Hola compañeros, hace poco empecé a colgar relatos en mi página de facebook RELATOS SIN CABEZA, y escribí uno de humor con el tema de la vacuna, aquí os lo dejo
Si os gusta dadle a seguir la página, saludos.
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LA VACUNA (Capítulo 1 de 2)
Al pinchazo no le siguió un ictus, y lo tomó como un atisbo de tregua. Llevaba semanas rumiando la posibilidad de que su mala racha lo llevase a engrosar las estadísticas de sujetos con efectos secundarios raros, aunque por ahora conservaba los dientes y tenía ganas de desayunar, que no era poco. De haberse desplomado ipso facto, el torrente de catastróficas desdichas que habría desembocado en ese momento hubiera tenido un digno final, morir en el campo de batalla para ser recordado por siempre en los libros de historia, sin embargo, cuando terminase el día, no habría conseguido más que una reseña en el periódico local y acidez de estómago.
Se incorporó lanzando una sonrisa con forma de anzuelo a la exuberante enfermera que le había atendido, y que, en su opinión, no se había arrimado lo suficiente. Empezó a notar un pequeño hormigueo en su lado bueno de la cara que despertó en él cierto halo de preocupación, aunque no lo bastante para hacer temblar los sismógrafos de su sistema límbico. Un soltero de oro como él, no podía permitirse el lujo de perder soltura en el arte de la seducción si quería echar el lazo a alguna viuda joven antes de cumplir los cincuenta, y aunque no lo aparentase, el tiempo empezaba a jugar en su contra. Preguntó, sin éxito, si le ofrecerían un bocadillo o un café a la salida, como aquella vez que donó sangre para impresionar a una voluntaria de Médicos sin Fronteras, pero el gobierno, en esta ocasión, no estaba dispuesto a invertir sus tributos en un buen tentempié, al menos para él. Había perdido su trabajo de camarero al principio de la pandemia y en unos días se vería obligado a engrosar las llamadas “colas del hambre”, algo que en otro tiempo hubiera parecido imposible para alguien con un módulo de higiene bucodental y un curso de manipulador de alimentos, ahora era casi un hecho consumado.
Agarró su chaqueta vintage de pana con la mano del brazo utilizado para la vacuna y con la otra apretó un algodón sobre la marca que había dejado la aguja. Sabía que no era como un navajazo a la salida de un after o un orificio de bala por ajuste de cuentas, pero aun así había que tomarse en serio el protocolo. Cuando salió de uno de los cubículos desmontables que habían instalado en la iglesia por la campaña de vacunación se dirigió a la zona de espera situada frente al altar, donde le esperaba Óscar con una sonrisa cómplice. La imponente iglesia gótica con forma de colmena dotaba al momento de cierto carácter sacro. Era reconfortante atravesar las cortinas del habitáculo usado para atender a los pacientes y reencontrarse con Dios, al que estaba dispuesto a dar una oportunidad hasta que tuviese el estómago lleno.
- Misión cumplida. – Dijo Jaime al llegar, taponando con su dedo índice la posible hemorragia.
- Bueno, ¿qué se siente? – Le preguntó Óscar, apartando la mochila que había utilizado para guardarle el sitio en uno de los viejos bancos de pino, utilizados ahora como sala de espera improvisada.
- …Uhm…No sabría qué decirte…- Respondió dejándose caer contra el respaldo de madera que se quejó con un crujido.
- ¿Alguna mutación o tentáculo a destacar?
- Por desgracia no. – Dijo Jaime divertido echando un vistazo a su bragueta.
- No, en serio, qué luego me toca a mí. ¿Notas algo raro? – Dijo Óscar interesado.
- Parece que nooouuuoooo. – Sus palabras recorrieron la cuesta abajo de un walkman sin pilas. – ¡Perdón! – Jaime cerró la boca hinchando los carrillos y puso cara de asombro.
- Ostras, se te está poniendo voz de hombre jajaja. – Dijo Óscar dándole una palmadita en la pierna. – Ya era hora.
- Uf, creo que han sido mis tripas... – Respondió con cierto recelo.
