Toda persona que haya empuñado una guitarra ha tenido, alguna vez, el deseo de convertirse en mejor guitarrista. Formando nuestros gustos musicales encontramos a lo largo de este viaje, a artistas que nos conmueven, nos impactan y nos reflejan. Parece ser además, que estos músicos lo logran desde la más pura intuición, sin esfuerzo alguno. No es ilógico pensar entonces, que uno, a quien el aprendizaje se le hace siempre muy cuesta arriba admire al punto de la idolatría a quienes lo logran, aparentemente, sin el más mínimo sudor.
Una de las palabras claves en el arte es sensibilidad. Es literalmente imposible convertirse en un gran artista sin ser sensible a los parámetros con los que se mide el arte. Estos parámetros son, en muchos casos, tangibles y mensurables y en muchos otros no.
El verdadero secreto para convertirse en un músico amplio, con una intuición musical desarrollada, es ser sensible a los distintos valores que el arte musical tiene para ofrecernos. No alcanza con practicar horas y más horas. Si no tenemos la capacidad de reconocer la altura, la calidad y la creatividad, es muy poco probable que desarrollemos esas cualidades.
Sin la facultad de reconocer la genialidad armónica de Tom Jobim o de Arnold Schönberg, jamás lograremos desarrollar en nuestra música secuencias armónicas arriesgadas, desafiantes y cautivantes. ¿Cómo se consigue esa sensiblidad? Estudiándoles a ellos y estudiando esa arista de la música que los hace tan especiales, la armonía. Para quien se haya puesto a tratar de tocar la guitarra a la velocidad de Shawn Lane o Al Di Meola, ese tipo de guitarra solista es apasionante, mientras que para quien no tiene esa faceta de su sensibilidad desarrollada, suena a un montón incoherente de notas.
Los elementos a considerar son infinitos, por lo que la genialidad no puede tener un solo modelo. Los voincings de acordes de Holdsworth o John Stowell, el impacto histórico y político de Lennon o Kurt Cobain, el vuelo en las letras de Joan Manuel Serrat o Leonard Cohen, las serpeantes líneas improvisadas de John McLaughlin o Scott Henderson, el aporte de Hendrix o The Beatles a nuestra historia e industria musical, la carga emocional de John Lee Hooker o Astor Piazzolla, entre muchísimos otros parámetros van a estar vedados a quien sea insensible a ellos. Entonces es muy fácil, haciendo flagrante uso de nuestra ignorancia, desmerecer el trabajo de Hendrix, si solamente consideramos parámetros que son útiles y aplicables a determinado sonido.
Uno no se acerca a la música de Cole Porter para escuchar salvajes riffs de guitarra, de la misma manera que nos acercamos a AC/DC para entrar en un estado contemplativo y reflexivo.
El punto en cuestión es que el estudiante promedio de guitarra, se enamora de un sonido, se casa con él y vive por siempre atrapado en un matrimonio unidimensional. Entonces su argumentación acerca de la genialidad musical, es en realidad un intento de autovalidación de la propia incapacidad. Defiendo lo único que entiendo. Si no lo entiendo, no tiene valor, porque admitir que lo tiene es aceptar que no soy un artista amplio.
El estudio musical debería contemplar la mayor cantidad de aspectos posibles. El estudio desarrolla nuestra sensiblidad. Si verdaderamente somos amantes del rock, es muy poco probable que estudiar jazz o música clásica nos desvíe de nuestro camino, pero sí es muy probable que nos aporte recursos técnicos y sensibles que le den altura a nuestra música. Alcanza con escuchar Yes, o Emerson, Lake & Palmer. El conocimiento es siempre un trampolín, nunca es lastre.
Y ¿por qué quedarnos en estudiar a músicos? El siguiente paso es abarcar nuevas disciplinas del pensamiento. La poesía de Artaud delineó la gigante obra del recientemente desaparecido Flaco Spinetta, el estudio de ciencias políticas definió el trabajo de Tom Morello y la filosofía hindú las preciosas canciones de George Harrison.
La única conclusión que se puede rescatar de la eterna discusión acerca de quien es el mejor guitarrista del mundo, son los parámetros de sensibilidad que manejan quienes argumentan. Quien de una respuesta única e innegociable, estará sopesando evidencia insuficiente que seguramente tendrá eco en una música de sensibilidad limitada.
Admitir nuestra ignorancia y el enorme valor de lo que ignoramos, es el primer paso para convertirnos, a los ojos de alguien que tiene todavía mucho recorrido por hacer, en el mejor guitarrista del mundo.