Llamada de larga distancia
Despierto y me duele el brazo, es un dolor bastante fuerte, además el origen parece ser más arriba que lo habitual, es casi en el hombro. Hoy parece articular. No sé si es un buen calificativo, pero ponerle nombre me ayuda. ¿Es esto estúpido?
Para ser un tipo que se ha pasado la mayor parte de su vida adulta tomando drogas tengo un cierto pudor con los analgésicos. En alguna parte oscura de mi mente hay un gnomo aterrorizado ante la perspectiva de que dejen de hacer efecto; ha aprendido que si hay algo inagotable en la vida es el dolor. Al final me rindo y me tomo un ibuprofeno, los antiinflamatorios no me ayudarán con mi tensión alta, lo sé. Todo mi cuerpo falla simultáneamente, le llaman edad. A mí me parece una broma de mal gusto.
El tiempo se me va poco a poco, mientras paso las hojas de mi vieja agenda, cada teléfono tiene una historia detrás, cada anotación señala un momento de mi vida, algunos creo recordarlos perfectamente y otros los he olvidado, no han dejado rastro, solo son nombres que no significan nada para mí, nunca debieron significarlo. No entiendo por qué no me decido a hacer la llamada. Me lo pregunto mientras marco el número, tras un único timbrazo una voz femenina, casi infantil, contesta en italiano, creo.
–¡Pronto! L'Albergo. Buon giorno.
Me quedo mudo dudando, primero cuál era el nombre del Seco, porque yo sabía su nombre y segundo si él sabe el mío. O si fuera de una feria, de un encuentro de frikis, no será capaz de recordarme. Después dudo si contestar en inglés. ¿Por qué? El teléfono es nacional la recepcionista tiene que ser capaz de apañarse en la lengua del imperio.
–Hola. ¿El señor Bestard?
–Escusa ¿il signore Bestard? ¿Sabe en qué habitación está?
–No, no es un huésped, creo que... trabaja ahí.
–¿Bestard?... ¡Ah! –Ríe en forma cantarina– Lo zio. Perdón, espere un attimo –Cuelga se hace el silencio en la línea solo un segundo, para volver con más risas–. ¿De parte?
Es una buena pregunta ¿De parte? ¿Quién soy? ¿Quién he decidido ser?
–Dígale que soy Gordo, de Barcelona y quiero hablar con él sobre una guitarra.
–El Señor Gordo, de Barcelona, una guitarra, espere un attimo.
La jovencita es sustituida por una cortinilla musical, conozco la melodía, pero no la acabo de localizar, puede ser algo de Fripp o de Eno, o de los dos juntos, de cuando se pusieron a hacer música ambiental, algún tipo de pavana inacabable, cosa de la que te das cuenta solo cuando comienzas a babear.
–¿Gordo?
–¡Seco! ¿Me recuerdas?
–Claro, no conozco a muchas estrellas del rock.
–No soy una estrella.
–Eres lo más parecido a una que conozco.
–No conoces a mucha gente.
–¿Quién conoce a nadie?
Silencio, el Seco parece reflexionar sobre lo que acaba de decir, nunca he sabido si está colgado o solo se lo hace. Deja pasar unos segundos, hasta que se decide a continuar hablando.
–Maria Chiara dice que quieres hablar sobre una guitarra.
–¿Maria Chiara?
–La recepcionista, mi sobrina, es el primer verano que trabaja, está encantada. Ya aprenderá a odiarlo. ¿Me vas a hablar sobre una guitarra?
–Bien, sí. Es complicado, sobre todo porque no sé lo que te puedo explicar y lo que no.
–Inténtalo.
–Tengo una 325, mentira un tipo que conozco tiene una 325…
–¿De qué año?
–Sesenta y poco, sesenta y nada o menos.
–¿En qué estado?
–Muy bueno, aunque solo la he visto en fotos, fotos de tasador.
–Nunca me he metido con guitarras de ese precio. Americanas, principios de los sesenta. Fuera de mi alcance, las he visto en subastas, precio de salida treinta mil, cuarenta mil, dólares. ¿Cuánto pide el propietario?... Déjalo, no voy a comprarla, lo pregunto por vicio. ¿Qué te hizo pensar que podría estar interesado?
–El propietario no ha puesto una cifra todavía. La guitarra tiene problemas de... documentación, aun así, creo que pretende conseguir un precio mucho más alto. No pretende jugar en la liga de las clásicas, más bien en la de la memorabilia.
–La guitarra fue de alguien.
–Sí.
–Ese alguien, ¿la tocó realmente o solo estuvo colgada en su salón un cuarto de hora para hacer la foto?
–Creo que la tocó, la tocó bastante.
–¡Vaya!
Silencio. El Seco, igual que yo en su momento, está repasando en su cabeza todos los tipos que se han colgado una 325 del cuello en los últimos sesenta años.
–El actual propietario, el importe que baraja, cuantas cifras tiene.
–No lo sé.
–¿Tú cual crees qué es?
–¿En un mundo ideal? ¿Seis cifras?
–¡Vaya!
