Es una magnífica producción documental, sin duda, propia de la euforia de la conmemoración de la bodas de oro de esa generación de músicos ilustrados y, para la historia, triunfadores a los que jamás nos cansaremos -yo mismo- de ver y escuchar.
De alguna manera, ocurrió que por primera vez la
música propició una ósmosis social transformadora pero que no fue unánime. Ese mismo año otros protagonistas produjeron esto:
”The Cry of Jazz”, Ed Bland, 1959
Sun-Ra, John Gilmore, Julian Priester, y otros renegados, crearon su propia religión musical permaneciendo adheridos al fenómeno étnico y cultural afroamericano, mientras los artífices de la transformación vinieron a Europa patrocinados por la industria musical mainstream de la época.
Muchos -yo mismo- prefieren pensar que de ahi salió lo mejor. Pero tal vez fue solo una ósmosis: nos lo hicieron entender, les pusieron a tocar con músicos blanquitos y les trajeron a Europa a mezclar su música con los académicos; se integraron en el mainstream, y se vendieron más discos que era el propósito.
Hoy hasta le vemos al jazz, -yo mismo-, rasgos estructurales que lo acercan JS Bach y a los cánones de nuestra tradición musical. Les diluimos.
El resultado gustó masivamente incluso a los afroamericanos de las generaciones posteriores,
y los de la corriente étnica y social, al rincón de pensar. Castigados.
Fue una suerte esto de la ósmosis, porque enriqueció la música, pero conviene no adorar becerros de oro. El jazz del ‘59 lo que sí transformó, sin género de duda, fue el mercado.
#1669
Me suelo mantener bastante ajeno a las discusiones que mezclan la música con otras cosas; en general, aún en el más civilizado de los contextos, reflejan opiniones y puntos de vista de cada cual, pero cuanto más se profundiza en otros aspectos supuestamente aledaños, más se toma distancia de la música, y más se confunde ésta.
Me voy a permitir a mi mismo hacer hoy una excepción, no sé por qué…
Que los orígenes, la historia, las tradiciones, y el contexto social influyen en la música es algo que no se me ocurriría ni discutir, para mi es evidente.
Sobre quién “creó” el jazz, hay muchas teorías, cualquiera puede defender la suya. La mía, tras haber escuchado miles y miles de discos de jazz y leer no poco sobre el asunto, es que el jazz se creó solo, que músicas previas como el blues, o la clásica de origen europeo, entre otras (bossa, flamenco) se fueron juntando en cantidades, dosis, maneras y facetas variables, para dar a luz una amalgama que tuvo muchas ramificaciones, todas me han interesado, unas más que otras.
Entiendo el jazz más como una forma de abordar la música que como un estilo encajonado, de hecho, creo que parte de lo que más me atrae de él es su resistencia a las etiquetas.
No discutiré otras opiniones al respecto, que seguramente serán tan plausibles o poco plausibles como la mía.
Lo que sí creo es que, temas raciales y sociales aparte, que no desdeño, pero que creo tienen otro lugar más lógico, léase M.L. King, etc. Independientemente de que músicos como Miles, Mingus, y buena parte del free de Chicago y asociados usaran su posición de artistas más o menos reconocidos para defender derechos sociales, como lo hizo M. Ali, sin ser músico para nada, pero igualmente por su posición de deportista eminente.
No me gusta, decía, mezclar la música con la lucha por los derechos humanos, creo que son cosas diferentes, y aunque en una serie de casos hayan ido de la mano, es como cuando recientemente Thuram o Mbappé han hecho declaraciones políticas: aprovechan su altavoz mediático para defender una causa que consideran justa, pero eso es una cosa y el deporte es otra.
Ahora voy a lo estrictamente musical, y voy, de nuevo, con lo que es estrictamente mi opinión al respecto, no me creo en posesión de la verdad, pero sí tengo mi punto de vista sobre muchas cuestiones musicales, especialmente sobre aquellas músicas que me encantan.
