Nos detendremos en su visión acerca de los solos. Y lo enlazaremos con nuestra admiración por los mismos de Ariel Rot.
La verdad es que ésta es una pregunta seria: ¿cómo ilustra o clarifica la situación de los esquimales un solo de mandolina, por cierto? De hecho, ¿cómo puede cualquier clase de solo ilustrar cualquier clase de cuestión, sea la cuestión de los esquimales o la cuestión de un joven cuya novia se la pega con su mejor amigo? ¿Por qué se quedan en suspenso las palabras de repente mientras el guitarrista o el saxofonista o el violinista da un paso adelante y hace su número?
(…)
Luego, Hornby resume que los que nacieron en los últimos años cincuenta y se enamoraron de la música rock en los primeros setenta tienen una complicada relación con los solos. Pone el ejemplo de intentar con todas sus fuerzas disfrutar o al menos justificar el solo de 20 minutos del batería de Grand Funk Railroad en Hyde Park y pone el ejemplo de la vez que se marchó de un concierto de Led Zeppelin en Earl´s Court durante “una interminable extravagancia de John Paul Jones con el teclado”. Le dio tiempo a tomar una pinta y echar una partida de billar perdiéndose así también completa Moby Dick (el solo de batería). Entonces dice descubrir que “¡ESTÁ PERMITIDO MARCHARSE!”
Para aquellos que hemos nacido en los 80 pero hemos pasado por nuestra “Fase Led Zeppelin” (teoría de Chuck Klosterman que también comentaremos en este blog), el conflicto ha sido similar, especialmente con los discos en directo. Porque, claro, tú estás en un bar animadete y viendo a unos tíos que puede que tengan clase y “actitud” (sea lo que sea eso) tocando y, oye, pues bien… Pero, tú solo, en tu casa… intentando escucharte el Made in Japan de los Purple a las 4 de la tarde, sobrio como una lechuga… O, lo que es peor, con amigos, que entonces todos os miráis de reojo con ganas de pasar el puto solo pero sin que ninguno se atreva a dar el paso porque, claro, “es que es de los mejores directos de la historia…”. Realmente ha sido un apoyo ver que Nick, que no tiene un pelo de tonto, tiene una opinión similar a la tantas veces callada en las salas de estar y botellones del aprendizaje del rock.
Pero, sobre todo, realiza su particular distinción entre los dos grandes tipos de solos, con la que no puedo estar más de acuerdo:
Hay dos clases de grandes solos. El primer tipo, y el más corriente, es ese en que un músico brillante (o inspirado en ese momento) avanza un paso y toca con gran imaginación –incluso emoción, si tiene suerte-el número de compases que le han otorgado, pero no, necesariamente, los adecuados. Al final de “Kid Charlemagne” de Steely Dan, por ejemplo hay un solo de guitarra de tan extraordinaria y virtuosa exuberancia que terminas preguntándote de dónde ha salido y qué demonios tiene que ver con la seca ironía de la letra de la canción; “Kid Charlemagne” es una mirada típicamente aguda, punzante sobre la muerte de los años sesenta, pero el solo con que termina es el sonido de una alegría pura, ínegra; la guitarra se sube a hombros de la canción y luego se lanza tal cual hacia las nubes, y cuando la canción se va apagando piensas que también llegará hasta ellas.
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Yo, al leer esta definición pienso sobre todo en los solos jeviatas de canciones románticas, pero también incluso en aquellos solos brillantes, intensos y ou, sí, auténticos… pero innecesariamente largos. Con este tipo de solos no puedo dejar de pensar: tío, ya sé que eres bueno, no hace falta que te empeñes en demostrarlo y dejarlo claro durante 6 minutos…
Sigue el gran Hornby:
Pero mis solos favoritos son los que muestran de algún modo que el solista ha captado el sentimiento de la canción, la letra, la música y todo, ha sentido la canción y ha comprendido su esencia auténtica, de manera que el solo se convierte no solo en una reinterpretación imaginativa de ella, sino en una contribución a su significado y su ser, y una articulación de éstos, como un fragmento brillante de crítica práctica. (…)
Clapton lo hizo repetidamente en Layla, cuando al parecer estaba colgado de la heroína y exaltado por el dolor –un golpe para aquellos de nosotros que no queremos tragarnos ninguno de esos mitos sobre el arte-. Su solo en “Nobody knows you when you´re down & out”, un corte profundamente sentido y tocado con sencillez que parece manar incesantemente de una herida profunda en el centro de la canción misma –no del guitarrista, sino de la canción- es mi instante favorito de blues-rock blanco. “
Mientras leía esto, no podía dejar de pensar en Ariel Rot, del que muy a menudo se dice que es el mejor guitarrista español pero pocas veces se dan razones.
Para mí, la razón principal es que sabe poner su guitarra al servicio de las canciones. No es un Santana, el muy pesado cabrón, que lleva 40 años grabando discos y parece que en cada solo sigue necesitando demostrar que es Santana… Y, joder, ¿no le valdría con el maldito gorro?
Yo, la verdad, que soy un cerdo sin sentimientos o, al menos, un cínico con resentimiento, nunca he sido demasiado de intérpretes de supuesta “autenticidad”, que “transmiten”… Para emocionarme con una canción suelo necesitar melodía y/o letra. Sin embargo, con Ariel Rot sí que me ha pasado a veces que un solo sentido, perfectamente interpretado y, sobre todo, manteniendo la línea de la canción, ha sabido transmitir algo más auténtico de lo que, a menudo, estaba consiguiendo con la letra y la melodía. Por ejemplo, "Geishas en Madrid" es una de mis canciones preferidas, y la letra no creo que sea especialmente brillante desde el punto de vista literario... no sé, es francamente emocional, sí, pero creo que lo que convierte en INCREÍBLEMENTE COJONUDA (posiblemente de las mejores o al menos de las más emocionantes del pop-rock en castellano) la estrofa
“la última vez fue en los noventa:
hicimos el amor y bailaste para mí,
pero de madrugada los dos nos dimos cuenta
que era demasiado tarde y me dejaste ir...
Y cuando me iba, me dijste una vez más:
-Hey, Ariel, take a walk on the wild side!”
es el solo que la completa.
Eso mismo ocurre con "Los tipos duros no bailan"… que siempre me ha parecido una excepcional mezcla entre Bob Dylan y Keith Richards en solitario… Y, si te fijas, la letra es, mínimo cursi, y con uno de los peores comienzos de canciones de los últimos tiempos (“me dejaste correr/GALOPAR COMO UN POTRILLO????”), pero ¿cómo te vas a fijar cuando hay una guitarra tan maravillosa haciendo el acompañamiento y sutiles, elegantes toques de guitarra solista que te van pinchando justo donde se juntan el corazón y los huevos?
E, incluso, cuando se pone sentimental, en la típica balada como “Me estás atrapando otra vez”, cuya estructura todo el mundo conoce y sabe cuándo va a llegar el solo y, más o menos, cómo va ser, nadie se espera que lo haga así y siempre dudas de que vaya a saber contenerse y dejarlo justo cuando tiene que hacerlo, sin pasarse pero sin quedarse corto, haciendo un solo preciso,perfecto...
Realmente, y no es por corregir a Hornby, creo que hay tres tipos de solos: los que deseas que se acaben de una vez, los que al principio te encantan y luego te aburren, y los que quieres escuchar mil veces. Y estos son los de Ariel. Desde luego, no solo un solo. Mucho más que eso.
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Gracias