–Pero ya te digo, tiene problemas de documentación.
–¿Como la va a certificar entonces?
–Hay unas fotos, de época, hay donde hincar el diente.
Más silencio. El Seco es un maestro de los silencios, aunque también es posible que no se dé cuenta de esto.
–No voy a comprarla, eso lo sabías antes de llamarme, ni en mis sueños más locos, además no soy muy mitómano, aunque en este caso me gustaría poder hacer una excepción... ¿Qué es lo que quieres de mí Gordo?
–Pensé que podrías conocer a alguien.
–¿Por qué?
La pregunta me pilla por sorpresa, en este mundillo todos llevamos el latiguillo de conozco a un tipo que conoce a un tipo en la punta de los labios siempre. Quizás, ahora que lo pienso, el Seco no, es más de escuchar y callarse.
–Pensé que conocías a un par de peces gordos, muy gordos.
–¿Por qué?
–Joder, Seco, ¿eres agente secreto o algo así? He visto a tipos bajarse de la limusina en la puerta de la feria y llevarte a base de palmaditas en la espalda hasta el bar.
–Igual no eran palmaditas, podrían ser puñaladas.
Más silencio. A veces el Seco parece corto, solo lo parece, creo que intenta ir tan despacio que tú te aceleras sin querer y acabas enseñándole las cartas. Qué es lo que me pasa ahora.
–Hay comisiones para todo el mundo.
–Un cinco.
–¿Un cinco? Vale un cinco.
–Apunta mi correo, déjame ver esas putas fotos.
Tomo nota, cuelgo, envío las fotos. Espero, soy bueno esperando, malo olvidando, que le vamos a hacer, son malas noticias nena, tendré que vivir con ellas, cuando tú no estés. Suena medio bien, hasta sin música, tiene que ver con la métrica y con la facilidad de las sílabas para estirarse y comprimirse en el compás. Seguro que alguien que sabe ha escrito un tratado. No es la primera vez que descubro la sopa de ajo. ¿Qué estoy explicando? ¿Cuáles son las malas noticias? ¿Qué es lo que no puede olvidar? Tengo la sensación de que estoy a punto de encajar las piezas. Una canción es un pequeño fractal, una cosa diminuta y sencilla que a la vez contiene la receta del todo...
Aburro hasta a las ovejas cuando me pongo intelectual. ¿Qué hora es? Joder tengo que ir a trabajar. ¿Alguien se daría cuenta si no voy? Alguien real, no la máquina de fichar. Hay gente que muere sola en su casa y nadie se da cuenta hasta que empieza a oler. Yo acabaré igual. Sí, estoy muy alegre. Debería comprar un libro de esos que te enseñan a vivir la vida positivamente y darle al autor con el lomo en la cabeza hasta que me relajase. Después me dolería el brazo. ¿Más que ahora? Siempre puede doler más. Todo puede doler más. Suena el teléfono, el Seco, lo había olvidado. ¿Cómo es que puedo olvidarme?
–¿Por qué haces esto Gordo? ¿Por la pasta? ¿Necesitas dinero?
–Tengo algunos problemillas que estaría bien, no sé, arrancar de raíz. Sí que me iría bien la pasta.
–¿Pero?
–Cuando un mueble de estos se cruza en tu camino, no puedes volverle la espalda y ya está.
–….
– Ya sé que eres un tipo reflexivo y tal, pero la verdad es que me aburro. ¿Tienes algo para mí?
–Te daré un teléfono es del otro lado del charco, lo digo por la diferencia horaria. Pregunta por Ramoncito, di que te envía el Señor Útil.
–Ramoncito, Señor Útil.
–Gordo: no quieres joder a Ramoncito.
–No joderé a ningún amigo tuyo.
–Ramoncito no es mi amigo. No intentes joderle, no dejes que te joda, si tienes dudas salta del barco. ¿Lo pillas?
–Lo pillo.
–Apunta el número.
Me da un número muy largo, hago que me lo repita y tengo que corregirlo, acaba siendo un manchón en una hoja de la agenda. Le prometo dar recados, mantener el contacto, informarle, preocuparme por su comisión, esas cosas que se dicen. Él no parece muy interesado, hay voces al fondo que parecen reír. Me estoy quedando sin palabras y entonces es cuando le pregunto lo que realmente me interesa.
–Seco, ¿crees qué es auténtica?
–No lo sé. Prefiero la Casino. Ves con ojo.
Cuelga, la Casino es una guitarra barata, llena de defectos. Si posiblemente nos pegue más, a él y a mí. Me estoy dejando llevar, le acabo de prometer un cinco al Seco sin consultar con Púas. Es lo que hay, espero que lo vea así. Le llamo.
–Tengo un teléfono, el intermediario pilla un cinco por ciento.
Púas no responde, supongo que le duele la caja registradora que tiene por corazón. Casi puedo oír la campanilla cuando abre o se cierra el cajón.
–Espero que valga la pena.
–Joder, si no hay venta no cobra. Ya que estamos: ¿a mí cuánto me vas a pasar?
–¿Otro cinco?
