Quince minutos -Capitulo XV-

pacodetorres
#1 por pacodetorres el 26/08/2023
Solo es cuestión de mantenerse firme

¿Sabes leer las intenciones de alguien en su rostro? Te cambio la pregunta. ¿Sabes hasta dónde es capaz de llegar alguien mirándole a la cara? Yo no tengo ni pajolera idea. A ver todos los choros y los polis tienen su cara de inflexibilidad. Pero poder hacerte una idea de si esta es real o una pose... eso es más complicado.
No sé si es un defecto o una virtud, pero acojonarme de muerte porque un gilipollas me mire con cara de loco no es una cosa que me suela pasar. No sé si me explico, este tío se supone que me ha puesto una fusca en los riñones, pero también podría ser un botellín de cerveza o un pene delgadito, corto y duro, y aunque fuera una pistola ¿se atrevería a dispararme aquí en medio de la puta estación de autobuses? ¿Lleno de gente? Este tipo me puede intimidar por ser pasma, que significa que no está solo, que tiene gente detrás, apoyo, retaguardia. Pero ahora está yendo por libre, no tiene nada de eso. Vamos que no es más que un puto sirlero.
–Cariño que dura que la tienes –le suelto, es una temeridad lo sé, pero paso.
–No te hagas el listo. Muévete. ¡Vamos!
–No, no iré a ninguna parte. Eres un tontín. Esto no es una situación que tú puedas manejar solo. Tendrías que llamar a más chicos de azul. ¿Puedes?
–Cállate, cabrón –dice y me clava más la pistola en los riñones.
–Házmelo duro, es así como me gusta. Ya lo sabes.
Se lo he dicho mirando por encima del hombro y escupiéndole las palabras. Espero que no sea gay, sino un machote como Dios manda, será más fácil de desconcertar. Comienzo a alzar la voz mientras me giro y le abrazo apretándolo contra mí.
–No podemos continuar así. Has de hablar con ella, no aguanto más que tengamos que escondernos. Es tu madre y te comprenderá, además ya lo sospecha. ¿Es mentira que me quieras? Tú no me quieres, solo te enloquece mi polla, larga y dura, una culebra de concurso, sí señor.
La gente que pasa está comenzando a mirarnos interesados. Si el cabrón pensó alguna vez en hacer esto de una forma discreta, pues... ya no es posible. Un chaval con el pelo de colores y en mi opinión bastante guapo le increpa.
–Tío, sal del armario, fuera corre el aire.
Su intervención me motiva, me pego más si es posible a mi asaltante y le hablo al oído, la pistola ha ido resbalando por mi cuerpo y ahora la debo tener apuntando al hígado. ¿O el hígado está en el otro lado?
–Bien, ya solo te queda sacar la placa e intentar llevarme contigo por la fuerza, pero gritaré o lloraré, sí, mejor lloraré y les diré a todos que ya no quiero volver contigo, que ya no te quiero. Nadie olvidará nunca tu cara.
Él me suelta, yo lo hago también, nos quedamos mirándonos el uno al otro durante lo que me parece un siglo, hasta que me decido y me alejo marcha atrás casi un metro antes de girar sobre mis talones, darle la espalda e irme hacia el muelle en que espera mi autobús. Cuando paso junto al chaval del pelo de colores este me da su opinión.
–Ese tío no te conviene.
–El amor es ciego –le contesto, es algo cierto.