Yo no creo, honestamente, que los diferentes lugares en la historia que han ocupado Miles, Mingus u Ornette, en comparación con Sun Ra, John Gilmore o Julian Priester, tuvieran que ver con el dinero o con la mayor o menor radicalidad de sus posturas musicales, con su mayor o menor asociación a las tradiciones o a la negritud.
Si me apuras, y supongo que has leído las autobiografías de Miles y de Mingus, más allá de las diversas biografías escritas por otros, considero a Miles y Mingus más radicales en su defensa de los derechos de la gente de su raza que a cualquiera de los señores que salen en el documental de Bland, el cual ha envejecido mal en mi modesta opinión.
Y la influencia musical masiva de Ornette en Europa no anda a la zaga con la que tuvo (musicalmente, insisto, pues en temas raciales fue menos exuberante) en toda la progresía de la Great Black Music de Chicago en los ’60 y años sucesivos.
En la medida en que Ornette se limita a inventar música, es cierto que la sociedad WASP de su país lo ve como menos peligroso que a los activistas de Chicago, que a menudo mezclaban poesía social con free jazz en sus grabaciones, pero aún así, también a Ornette le vino bien darse una vuelta por Europa y recoger las flores que le echaban los críticos y los públicos europeos. Entre otras cosas porque Ornette es un teórico que mama tanto de las tradiciones como del dodecafonismo, los marida con una inteligencia sublime y convierte todo ello en un gran paso delante de una de las ramas del jazz que a mi personalmente me resultan más interesantes, aunque no tan comercial como el Miles dado al jazz-rock.
Se puede hablar muchísimo (hay muchos libros enteros que lo hacen) sobre todos estos asuntos, pero decía: no me interesa, porque me acaba distanciando de la música. Una cosa es reconocer que hay tanto o cuanto de folk, blues, temas sociales, etc., en ciertas producciones musicales, y otra cosa es que eso nos haga perder la perspectiva del meollo (musical) del asunto, que ahí no quiero llegar.
Y cierro con el comentario que realmente quería hacer al respecto:
Yo no creo (de nuevo, mi exclusiva y personal opinión) que la diferencia de éxito entre Sun Ra, Gilmore o Priester (por atenernos a los ejemplos, y conste que todos estos para mi son grandes músicos) y Miles, Mingus u Ornette (dejo deliberadamente aparte a Brubeck, podríamos hablar de él, pero me interesa muuucho menos que estos tres: le reconozco aún sí el doble mérito de acercar clásica y jazz, y de acercar a muchos blanquitos al jazz) tuviese que ver con el dinero, el grado de rebeldía, o la comercialidad.
En mi particular opinión, la diferencia real, y masiva, tuvo que ver con el talento.
¿En qué apoyo esta opinión? En la escucha de abundante material creativo de todos ellos. Y en última instancia, como casi todos nosotros, en mis propios gustos. Pero también en el impacto sobre músicos posteriores a los que considero tan nobles como insobornables.
……..
No estoy acostumbrado a soltar tanta palabrería en un solo post de jazz, tampoco suelo tener tiempo, pero el fútbol que ponen hoy está aburridísimo…
Para compensar, os dejo por aquí un disco que me impactó enormemente cuando salió, en los 70, era yo un mozalbete que venía de descubrir un par de años antes a Monk y Coltrane.
Se trata de “Dança das cabeças” (1976), del brasileño Egberto Gismonti, grabado con ayuda del percusionista Naná Vasconcelos, y bajo la producción del capo de ECM, Manfred Eicher, quien creyó en el talento de un Egberto que por entonces se dedicaba a mezclar las tradiciones brasileiras con la música europea contemporánea, tras haber estudiado ambas, unas en Brasil, y las otras incluso en Europa, con Nadia Boulanger.