- ¿Gases? No me digas que la vacuna da gases…
- Gases no sé…pero hambre...me comería a mi abuela por los pies. – Seguía dándole vueltas a la poca consideración que había demostrado el ejecutivo por no disponer una partida para contrarrestar el mal trago.
- ¿Hambre? – Dijo Óscar con los ojos como platos. - ¿Llevamos esperando la dichosa vacuna casi veinte meses y te da hambre? – Le miró fijamente con una amplia sonrisa esperando subirle un poco el ánimo y reír juntos a carcajadas. Los últimos meses habían sido duros para Jaime y pasar tanto tiempo solo en casa le estaba pasando factura.
- No, en serio…creo que hay algo más. – Añadió llevándose la otra mano al estómago.
- ¿Sí?
- Algo oculto, en las profundidades. – Dijo Jaime con preocupación.
- ¿El Kraken?
- Déjate de bromas que esto es serio.
- Perdona Jaime, sólo pretendía rebajar la tensión.
- Paso, no te cuento nada…te vas a reír de mí como siempre.
- Venga hombre no me dejes a medias, a veces te tomas todo a la tremenda.
- A ver, cómo te lo explico… ¿No has tenido ganas alguna vez de partir una langosta de un rodillazo y chuparle la cabeza hasta que el juguillo de sus sesos inundara tu paladar? ¡Shruuuuuup! – Jaime lo escenificó con un gesto de karate y llevándose la mano que tenía libre a unos cómicos morritos.
- Hombre Jaime, entiéndeme, yo he sido siempre más de otras cosas. – Respondió Óscar que contenía ahora la risa. Jaime continuó.
- ¿No te has imaginado nunca coger un muslo de pavo en nochebuena y llevártelo a la boca con gesto desafiante?...
- En nochevieja, quizás. – Óscar le siguió el juego a ver dónde llevaba todo eso.
- … ¿O abrazar una pata de cordero para evitar indeseables?...
- Eso lo hizo un novio de mi hermana. No te lo recomiendo. – Óscar avivaba la hoguera con sorna.
- … ¿O abalanzarte sobre un cochinillo y arrancarle la cabeza de cuajo con un mordisco? En definitiva, tomar lo que es tuyo por derecho e hincarle el diente sin pensar en el que dirán. – Terminó de decir Jaime con la cara iluminada en tonos blancos y rojizos por los haces de luz que atravesaban las majestuosas vidrieras.
- Jajaja, ¿sabes que estás como una cabra? – Óscar miraba alucinado a su amigo pensando que igual no se había interesado lo suficiente por él desde que comenzó la pandemia.
- Sabía que te lo tomarías a broma, no se te puede contar nada. – Protestó Jaime dándole la espalda.
- Anda, no te lo tomes así. Te propongo algo. – Dijo Óscar con voz reconciliatoria. - ¿Qué te parece si cuando terminemos aquí nos vamos de comilona? – Preguntó Óscar con efusión. Jaime se giró de un salto para ver con que cara estaba diciendo tal cosa.
- ¿Me tomas el pelo? – Preguntó Jaime con desconfianza.
- Lo digo en serio… ¡Y paga esta! - Espetó Óscar sacando del bolsillo la tarjeta de crédito de su mujer como si fuera un árbitro amonestando posibles consecuencias. - ¡A tomar por saco todo! - Remató en busca de la sonrisa de quién hace mucho tiempo fue su compañero de pupitre en los últimos cursos de la E.G.B.
- ¡Hombreeeeeee…ya era hora que la utilizases para algo más que comprar en el IKEA! – Jaime le quitó la tarjeta a su amigo e hizo el gesto de dar la comunión con ella.
- Expiaremos nuestros pecados. – Dijo finalmente Óscar empezando a pensar cómo podría contentar a su amigo sin dejarse el sueldo y a la vez justificarse con su señora de forma convincente.