–No está mal, toma nota del teléfono…
–Espera, espera; ¿puedes continuar ocupándote?
–¿Ocupándome?
–Sí. Habla con el coleccionista, tirar el anzuelo...todas esas cosas que se te dan tan bien Gordo.
La caja registradora que tengo por corazón hace un ruido de desfallecimiento, me pide que despierte de una vez, todo el rollo de los tantos por cientos y esas mierdas no ha penetrado en mi cabeza, esa es la realidad, todo me parece como una fantasía, un bonito cuento que vivo de una manera distante. Decido enchufarme, al menos un poco
–Puedo ocuparme... si tú cubres los gastos, de entrada no me apetece pagar conferencias con el extranjero y… ¡Joder! Tengo un empleo y poco tiempo para perder –miento como un bellaco.
–Hecho, yo te cubro.
–Eso espero.
Cuelgo, satisfecho. Algo le rascaré a Púas. Sí, soy un rata. Las facturas no se pagan solas. Tengo problemas calculando la diferencia horaria, pero al final le pillo el rollo y decido que lo mejor es esperar cinco o seis horas antes de llamar al tal Ramoncito.
Esperar. La vida es lo que les pasa a los otros mientras yo espero. He debido leerlo en alguna parte, si no así algo muy parecido.¿Puedo incluirlo en el ronroneo que no ceja en el fondo de mi cabeza?, no, me suena llorica. No tengo ganas de que la canción lloriquee. ¿O sí?
Espero, soy bueno esperando
Como malo, soy olvidando
No sirve de nada negarlo
Son malas noticias nena
Tendré que vivir con ellas
Cuando ya no estés
No voy a ninguna parte, lo mejor es no pensar más en ello, dejar que la melodía, la rima se hunda en el subconsciente, que siga su camino y que si es su destino que vuelva a aflorar. Es un buen plan, me prometo a mí mismo hacerlo, aunque no dejo de tatarear mentalmente la tonada.
Me invade la necesidad de fumar. Fumar un enorme petardo chisporroteante, a la americana, sin retirar las semillas, escucharlas explotar frente a la nariz y sentir el sabor del aceite en la boca. Fumar me quitaría toda la tensión que acumula sobre mí esta puta vida o la que yo acumulo sobre ella o la que acumula el no consumir cannabinoides cuando te has acostumbrado a ellos. Tensión, la grifa te baja la tensión, no hace falta que ningún médico me lo diga, ahora mismo que no está haciendo su trabajo las pupilas parecen que van a estallarme. Me enfado con facilidad, con mucha facilidad. Una vez hasta se lo expliqué a un médico, no en una consulta sí no detrás de un escenario. Él a cambio me contó cosas sobre la amígdala, la serotonina, el gran dios Amida y lo del veinte por ciento, que es el porcentaje de gente que simplemente no soporta la realidad y prefiere matizarla con lo que sea. Recuerdo como si fuera ahora mismo como después de decirlo dio una gran calada al Joe que nos estábamos fumando y añadió que colocarse, en su opinión, era la única manera lógica de enfrentarse a la vida, luego comenzó a partirse el pecho de risa. Me hubiese gustado hablar un rato más sobre el tema, pero hubo lío en el escenario y tuve que ponerme a currar y para cuando volví se lo estaban llevando a hombros sus amigos hacia un taxi, eso sí por la puerta grande. He dejado de drogarme, me parece increíble, siempre creí que las drogas me hacían mejor persona. ¿No te lo había dicho?
Esa noche tumbado en la camilla del botiquín, rodeado por el falso silencio de la fábrica sueño con que vuelvo a tener dieciocho años y estoy en mi habitación buscando la factura de mi amplificador. Estoy mirando por todas partes, con la seguridad que todas partes son muy pocas y que ya debería haberla encontrado. Me convenzo de que puede estar entre las páginas de un libro, si yo hiciera esas cosas, pero no lo hago y además no es que tengamos muchos libros en casa. Mi hermano el pequeño con tanto abre y cierra de cajones y tanto gruñido decide darse por enterado de mi presencia.
–¿Qué buscas?
–Una factura, un recibo
–¿De qué?
–De mi amplificador.
–¿Por qué?
Quiero explicárselo, pero mi yo del sueño simplemente se calla y continua a lo suyo. Mi hermano es una versión a escala reducida de mi padre, no vas a encontrar nunca apoyo ni consuelo en ellos, solo sonrisas torcidas, confirmaciones de mi estupidez. Despierto, compruebo la hora que es. Decido hacer la llamada.
Una voz pausada y varonil contesta al segundo timbrazo. Se supone que han levantado un auricular a más de nueve mil kilómetros de aquí, pero la voz suena tan clara como si estuviera en la misma nave, como si solo nos separara la puerta del botiquín.
–¿Púes?
–Quisiera hablar con Ramoncito.
–¿Con quién?
–Con Ramoncito.
Casi puedo escuchar en el silencio que la voz de al otro lado no parece muy satisfecha con que yo use el diminutivo del patronímico. No considera que yo esté a la altura para usarlo, como consigue transmitirme esto solo con silencio es un misterio.