Un músico precocísmo (empezó piano con 3 años) de ascendencia libanesa-siciliana, capaz de componer para coro u orquesta, pero también de meterse en la selva de su país para interactuar con una tribu tocando la flauta y aprendiendo sus tradiciones musicales, y luego marcharse a París con la Boulanger, quien terminó recomendándole volver a Brasil y mezclar en su música las tradiciones de allí, mucho menos exploradas que las europeas.
Gismonti, ya talludito, nos visitará en Córdoba el próximo sábado, espero que nos deleite con sus habilidades a la guitarra y el piano (estaré allí para eso, pese al calor esperable, y si alguien se anima, que avise…). La primera vez que pude verle en directo, en el Johnny (hace muuuuuuchos años), empezó tocando la guitarra de 10 cuerdas y como guitarrista era un espectáculo para el oído y la vista. Al cabo de un rato se sentó al piano y empecé a pensar que en realidad era un pianista que también tocaba la guitarra (luego, mucho después, descubrí que efectivamente así había sido…)
Tiene mucha producción discográfica, desde solo o en pequeños combos a contando con grupos grandes, coro u orquesta.
He intentado conseguir toda su música, en uno u otro formato, y puedo decir que ninguno de sus discos me ha dejado de gustar.
Aún así, no sé si porque fue el primero que tuve, este sigue siendo mi favorito:
Me parece que no estamos tan distanciados en la opinión sobre el talento y le influencia de estos músicos en todas las generaciones posteriores hasta hoy. Creo, incluso, haberme flagelado con eso en mi comentario anterior, al menos tres veces explícitas. Me gustan mucho, y han creado piezas que perdurarán en la historia musical. Y además negarlo sería una estupidez por mi parte.
El documental de Ed Bland es un testimonio en tiempo real de la época, incomparable a la oda que pueda realizarse 50 años después en una producción moderna.
Intentaba ensanchar la mirada sobre el fenómeno del ‘59, sin perder la esencia aromática musical del dilema. Algo coetáneo que ocurrió en la escena musical y cómo la industria estimula o margina corrientes creativas. No es baladí que Kind of Blue sea el álbum de jazz más vendido en los tiempos, y se encuentre destacado en los rankings sin sesgo de género.
También tras la escucha y lectura de abundante material intento fijar mis preferencias y mis referentes, que seguramente acercan nuestras opiniones más de lo que pueda parecer.
¿Sobre el documental? Liturgia de apóstoles. Cuanto más música conoces más relativizas las efemérides y la épica. Y si no, fíjate en que llevan treinta años diciendo los científicos y astrónomos que dentro de treinta años pondremos el pie en Marte.
Saludos,
Pd: buena reseña la de Gismonti. Algún día habrá que revisar la saga de guitarristas brasileños, que estos también llevan cinco copas del mundo en la pechera.
Pd: buena reseña la de Gismonti. Algún día habrá que revisar la saga de guitarristas brasileños, que estos también llevan cinco copas del mundo en la pechera.
Aquí dejo una pieza de Luiz Meira, uno de mis favoritos sobre el que algún día volveré a comentar.
Luiz Meira & Dave Blenkhorn, Candlelight, Julio 2023
Guitarristas brasileños, desde la MPB más conocida hasta el jazz actual, da para un hilo y tal vez me anime algún día. João Gilberto es uno de los grandes.
Creo que el precursor -siempre hay un Sabicas-, y quien consiguió que la MPB comenzase a sonar por el mundo, fue Luiz Bonfá (1922-2001) que complicó la tradición musical popular, compositor de temas archiconocidos que tardaron en ver luz en el ámbito comercial en los 60s y 70s dejándonos firmados 56 álbumes entre 1955 y 1992.
Luiz Bonfá
Menina Flor, Batucada, A Day in the Life of a Fool
Mike Douglas Tv Show, 1966
Atentos a “Batucada”, el segundo de los tres temas que interpretan esas uñas de gavilán, seguro que os sorprende por técnica, ritmo y elegancia.