El alma que vomita las palabras que se plasman
irreverentes,
manchando el inmaculado halo del papel en blanco.
Diez señores,
diez anillos que engalanan sendos dedos y un etéreo gris que los domina
en la caligrafía incesante que la torpeza atenaza en el fluir constante de la idea.
Sobre los tacos de goma sus pies de plomo y sobre su cabeza la nube que le transportará a sus mundos virtuales
engañando a sus sinapsis.
Pretendiendo engañar la crueldad de las musas
en la vertiginosa constatación de la propia incompetencia
que le abruma, más aún que los polímeros que impregnan los pulmones
y no dejarán brotar las palabras, necesarias,
necesarias para tener conocimiento de la obra nacida del azar, del oficio de ajuntaletras.
Deben llegar a sus oídos,
para que queden, a la postre, tendidas sobre las tablas de los bancos de madera del paseo de la consciencia.
Y es que hay gente para todo
irreverentes,
manchando el inmaculado halo del papel en blanco.
Diez señores,
diez anillos que engalanan sendos dedos y un etéreo gris que los domina
en la caligrafía incesante que la torpeza atenaza en el fluir constante de la idea.
Sobre los tacos de goma sus pies de plomo y sobre su cabeza la nube que le transportará a sus mundos virtuales
engañando a sus sinapsis.
Pretendiendo engañar la crueldad de las musas
en la vertiginosa constatación de la propia incompetencia
que le abruma, más aún que los polímeros que impregnan los pulmones
y no dejarán brotar las palabras, necesarias,
necesarias para tener conocimiento de la obra nacida del azar, del oficio de ajuntaletras.
Deben llegar a sus oídos,
para que queden, a la postre, tendidas sobre las tablas de los bancos de madera del paseo de la consciencia.
Y es que hay gente para todo