'm do it. ¿No pillas nada de lo que digo? Lo imaginaba.
Suena el timbre de la puerta y me devuelve a la tierra, no espero a nadie, no tengo demasiadas visitas, no es domingo por la mañana, o sea que no creo que sean predicadores. Predicadores, odio a todos los predicadores. ¿Se puede ser tan estúpido cómo para pretender tener todas las respuestas? Adivina quién es el que pica. No son tíos con biblias, es el jodido Púas.
Vamos coincidiendo de cuando en cuando, ya te lo he dicho, ¿o no?, si me aprietas es él quien nos hace coincidir, puede que haga para un año que no le veo. Está como siempre, el tiempo le ha tratado bien –a mí no es que me haya tratado mal, pero el punto de partida era otro–, le ha adornado con una pátina de buen gusto y respetabilidad, que buena falta le hacía. Dejo la puerta abierta y con un gesto le hago pasar.
No confió en Púas –bueno: no confió en nadie y en él menos– porque no es de fiar, y no lo es de la misma manera que se puede ser pelirrojo o zurdo, va de serie con su persona. Examina mi casi desnudo hogar con ojo crítico, deteniéndose aquí y allá, no sé si en lo que le llama la atención o en lo que él cree que me adulará que se la llame. Con Púas hay que irse con ojo, tiene algo de vendedor, de tahúr... y yo un mucho de cretino paranoico. Al final por propia iniciativa se sienta en mi única silla. Se bambolea un poco en ella y simula golpear los brazos arqueados con las palmas de las manos.
–¿Es auténtica? ¿Una 54?
–No lo sé, se hicieron, se han hecho, cientos de miles, puedes comprarla nueva en cualquier proveedor de hostelería.
–Tienen el abanico más feo y los tornillos no son de latón.
–Esperaba que te dieses cuenta, siempre fuimos los tipos más elegantes de la chabola –sonreímos, es un chiste viejo, uno que casi es cierto, más o menos.
–¿Por qué solo tienes una?
–Solo tengo un culo.
–¡Ja!, ahora tienes sentido de humor.
–No, en serio solo tengo un culo.
–¿Cuántas manos tienes? ¿Para cuántas guitarras?
Pienso en contestarle que manos tengo una y medía o una y cuarto, pero me guardo mis lloriqueos para la intimidad; le guiño un ojo y con un gesto hago que me siga hasta la pequeña habitación, que el arquitecto que diseñó el bloque de pisos debió pensar que sería útil como habitación para el niño y que yo uso como cuarto de las guitarras.
–¿Cuántas tienes aquí? —pregunta Púas reverente.
–Dieciséis, hace tiempo que ni entran ni salen, el negocio está flojo. Yo también estoy flojo y no tengo ganas de discutir sobre la diferencia entre marca y calidad.
Púas mira embobado las maderas lacadas tras las puertas de vidrio, acerca la mano hacia el cristal y luego se detiene respetuoso, es de mala educación tocar la guitarra de otra persona sin invitación.
–¿Puedo?
–Claro, adelante.
Pasa una media hora en que volvemos a ser adolescentes fascinados por las promesas que parecen sugerir los cromados. Púas parlotea sobre esto y lo otro hasta que cuelga la última bicha que ha estado examinando y calla, parece que ha llegado a un cruce en el camino, puedo sentir como el Púas adolescente, muchacho, desaparece y es substituido por el actual, que es el mismo con más experiencia.
–Había oído decir, ya hace tiempo, que te has vuelto un experto. ¿Es verdad o todo esto es decorado?
–Si experto significa pasar demasiado tiempo en blogs y chats de frikis, sí, soy un experto.
–La Strato coreana, la blanca…
–1987, está repintada, a saber de qué color era antes, la lámina del diapasón, bueno ya la has visto, quinta casi perfecta, a todo lo largo…
–¿Está en venta?
–Todo está en venta, siempre, ¿no decías tu eso?
–Sí, no sé morderme la lengua.
–¿Púas modesto, reconociendo errores? No me lo puedo creer. ¿En qué me quieres liar?
–¿No me vas a ofrecer una copa? ¿Algo para fumar?
–Nada de alcohol, nada de hierba, intento mantener la mente clara, para variar. ¿Agua? ¿Zumo de pomelo? ¿Horchata?