Continúo por el amplio pasillo hasta el final, donde a ambos lados se encuentran las puertas que dan acceso a los muelles, el luminoso anuncia en breve la salida. Intento permanecer tranquilo el pasma del flequillo ha desaparecido. No creo que se dé por vencido tan fácilmente, ha olido sangre en el agua y no lo dejará estar. He hecho mi parte, me he metido entre los arbustos y los he removido. He espantado al menos una alimaña. ¿Habrá alguna más por aquí? ¿El otro poli se habrá sumado también al fin de fiesta? Como ya tengo localizado el autobús regreso por donde he venido hasta la puerta de la estación. Esta es la señal para Natacha, tendría que aparecer un segundo antes de la salida, a no ser que decida largarse con la pasta. ¿Puede pasar esto? No tengo ni idea, Natacha lleva un disfraz sobre otro y sobre este otro, es una chica divertida. Y yo ¿podría largarme con el dinero? ¿Cómo es que no lo he pensado antes? El viejo Gordo prefiere un gesto de aprobación que todo el oro del mundo, aunque el oro también esté bien. Sí, para él es muy importante el aprecio de sus iguales, tan importante como dos millones trecientos mil pavos. ¿Qué explica eso de mí? ¿Cuánto es el cinco por ciento de dos kilos trescientos? Hago la cuenta de cabeza una vez y luego otra y me salen un montón de quiroprácticos y quizás algo más, un capricho, ¿qué querría tener? Me quedo en blanco. No quiero nada, o lo que quiero no se puede comprar con dinero. No hay reglas para conseguirlo, te lo encuentras o no. Al menos tengo la suerte de que nunca seré olvidado; nunca nadie supo quién soy yo. Joder, soy un llorica. ¿Dónde está Natacha? Tiene nombre de margarina, me pregunto si lo sabe, igual a ella le suena exótico y tal, pero a los tíos de mi generación lo primero que les viene a la cabeza es la margarina. Podríamos hacer un dúo, yo sería Tulipán, Van Tulipán un guitarrista holandés…
Hace un momento un tipo me ponía una pistola en los riñones y me importaba una mierda y ahora lloriqueo porque las adolescentes no llevan mi foto pegada en sus carpetas. ¿Eso se hace todavía? ¿Hace ruido un árbol al derrumbarse en un bosque si no hay nadie para escucharlo? No, no lo hace, el truco está en la palabra ruido, ruido es como se perciben las vibraciones transmitidas por el aire dentro de tu cerebro. Piénsalo, así es. Una canción no existe si nadie la escucha. Son malas noticias nena, tendré que vivir con ellas, cuando tú no estés. ¡Joder!, según como, parece una canción country.
Natacha aparece todo maletas y pantalones cortos rodeada de una cohorte de gitanas viejas y jóvenes, vestidas de negro o de colorines, algunas con la mano escondida dentro del delantal, donde sé que aprietan tijeras –las tijeras son buenas navajas–. El tipo de la fusca me importaba una mierda, estaba fuera de su elemento, pero estas tías se encuentran como pez en el agua en los márgenes y liándose la manta a la cabeza por un quitame tú a mí unas pajas. Cómo ha conseguido una docena de lictores en un rato se me escapa, decido hacerme el loco y comportarme como si no la conociera y avanzo a corta distancia tras ellas.
El grupo de féminas llega al autobús y mientras unas increpan, atosigan y presionan al conductor para que este espabile, cierre todo y se ponga en marcha –con poco éxito la verdad, el conductor se limita a hacer un gesto hacia el reloj y adoptar la pose de estar esculpido en piedra– otras besuquean y bendicen a Natacha a la vez que rechazan por dos veces unos cuantos billetes que ella les tiende, hasta que los introduce por la fuerza en el delantal de la más vieja y arrugada. Sigue entonces otro intercambio de más besos, bendiciones y exclamaciones hasta que es el conductor el que amenaza con cerrar las puertas y dejar en tierra a aquel que no haya ocupado su asiento. Natacha es quién lo hace y ocupa una butaca contigua a la mía al fondo del vehículo y saluda por la ventanilla a sus nuevas amigas mientras el autobús se pone al fin en marcha. Silencio, no dice nada, para mí es una novedad, creo. Mira hacia el frente y las luces que se filtran desde el exterior parecen cambiar su rostro, descubriendo mil mujeres diferentes. Suspira o hace algo parecido y su cuerpecito de metro noventa y mucho se vuelve a llenar de vida y eso me alegra tanto que me asusto.
–¿Cómo te libraste de él? – pregunta.
–Solo es un matón. Fingí que no estaba cagado de miedo y se aburrió.
–¿Tan fácil?
–Tan fácil.
Ella ha llorado, suelo respetar esas cosas, no le pido explicaciones a la gente, a la vida. Para que uno acabe desgarrado sobran motivos, a veces hay suficiente con una canción, –¿no escuchas música pop, tontaina?–, pero le pregunto por hablar, por romper este silencio más gris que el cielo que aplasta la meseta castellana bajo él detrás de las ventanillas.
–¿Y tú? ¿De dónde sacaste tus guardaespaldas?