–Quiere usted decir Ramón Boudrier hijo, ¿no?
Como me acabo de despertar y todavía estoy medio enfadado –por no encontrar el recibo en mi sueño– me olvido de mantener la calma y antes de darme cuenta le estoy soltando mi propia versión de respuesta conmiserativa. Se dice así, ¿no?
–No, quiero decir Ramoncito. Dile que Gordo quiere hablar con él, el número me lo dio el Señor Útil, lo has pillado o quieres que te lo repita.
No sé quién hay al otro lado, igual me he pasado, pero ahora mismo tengo la mandíbula rígida y ganas de pelea. Por suerte o por desgracia el auricular no transmite más que diversos grados de silencio durante tres largos minutos, pero como nadie cuelga aguanto con el teléfono pegado a la oreja hasta que una voz resuena en mi cabeza.
–¿Gordon? Quién coño eres tú, Gordon. No me digas que eres amigo de él, él no tiene amigos. No, señor, es una carga de la que puede prescindir. Todos podemos hacerlo en realidad. Vas quitándote peso de encima hasta que el aire se te lleva; ¿a dónde? Que cojones sé yo.
La voz parece de un tipo joven, pero claro hoy en día todos me parecen jóvenes, todos menos yo claro. Parece de un tipo joven y borracho, muy borracho para la hora que es allí y si me aprietas para la que es aquí.
–Tengo una guitarra…
–¿Solo una? Yo tengo muchas ¿pasa algo? ¿Te molesta? Hay quién colecciona posters, o sellos, que mierda, ¿no?
–Esta guitarra no la tiene nadie.
–Yo las tengo todas, huevón, ¡todas!
–¿Tienes una 325?
–¿Una 325? Claro que tengo una Miami. ¿Quién no tiene una Miami?
–Yo, yo no tengo una Miami. No me gustan las guitarras de escala corta…
–… Solo les gustan a los tipos con manos y pollas pequeñas. ¿Pensabas que habías inventado el chiste?
–Es viejo como el tiempo; no es una Miami.
–También tengo una V63 y la 62 es una mierda.
–No es una 63, es una 325, quizá la 325.
–No.
–Sí.
–¡No! No sabes de que estás hablando.
– ¿No?, ¿lo sabes tú? ¿Si le quitas un puente Kaufman Vibrola a una 325 y le pones un Bigsby que te queda?
–Agujeros. El Kaufman se sujeta con diez tornillos y el Bigsby con ocho –tapa el auricular, aun así, escucho como le grita a la peña que debe estar en la habitación– ¡Callaos un poco! ¡Rafa, que bajen la música esos huevones! Mierda –dice alguna cosa más que no entiendo hasta que su voz regresa–. ¿Estás ahí?
–Todavía.
–Me dices que tienes la 325, con sus dos agujeritos huérfanos
–Eso parece.
–Imposible.
–Yo dije lo mismo.
–Imposible.
–Justo, lo dije dos veces.
–La tiene el niñato.
–El niñato miente más que habla.
–Cierto.
Nos quedamos en silencio, tengo la sensación de que al fin el tipo al otro lado del océano ha decidido tomarme en serio.
–¿Seco te dio mi número?
–Sí.
–¿Cómo está?
–¿Seco? Solo él lo sabe.
–Sí, joder. ¿No te ha dado algún recado para mí?
–Dijo que si la guitarra es buena va por los buenos tiempos y que si te timan, te timo tendría que decir, por los malos.
–Jodido cabrón…
Más silencio, comienzo a relajarme, no puedo ir buscando greña con todos los tipos con los que me cruzo, aunque es lo que más me apetece.
–¿Qué precio pides?
–No funciona así, es una subasta, una subasta privada, haz una oferta.
–Una mierda voy a hacer una oferta. Documentos, fotos, toda esa mierda que tienes, envíamelo a este celular. Las miro, me hago una paja y luego hablamos. ¿Te vale?
–Hecho –cuelga.
Estoy exultante, la cabeza comienza a irme muy deprisa, me asusto. Mírate en el espejo y recuerda quien eres, no estás en la cima del mundo, eres el guarda nocturno en una fábrica, el único puesto que de barato no vale la pena sustituir por una máquina. Ahí estás, prisionero del azogue, hablando contigo mismo. Respiro, me tranquilizo, vuelvo a ser yo, o lo que creo que es ser yo.
¿Cómo puedo pasar entre dos estados de ánimo a semejante velocidad? Fácil: estoy pirado. Me pregunto, me vuelvo a preguntar, cuál es mi estado normal, el de hace un minuto, el de hace dos. Hablaba con Ramoncito y tenía la sensación de estar engranando con la vida, de ser parte del movimiento principal, pieza y arrastre a la vez. ¿Es lo que dicen sienten los ludópatas? ¿Lo que empuja a tipos a continuar intentando ganar un pavo más, aunque no les haga ya falta? ¿Es por esta sensación de estar en el centro de la corriente? ¿Puedo usar esto en una canción?