–Agua estará bien.
Le pongo una copa, solo tengo una; vaya, que yo no bebo. Da un largo trago y luego chasquea la lengua contra el paladar.
–Todo lo que tienes ahí es japonés y coreano, no tienes nada americano.
–Hay una teleca mejicana de finales de los noventa, Thin Line, ¿no la has visto?
–Este género no deja mucho margen…
–No, pero no tengo capital para meterme en las americanas y sabes que uno no se mete a trapichear con guitarras por los beneficios. No sé ni si una tienda los da. Hay poca demanda, todo el mundo quiere ser cantante.
–Poca demanda, ya lo creo –parece decírselo a sí mismo–, precios hinchados, todos hablando de lo que los coleccionistas pueden llegar a pagar por una cosa u otra. El otro día reparaban las aceras del paseo y desaparecieron no sé cuántas baldosas, en la tele comenzaron a hablar de cuanto estarían dispuestos a pagar los coleccionistas de baldosas por una de ellas... ¿Conoces algún coleccionista de baldosas? ¿Un mercado de baldosas?
–Hay gente que colecciona de todo, baldosas en exclusiva, no lo he oído decir nunca. Pesan un huevo, los gastos de envío son grandes..., no parece una cosa muy coleccionable. Como recuerdo… estás en una ciudad cualquiera y tienes la oportunidad de llevarte una, quizás; ¿pagar por qué alguien robe para ti un adoquín de Liverpool? No creo.
Me está haciendo hablar, me está soltando, alabando mis cosas, preguntando mi opinión, con Púas nunca se sabe si te está manipulando o no. No creo que ni él lo sepa.
–Yo también he oído cosas, más bien leído, sobre ti. Parece que tienes problemas ¿A quién se las ha hecho esta vez o gran Púas?
Ni siquiera intenta negarlo, cabecea tristemente y hace un gesto con la mano, un brindis al sol que nadie recibe.
–Tengo una guitarra para vender y demasiados ojos encima para ocuparme yo mismo de ello.
¿Púas vendiendo guitarras? Me pica la curiosidad ¿A qué guitarra se refiere? Una guitarra es una guitarra, tiene un límite de precio, sea la que sea, nada exagerado creo. Hay bicicletas más caras y como las bicicletas puedes tener la más exclusiva del catálogo en treinta y seis putos plazos, si eres lo bastante idiota para empeñarte, vamos que no son Ferraris.
–¿Demasiados ojos? ¿Tan fatal de pasta estás? ¿De qué guitarra estamos hablando?
Se echa la mano al bolsillo y saca una fotografía doblada por la mitad, una buena fotografía, bien iluminada, bien encuadrada, en un papel grueso mate recortado a la medida necesaria para ver claramente como sobre un fondo blanco descansa una Rick negra de tres pastillas, una 325. A primer golpe de vista está en buen estado. Los herrajes son plateados, los afinadores parecen dorados, eso o hay algún tipo de fallo en la foto, pero no creo. No digo nada y me voy al ordenador, busco en mi archivo particular y compruebo algo que ya sé: En algún momento alguien cambió los afinadores, porque en las Rick, todos los afinadores de las 325 son plateados. Las guitarras sin modificar son siempre más caras por mucho que la gente se empeñe en presentar las otras como mejoradas. A no ser que hayan pasado en algún momento por las manos de un famoso. Algunas acaban teniendo nombre propio, guitarras asociadas a un artista, a dos, o hasta tres. Pero esto ya entra en el campo de la memorabilia. No es mi campo, no soy mitómano, ya no tengo quince años, sé distinguir entre la obra y el artista. Dejo el ordenador, vuelvo junto a Púas, que se está acabando el agua mientras me escruta con la mirada.
–¿Tienes una de la parte trasera?
Sonríe, vuelve a echar la mano al infierno de la chaqueta y me da otra foto. Es el mismo tipo de papel, la misma calidad de fotografía. El encuadre es diferente, no se ve la guitarra entera, el foco se concentra en la trasera de la caja. Se ven claramente algunos rallados pequeños, no parecen de hebilla de cinturón, más bien de botones. También hay un papel pegado inicialmente con lo que parece chatterton viejo y sobre este alguna otra cinta más moderna y transparente. El papel es medía página de libreta y en él se deja leer lo que parece una playlist escrita con una letra suelta, casi taquigráfica. La primera anotación es: “T&S”.