–Estaban, un par de ellas, en la puerta del mercado vendiendo ajos, les ofrecí dinero… por acompañarme a la estación. Les dije que tenía miedo de que él, mi marido estuviese allí, que no pudiese escapar, irme…
Un lagrimón le corre por su mejilla derecha, lo veo brillar por un momento y me parece la piedra preciosa más valiosa del mundo, pero claro, yo soy un puto hortera.
–... ya no puedo más, podía más. Le quería, pero yo soy... Yo soy así, y él siempre duda, siempre inventa, vigila... Tenía miedo y quería irme y entonces como una tonta me eché a llorar, como ahora... las engañé y me ayudaron.
No amor, tú no engañaste a nadie, yo lo sé, tú lo sabes, pero fingiremos que es otra más de tus grandes escenas y continuaremos adelante, iremos hacia el este, hacia el mar y unas lágrimas más o menos no significan nada en la arena del gran azul.
–Ese coche, ¿viene siguiéndonos? -pregunta ella y me despeja de golpe de mi ataque de romanticismo.
Lo hace. Hay gente que no se rinde nunca. Debe ser algo básico para aprobar oposiciones, ¿no?
–¿Cuánta gente ves dentro?
–Uno; ¿dos? ¿Son los tipos de antes?
–¿Quién si no? Eso o Ramoncito quiere recuperar su dinero.
–¿Por qué? Hubiera sido más fácil quedárselo de entrada y punto.
Cierto, o no. ¿Yo que sé cómo funciona la mente de según qué tipos? No entiendo cómo funciona la mía. Saco el teléfono, casi no tiene batería, pero no espero hablar mucho rato. Me contestan al segundo timbrazo.
–Señor Gordon, el Señor Ramón no puede ponerse, está descansando, necesita hacerlo.
–Quizá pueda usted ayudarme. Solo necesito una aclaración. Los dos caballeros que estuvieron presentes durante la transacción, ¿los he de considerar colaboradores fijos de Ramoncito, del señor Ramón?
Silencio, solo un segundo Rafael no necesita mucho más para hacerse una idea de por qué le llamo.
–¿Tiene una escolta no deseada Señor Gordon?
–Eso parece. Compréndame yo solo soy músico, no debo resolver estas situaciones. Quizá he dado una impresión diferente, yo solo tengo un poco de mal carácter momentáneo, no deseo despertar a quién lo tiene continuo.
–En mi opinión, usted solo se comportó como un caballero y si algún culpable hay de la situación soy yo, posiblemente me extralimité por mi preocupación por el señor y tuve que improvisar. Aun así, todas las situaciones pueden... llevarse adelante manteniendo una cierta educación, ciertas expresiones gruesas se han filtrado hasta el lenguaje cotidiano, donde se usan de manera poco apropiada. En mi opinión, uno de los culpables es el Rap, el Rap actual.
–¿El Rap? –acierto a decir, luego entiendo que Rafael me ha cambiado la conversación elegantemente.
–Sin duda, continua con buenas bases rítmicas, pero el mensaje, el vocabulario ya solo transmiten valores de repetidor de instituto: yo tengo, yo quiero… la revolución asfixiada por el consumo. No sé si me explico.
–Perfectamente. No sabía que fuera usted un melómano.
–De donde yo procedo todo el mundo lo es.
–Bien, muchas gracias por su tiempo, espero que esta situación no les cause quebraderos de cabeza. Buenas tardes, Rafael.
–Buenas tardes, Señor Gordon.
Natacha continúa mirando el coche que viene detrás, no me gusta su expresión, creo que dará una patada al vidrio, lo arrancará de cuajo y saltará sobre el coche de un momento a otro.
–Así que opinas que esos dos van por libre –dice.
–Sí, bueno, lo deseo.
–¿Y crees qué...?
–Rafael llamará y les dirá que dejen de joder la marrana antes de que gente más importante se cabree?
–¿Qué gente?
–No sé. ¿El mismo Ramoncito? ¿El tipo que me pasó el teléfono de Ramoncito? ¿Púas? ¿El tipo que le pasó la guitarra a Púas? No nos roban a nosotros le roban a ese tipo. ¿Quién coño es?
–Ni idea.
¿Me gustaría saberlo? Me es igual, no importa, estoy cansado, muy cansado, el brazo me duele horrores y me estoy meando.
Dos larguísimas horas después el autobús se sale de la vía y se para en una estación de servicio en medio de la nada. Antes de correr a mear tengo tiempo de darme cuenta que el coche que nos seguía ha desaparecido.
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