Despierto y me duele el brazo, es un dolor bastante fuerte, además el origen parece ser más arriba que lo habitual, es casi en el hombro. Hoy parece articular. No sé si es un buen calificativo, pero ponerle nombre me ayuda. ¿Es esto estúpido?
Para ser un tipo que se ha pasado la mayor parte de su vida adulta tomando drogas tengo un cierto pudor con los analgésicos. En alguna parte oscura de mi mente hay un gnomo aterrorizado ante la perspectiva de que dejen de hacer efecto; ha aprendido que si hay algo inagotable en la vida es el dolor. Al final me rindo y me tomo un ibuprofeno, los antiinflamatorios no me ayudarán con mi tensión alta, lo sé. Todo mi cuerpo falla simultáneamente, le llaman edad. A mí me parece una broma de mal gusto.
El tiempo se me va poco a poco, mientras paso las hojas de mi vieja agenda, cada teléfono tiene una historia detrás, cada anotación señala un momento de mi vida, algunos creo recordarlos perfectamente y otros los he olvidado, no han dejado rastro, solo son nombres que no significan nada para mí, nunca debieron significarlo. No entiendo por qué no me decido a hacer la llamada. Me lo pregunto mientras marco el número, tras un único timbrazo una voz femenina, casi infantil, contesta en italiano, creo.
–¡Pronto! L'Albergo. Buon giorno.
Me quedo mudo dudando, primero cuál era el nombre del Seco, porque yo sabía su nombre y segundo si él sabe el mío. O si fuera de una feria, de un encuentro de frikis, no será capaz de recordarme. Después dudo si contestar en inglés. ¿Por qué? El teléfono es nacional la recepcionista tiene que ser capaz de apañarse en la lengua del imperio.
–Hola. ¿El señor Bestard?
–Escusa ¿il signore Bestard? ¿Sabe en qué habitación está?
–No, no es un huésped, creo que... trabaja ahí.
–¿Bestard?... ¡Ah! –Ríe en forma cantarina– Lo zio. Perdón, espere un attimo –Cuelga se hace el silencio en la línea solo un segundo, para volver con más risas–. ¿De parte?
Es una buena pregunta ¿De parte? ¿Quién soy? ¿Quién he decidido ser?
–Dígale que soy Gordo, de Barcelona y quiero hablar con él sobre una guitarra.
–El Señor Gordo, de Barcelona, una guitarra, espere un attimo.
La jovencita es sustituida por una cortinilla musical, conozco la melodía, pero no la acabo de localizar, puede ser algo de Fripp o de Eno, o de los dos juntos, de cuando se pusieron a hacer música ambiental, algún tipo de pavana inacabable, cosa de la que te das cuenta solo cuando comienzas a babear.
–¿Gordo?
–¡Seco! ¿Me recuerdas?
–Claro, no conozco a muchas estrellas del rock.
–No soy una estrella.
–Eres lo más parecido a una que conozco.
–No conoces a mucha gente.
–¿Quién conoce a nadie?
Silencio, el Seco parece reflexionar sobre lo que acaba de decir, nunca he sabido si está colgado o solo se lo hace. Deja pasar unos segundos, hasta que se decide a continuar hablando.
–Maria Chiara dice que quieres hablar sobre una guitarra.
–¿Maria Chiara?
–La recepcionista, mi sobrina, es el primer verano que trabaja, está encantada. Ya aprenderá a odiarlo. ¿Me vas a hablar sobre una guitarra?
–Bien, sí. Es complicado, sobre todo porque no sé lo que te puedo explicar y lo que no.
–Inténtalo.
–Tengo una 325, mentira un tipo que conozco tiene una 325…
–¿De qué año?
–Sesenta y poco, sesenta y nada o menos.
–¿En qué estado?
–Muy bueno, aunque solo la he visto en fotos, fotos de tasador.
–Nunca me he metido con guitarras de ese precio. Americanas, principios de los sesenta. Fuera de mi alcance, las he visto en subastas, precio de salida treinta mil, cuarenta mil, dólares. ¿Cuánto pide el propietario?... Déjalo, no voy a comprarla, lo pregunto por vicio. ¿Qué te hizo pensar que podría estar interesado?
–El propietario no ha puesto una cifra todavía. La guitarra tiene problemas de... documentación, aun así, creo que pretende conseguir un precio mucho más alto. No pretende jugar en la liga de las clásicas, más bien en la de la memorabilia.
–La guitarra fue de alguien.
–Sí.
–Ese alguien, ¿la tocó realmente o solo estuvo colgada en su salón un cuarto de hora para hacer la foto?
–Creo que la tocó, la tocó bastante.
–¡Vaya!
Silencio. El Seco, igual que yo en su momento, está repasando en su cabeza todos los tipos que se han colgado una 325 del cuello en los últimos sesenta años.
–El actual propietario, el importe que baraja, cuantas cifras tiene.
–No lo sé.
–¿Tú cual crees qué es?
–¿En un mundo ideal? ¿Seis cifras?
–¡Vaya!