–¡No me jodas!
–No te jodo.
–Es imposible.
–No lo es.
–Llévala a Sotheby's.
–No se puede, lo sabes.
–¿Por qué la robaron?
–Porque hay documentación de la compañía de seguros que dice que la robaron.
–Habrá prescrito.
–No, la compañía mantiene vivo el expediente, ese y un millón más, mientras esté vivo no pagarán..., no acabarán de pagar la póliza.
–¿De dónde la has sacado?
–No quieres saberlo.
Miro la foto, recuerdo haber visto una lista muy similar al dorso de un Hoffner modelo violín negro –o era Sunburst… no, era Negro–. Vuelvo al ordenador, mi base de datos es tan acurada y compleja como accesible. No hay nada mejor que pueda construir un gordo sin novia durante veinte estúpidos años. Aquí está. Púas me mira por encima del hombro. Un Hoffner, en realidad dos, el muleto en su soporte y el de uso puesto al revés dentro del estuche, un estuche castigado. La fotografía no es de una calidad espectacular, parece una vieja fotografía de prensa escaneada con cariño por otro idiota solitario. Como necesito fumarme un porro. De todas maneras, se ve clara media hoja de libreta pegada con chatterton y una letra diferente, se intuye que es el mismo playlist, mismos tachones, misma primera entrada cortísima.
–¿Crees qué encajarían los dos trozos de papel?, ¿qué serían la misma página de la misma libreta?
–Eso parece.
–Púas, no sé con qué idea has venido aquí, pero esto se me escapa.
–Claro que se te escapa, se le escapa a todo el mundo. Piensa Gordo, llevas toda la vida jugueteando con estas cosas. Un tiro al aire: ¿quién se te ocurre que pueda estar interesado?, ¿quién puede saber de alguien que esté interesado? Hay comisiones para todo el mundo, podrías comprarte otra silla.
–No necesito otra silla, parece que ya tengo demasiadas visitas.
Pero quizá sí necesito una operación o un millón de horas de quiropráctico o viajar a Lourdes, Fátima y el Tíbet en este orden.
–Ofrécesela a la japonesa, a los hijos directamente. Sonríe mucho, inclínate más, pídele una comisión, haz fotos, escribe el Making Of, da entrevistas –propongo.
–Estás diciendo chorradas –dice, pero noto que no está muy convencido.
–No sé... La compañía de seguros la devuelve a los herederos, más fotos, más entrevistas, todo el mundo es feliz y honrado…
Púas se me queda mirando mientras se lleva las manos a las templas y comienza a apretar, parece que decidido a hacerse explotar la cabeza, después parece resignarse y baja los brazos, le he visto hacer este gesto un millón de veces.
–Lo acepto, lo clavas Gordo, no dices chorradas. Pero es la última posibilidad, la última. Las comisiones se encogen, desaparecen, sobre todo las mías. ¿Me sigues?
–Necesitas pasta.
–Necesito pasta.
Púas parece hundido, eso no significa que lo esté, a lo mejor solo significa que cree que puede enternecerme. Ni él ni nadie, ya no.
–No conozco a nadie ni que remotamente pueda hacer una oferta por…
Me encayo, comienzo a repetirme para mí mismo que no conozco a nadie que tenga pasta para hacer una oferta adecuada por la guitarra. Pero sí sé de un tipo, que a lo mejor tiene suficiente confi con otros tipos que sí.
–¿Pero? ¿Qué ibas a decirme, Gordo?
–Igual sí conozco a alguien que puede conocer a alguien.
–¿Alguien de fiar?
–¿Qué significa de fiar? Púas, tú no eres de fiar. ¿Qué preguntas? ¿Si llamará a la Policía Política Roquera? ¿A los Comandos de Defensa del Pop?
–Al Gran Inquisidor de la Iglesia de la Santísima Pentatónica.
Eso debería enternecerme aún más. La Iglesia de la Santísima Pentatónica es una casi canción que escribimos juntos hace un millón de años. En el fondo de mi cabeza comienzo a tararearla. Basta, ahora no.
–Háblame de tu amiguito.
–No es mi amiguito.