–Pero ya te digo, tiene problemas de documentación.
–¿Como la va a certificar entonces?
–Hay unas fotos, de época, hay donde hincar el diente.
Más silencio. El Seco es un maestro de los silencios, aunque también es posible que no se dé cuenta de esto.
–No voy a comprarla, eso lo sabías antes de llamarme, ni en mis sueños más locos, además no soy muy mitómano, aunque en este caso me gustaría poder hacer una excepción... ¿Qué es lo que quieres de mí Gordo?
–Pensé que podrías conocer a alguien.
–¿Por qué?
La pregunta me pilla por sorpresa, en este mundillo todos llevamos el latiguillo de conozco a un tipo que conoce a un tipo en la punta de los labios siempre. Quizás, ahora que lo pienso, el Seco no, es más de escuchar y callarse.
–Pensé que conocías a un par de peces gordos, muy gordos.
–¿Por qué?
–Joder, Seco, ¿eres agente secreto o algo así? He visto a tipos bajarse de la limusina en la puerta de la feria y llevarte a base de palmaditas en la espalda hasta el bar.
–Igual no eran palmaditas, podrían ser puñaladas.
Más silencio. A veces el Seco parece corto, solo lo parece, creo que intenta ir tan despacio que tú te aceleras sin querer y acabas enseñándole las cartas. Qué es lo que me pasa ahora.
–Hay comisiones para todo el mundo.
–Un cinco.
–¿Un cinco? Vale un cinco.
–Apunta mi correo, déjame ver esas putas fotos.
Tomo nota, cuelgo, envío las fotos. Espero, soy bueno esperando, malo olvidando, que le vamos a hacer, son malas noticias nena, tendré que vivir con ellas, cuando tú no estés. Suena medio bien, hasta sin música, tiene que ver con la métrica y con la facilidad de las sílabas para estirarse y comprimirse en el compás. Seguro que alguien que sabe ha escrito un tratado. No es la primera vez que descubro la sopa de ajo. ¿Qué estoy explicando? ¿Cuáles son las malas noticias? ¿Qué es lo que no puede olvidar? Tengo la sensación de que estoy a punto de encajar las piezas. Una canción es un pequeño fractal, una cosa diminuta y sencilla que a la vez contiene la receta del todo...
Aburro hasta a las ovejas cuando me pongo intelectual. ¿Qué hora es? Joder tengo que ir a trabajar. ¿Alguien se daría cuenta si no voy? Alguien real, no la máquina de fichar. Hay gente que muere sola en su casa y nadie se da cuenta hasta que empieza a oler. Yo acabaré igual. Sí, estoy muy alegre. Debería comprar un libro de esos que te enseñan a vivir la vida positivamente y darle al autor con el lomo en la cabeza hasta que me relajase. Después me dolería el brazo. ¿Más que ahora? Siempre puede doler más. Todo puede doler más. Suena el teléfono, el Seco, lo había olvidado. ¿Cómo es que puedo olvidarme?
–¿Por qué haces esto Gordo? ¿Por la pasta? ¿Necesitas dinero?
–Tengo algunos problemillas que estaría bien, no sé, arrancar de raíz. Sí que me iría bien la pasta.
–¿Pero?
–Cuando un mueble de estos se cruza en tu camino, no puedes volverle la espalda y ya está.
–….
– Ya sé que eres un tipo reflexivo y tal, pero la verdad es que me aburro. ¿Tienes algo para mí?
–Te daré un teléfono es del otro lado del charco, lo digo por la diferencia horaria. Pregunta por Ramoncito, di que te envía el Señor Útil.
–Ramoncito, Señor Útil.
–Gordo: no quieres joder a Ramoncito.
–No joderé a ningún amigo tuyo.
–Ramoncito no es mi amigo. No intentes joderle, no dejes que te joda, si tienes dudas salta del barco. ¿Lo pillas?
–Lo pillo.
–Apunta el número.
Me da un número muy largo, hago que me lo repita y tengo que corregirlo, acaba siendo un manchón en una hoja de la agenda. Le prometo dar recados, mantener el contacto, informarle, preocuparme por su comisión, esas cosas que se dicen. Él no parece muy interesado, hay voces al fondo que parecen reír. Me estoy quedando sin palabras y entonces es cuando le pregunto lo que realmente me interesa.
–Seco, ¿crees qué es auténtica?
–No lo sé. Prefiero la Casino. Ves con ojo.
Cuelga, la Casino es una guitarra barata, llena de defectos. Si posiblemente nos pegue más, a él y a mí. Me estoy dejando llevar, le acabo de prometer un cinco al Seco sin consultar con Púas. Es lo que hay, espero que lo vea así. Le llamo.
–Tengo un teléfono, el intermediario pilla un cinco por ciento.
Púas no responde, supongo que le duele la caja registradora que tiene por corazón. Casi puedo oír la campanilla cuando abre o se cierra el cajón.
–Espero que valga la pena.
–Joder, si no hay venta no cobra. Ya que estamos: ¿a mí cuánto me vas a pasar?
–¿Otro cinco?