Solo llevo toda la vida viéndolo por ahí; hemos coincidido en locales de ensayo, quedadas de coleccionistas, casa de camellos y una vez me lo encontré en un aeropuerto, a medio camino del otro extremo del mundo.
–Puede que hasta lo conozcas. ¿Recuerdas a El Seco? Paraba con aquella gente que flotaban alrededor de Los Resortes, en los locales de ensayo que hubo durante un tiempo en los sótanos de la Plaza Real, en aquellas bandas que se formaban y se separaban continuamente. Todos aquellos punkarras que querían sonar como Televisión o XTC.
La cara de Púas es de total incomprensión, creo que hasta de hastío. Sí Púas, recuerdo aquellos tiempos, seguro que más que tú. Reconozco esa mirada tuya, la veo en más caras, aunque cada vez menos, porque hay menos caras que quiera ver. Un tipo el otro día me soltó de sopetón si no había hecho nada desde entonces. Sí que he hecho cosas claro, pero nada ha sido con la pureza, la inocencia de entonces.
–No le recuerdo ¡joder!, eso son historias viejas, viejas de verdad –es todo lo que se le ocurre decir.
–Siempre se te ha dado bien olvidar.
–¿Qué significa eso?
–Nada, solo era una frase, rimaba en asonante ¿No?
No se me da bien olvidar. Son malas noticias nena, tendré que vivir con ellas, cuando tú no estés. Sí mejor por aquí, dejémonos de rollo pacifista, de rollo político, el rock es político, el pop es real, la realidad es política.
–¿Tío?...
–……
–Te has ido Gordo. ¿Estás bien?
–Pensaba en una canción.
–No has cambiado nada. Tu amigo, ese tipo, ¿colecciona?
–Sí, ya te digo, más o menos la misma mierda que yo, pero le he visto en alguna feria saludar a alguno de los peces gordos y lo que es más importante: que ellos le saludaban a él. ¿Lo pillas? Sé que tiene un hotel, un hostal, algo así en el Sur, no es un matado. Púas, te has tirado ¿Cuántos años?, en Autores. Si tú no sabes quién tiene pasta para quedarse con la bicha nadie los sabe.
–Sé que en este país nadie se puede permitirse un capricho así. Nadie al que yo me pueda acercar ahora, o que quiera dejar que yo me acerque. ¿Hablarás con ese tipo?
–No sé si le conozco lo bastante para pedirle un favor.
–No le deberás nada, que se cobre su ayuda.
Asiento. Eso facilita las cosas, al menos un poco. El Seco no es que me dé mal rollo, solo que no es un tipo con el que irse buscando problemas, abusar de su buena fe. Tiene un punto muy chungo, algo que le sale de dentro y luego le deja asombrado hasta a él. O le salía y yo continúo anclado en el pasado, cuando se supone que todos éramos medio punks, orgullosos y autodestructivos.
–¿Entonces?
¿Entonces? Vuelvo a mirar las fotos. El brazo, un poco estirado, me duele solo por aguantarlas con las puntas de los dedos. Necesitaré dinero para arreglar esto. Es una buena excusa, pero no la necesito, la 325V59 –ese puede ser su nombre completo–, me mira. Me es imposible negarme a relacionarme con ella. No puedo impedir que su historia, la del tipo de Liverpool y la mía se entrelacen. Soy el rey de los frikis, nunca lo había pensado.
–Le llamaré, hablaré con él, solo tengo que encontrar el número, sé que está aquí por alguna parte.
Púas contempla con un deje de cansancio alrededor, todo mi orden ascético, sabe que encontraré el teléfono en dos segundos, comprende que no quiero hablar delante de él, supone que quiero negociar pagos, contraprestaciones sin su escrutinio. No se le ocurre que pueda estar agotado de su presencia, que deteste estar obligado a tomar una decisión sin tener tiempo para interrogarme a mí mismo con tranquilidad. Por un momento me parece que ha decidido quedarse clavado en la silla hasta conseguir respuestas, luego bufa, se levanta y me tiende la mano y una tarjeta.
–Dime algo, sí o no, pero dime algo.
–Rápido. Descuida.
Se ha marchado. ¿Por qué me siento tan cansado? No tengo fuerzas para volver a la sala, me recuesto en la pared del pasillo, miro la tarjeta. Es muy parecida a como eran las de Baltazar Armada.