–No está mal, toma nota del teléfono…
–Espera, espera; ¿puedes continuar ocupándote?
–¿Ocupándome?
–Sí. Habla con el coleccionista, tirar el anzuelo...todas esas cosas que se te dan tan bien Gordo.
La caja registradora que tengo por corazón hace un ruido de desfallecimiento, me pide que despierte de una vez, todo el rollo de los tantos por cientos y esas mierdas no ha penetrado en mi cabeza, esa es la realidad, todo me parece como una fantasía, un bonito cuento que vivo de una manera distante. Decido enchufarme, al menos un poco
–Puedo ocuparme... si tú cubres los gastos, de entrada no me apetece pagar conferencias con el extranjero y… ¡Joder! Tengo un empleo y poco tiempo para perder –miento como un bellaco.
–Hecho, yo te cubro.
–Eso espero.
Cuelgo, satisfecho. Algo le rascaré a Púas. Sí, soy un rata. Las facturas no se pagan solas. Tengo problemas calculando la diferencia horaria, pero al final le pillo el rollo y decido que lo mejor es esperar cinco o seis horas antes de llamar al tal Ramoncito.
Esperar. La vida es lo que les pasa a los otros mientras yo espero. He debido leerlo en alguna parte, si no así algo muy parecido.¿Puedo incluirlo en el ronroneo que no ceja en el fondo de mi cabeza?, no, me suena llorica. No tengo ganas de que la canción lloriquee. ¿O sí?
Espero, soy bueno esperando
Como malo, soy olvidando
No sirve de nada negarlo
Son malas noticias nena
Tendré que vivir con ellas
Cuando ya no estés
No voy a ninguna parte, lo mejor es no pensar más en ello, dejar que la melodía, la rima se hunda en el subconsciente, que siga su camino y que si es su destino que vuelva a aflorar. Es un buen plan, me prometo a mí mismo hacerlo, aunque no dejo de tatarear mentalmente la tonada.
Me invade la necesidad de fumar. Fumar un enorme petardo chisporroteante, a la americana, sin retirar las semillas, escucharlas explotar frente a la nariz y sentir el sabor del aceite en la boca. Fumar me quitaría toda la tensión que acumula sobre mí esta puta vida o la que yo acumulo sobre ella o la que acumula el no consumir cannabinoides cuando te has acostumbrado a ellos. Tensión, la grifa te baja la tensión, no hace falta que ningún médico me lo diga, ahora mismo que no está haciendo su trabajo las pupilas parecen que van a estallarme. Me enfado con facilidad, con mucha facilidad. Una vez hasta se lo expliqué a un médico, no en una consulta sí no detrás de un escenario. Él a cambio me contó cosas sobre la amígdala, la serotonina, el gran dios Amida y lo del veinte por ciento, que es el porcentaje de gente que simplemente no soporta la realidad y prefiere matizarla con lo que sea. Recuerdo como si fuera ahora mismo como después de decirlo dio una gran calada al Joe que nos estábamos fumando y añadió que colocarse, en su opinión, era la única manera lógica de enfrentarse a la vida, luego comenzó a partirse el pecho de risa. Me hubiese gustado hablar un rato más sobre el tema, pero hubo lío en el escenario y tuve que ponerme a currar y para cuando volví se lo estaban llevando a hombros sus amigos hacia un taxi, eso sí por la puerta grande. He dejado de drogarme, me parece increíble, siempre creí que las drogas me hacían mejor persona. ¿No te lo había dicho?
Esa noche tumbado en la camilla del botiquín, rodeado por el falso silencio de la fábrica sueño con que vuelvo a tener dieciocho años y estoy en mi habitación buscando la factura de mi amplificador. Estoy mirando por todas partes, con la seguridad que todas partes son muy pocas y que ya debería haberla encontrado. Me convenzo de que puede estar entre las páginas de un libro, si yo hiciera esas cosas, pero no lo hago y además no es que tengamos muchos libros en casa. Mi hermano el pequeño con tanto abre y cierra de cajones y tanto gruñido decide darse por enterado de mi presencia.
–¿Qué buscas?
–Una factura, un recibo
–¿De qué?
–De mi amplificador.
–¿Por qué?
Quiero explicárselo, pero mi yo del sueño simplemente se calla y continua a lo suyo. Mi hermano es una versión a escala reducida de mi padre, no vas a encontrar nunca apoyo ni consuelo en ellos, solo sonrisas torcidas, confirmaciones de mi estupidez. Despierto, compruebo la hora que es. Decido hacer la llamada.
Una voz pausada y varonil contesta al segundo timbrazo. Se supone que han levantado un auricular a más de nueve mil kilómetros de aquí, pero la voz suena tan clara como si estuviera en la misma nave, como si solo nos separara la puerta del botiquín.
–¿Púes?
–Quisiera hablar con Ramoncito.
–¿Con quién?
–Con Ramoncito.
Casi puedo escuchar en el silencio que la voz de al otro lado no parece muy satisfecha con que yo use el diminutivo del patronímico. No considera que yo esté a la altura para usarlo, como consigue transmitirme esto solo con silencio es un misterio.
–Quiere usted decir Ramón Boudrier hijo, ¿no?
Como me acabo de despertar y todavía estoy medio enfadado –por no encontrar el recibo en mi sueño– me olvido de mantener la calma y antes de darme cuenta le estoy soltando mi propia versión de respuesta conmiserativa. Se dice así, ¿no?
–No, quiero decir Ramoncito. Dile que Gordo quiere hablar con él, el número me lo dio el Señor Útil, lo has pillado o quieres que te lo repita.
No sé quién hay al otro lado, igual me he pasado, pero ahora mismo tengo la mandíbula rígida y ganas de pelea. Por suerte o por desgracia el auricular no transmite más que diversos grados de silencio durante tres largos minutos, pero como nadie cuelga aguanto con el teléfono pegado a la oreja hasta que una voz resuena en mi cabeza.
–¿Gordon? Quién coño eres tú, Gordon. No me digas que eres amigo de él, él no tiene amigos. No, señor, es una carga de la que puede prescindir. Todos podemos hacerlo en realidad. Vas quitándote peso de encima hasta que el aire se te lleva; ¿a dónde? Que cojones sé yo.
La voz parece de un tipo joven, pero claro hoy en día todos me parecen jóvenes, todos menos yo claro. Parece de un tipo joven y borracho, muy borracho para la hora que es allí y si me aprietas para la que es aquí.
–Tengo una guitarra…
–¿Solo una? Yo tengo muchas ¿pasa algo? ¿Te molesta? Hay quién colecciona posters, o sellos, que mierda, ¿no?
–Esta guitarra no la tiene nadie.
–Yo las tengo todas, huevón, ¡todas!
–¿Tienes una 325?
–¿Una 325? Claro que tengo una Miami. ¿Quién no tiene una Miami?
–Yo, yo no tengo una Miami. No me gustan las guitarras de escala corta…
–… Solo les gustan a los tipos con manos y pollas pequeñas. ¿Pensabas que habías inventado el chiste?
–Es viejo como el tiempo; no es una Miami.
–También tengo una V63 y la 62 es una mierda.
–No es una 63, es una 325, quizá la 325.
–No.
–Sí.
–¡No! No sabes de que estás hablando.
– ¿No?, ¿lo sabes tú? ¿Si le quitas un puente Kaufman Vibrola a una 325 y le pones un Bigsby que te queda?
–Agujeros. El Kaufman se sujeta con diez tornillos y el Bigsby con ocho –tapa el auricular, aun así, escucho como le grita a la peña que debe estar en la habitación– ¡Callaos un poco! ¡Rafa, que bajen la música esos huevones! Mierda –dice alguna cosa más que no entiendo hasta que su voz regresa–. ¿Estás ahí?
–Todavía.
–Me dices que tienes la 325, con sus dos agujeritos huérfanos
–Eso parece.
–Imposible.
–Yo dije lo mismo.
–Imposible.
–Justo, lo dije dos veces.
–La tiene el niñato.
–El niñato miente más que habla.
–Cierto.
Nos quedamos en silencio, tengo la sensación de que al fin el tipo al otro lado del océano ha decidido tomarme en serio.
–¿Seco te dio mi número?
–Sí.
–¿Cómo está?
–¿Seco? Solo él lo sabe.
–Sí, joder. ¿No te ha dado algún recado para mí?
–Dijo que si la guitarra es buena va por los buenos tiempos y que si te timan, te timo tendría que decir, por los malos.
–Jodido cabrón…
Más silencio, comienzo a relajarme, no puedo ir buscando greña con todos los tipos con los que me cruzo, aunque es lo que más me apetece.
–¿Qué precio pides?
–No funciona así, es una subasta, una subasta privada, haz una oferta.
–Una mierda voy a hacer una oferta. Documentos, fotos, toda esa mierda que tienes, envíamelo a este celular. Las miro, me hago una paja y luego hablamos. ¿Te vale?
–Hecho –cuelga.
Estoy exultante, la cabeza comienza a irme muy deprisa, me asusto. Mírate en el espejo y recuerda quien eres, no estás en la cima del mundo, eres el guarda nocturno en una fábrica, el único puesto que de barato no vale la pena sustituir por una máquina. Ahí estás, prisionero del azogue, hablando contigo mismo. Respiro, me tranquilizo, vuelvo a ser yo, o lo que creo que es ser yo.
¿Cómo puedo pasar entre dos estados de ánimo a semejante velocidad? Fácil: estoy pirado. Me pregunto, me vuelvo a preguntar, cuál es mi estado normal, el de hace un minuto, el de hace dos. Hablaba con Ramoncito y tenía la sensación de estar engranando con la vida, de ser parte del movimiento principal, pieza y arrastre a la vez. ¿Es lo que dicen sienten los ludópatas? ¿Lo que empuja a tipos a continuar intentando ganar un pavo más, aunque no les haga ya falta? ¿Es por esta sensación de estar en el centro de la corriente? ¿Puedo usar esto en una canción?