Después de la euforia, ambos quedaron en silencio durante unos minutos, observando como las pacientes enfermeras iban llamando por turnos a los citados y registraban en el sistema informático el nombre de los que recibían su primera o segunda dosis. Para estar en una iglesia el ambiente era bullicioso, la gente entraba y salía con nerviosismo, había multitud de comentarios sobre los efectos secundarios que podrían tener tal o cual marca de vacunas, y la reverberación de todo eso rebotaba de manera envolvente. Era curioso ver cómo algunos pacientes envalentonados despotricaban de otros que llegaban con un miedo irracional, en la mayoría de los casos, arrastrados hasta allí por sus familiares más cercanos. Hasta ahora el ambiente no había sido malo, pero distaba de ser agradable. Después de unos minutos escudriñando la escena, Jaime habló de nuevo.
- ¿Ves a la enfermera de allí? - Dijo con voz contraída y señalando con la mirada el objeto de su comentario.
- ¿La rubia pechugona? – Contestó Óscar esperando una respuesta pícara.
- Si, esa.
- ¿Qué le pasa?
- Cuando me atendió no me había fijado bien, pero ahora que la miro, es clavada a la cerdita Peggy.
- ¡Es verdad! La misma en carne y hueso, jajaja. – Dijo Óscar preparándose para echar unas risas.
- Con esos tacones mueve las caderas como si pasease a saltitos por el campo buscando alguna bellota que echarse a la boca. – Añadió Jaime.
- Jajaja, veo que la vacuna te ha abierto todo tipo de apetitos. – Ambos sonreían y miraban fijamente su voluptuosa figura. Era una mujer entrada en años y se desenvolvía con gracia ante cualquier moscardón. Cada vez que un hombre intentaba piropearla ella desviaba la conversación con gracejo y simpatía. - Yo también me he fijado, no creo que haya sido por la vacuna. A su manera llama la atención. ¿Te gusta?
- Despierta mis instintos.
- ¿No será uno de tus flechazos a primera vista? Que nos conocemos y sabemos cómo acaba esto. – Óscar le miraba a los ojos buscando pistas, pero más allá de intuir que iba a necesitar colirio urgentemente, no encontró nada.
- No es eso.
- ¿Entonces? Desembucha.
- Sólo que…- Jaime intentó luchar un instante con lo que iba a decir para no quedar como un desequilibrado, pero fue en vano, cuando lo volvió a pensar ya era tarde. – Creo que podría comérmela. – Dijo Jaime tranquilamente con la mirada inclinada hacia su presa.
- Las ranas no tenéis dientes, Gustavo. – Replicó Óscar buscándole las cosquillas.
- Si tuviese lo que hay que tener me levantaría ahora mismo, caminaría de manera decidida hacia ella y le daría un mordisco en el cuello hasta hacerle derramar un litro de sangre caliente por su voluminoso pecho. Le desgarraría la carótida de manera que su bata se tiñese de rojo pasión e iría poco a poco mordiendo cada vez más abajo, primero el solomillo, luego la panceta, el secreto, para finalizar con su grueso trasero. – Dijo impasible sumergido en el humo de un incensario.
- Escucha Jaime, el confinamiento te ha hecho mucho daño. El rabo de toro ya lo pones tú, supongo. – Le espetó Óscar algo avergonzado por el comentario. Miró en derredor por si alguien hubiese podido oír semejante blasfemia.
- No se trata de eso, créeme. - Jaime miró fijamente a Óscar con el rostro sudoroso y los ojos aún más enrojecidos. – Me…la…co…me…rí…a. – Repitió con voz quieta y seria, sacada de algún lugar lejano.
- Me estás preocupando. A ver si esto forma parte de un posible efecto secundario.
- No bromeo, esto es serio. Me arde el estómago, diría que todo mi sistema digestivo está ahora mismo en llamas. Una maldita caldera reclamando más madera.
- ¿Quieres que llame un médico? - Dijo Óscar algo asustado. Había pasado poco tiempo, pero veía un rostro que ya no le era tan familiar.
- ¡No! – Le cortó Jaime con una voz que aserraba unos labios ahora quebradizos. El eco estalló en la sala como una bandada de murciélagos y varias personas se giraron sorprendidos a mirar que ocurría. Óscar enmudeció al ver su rostro serio y ojeroso.
- Venga Jaime…vámonos a desayunar, aviso en recepción que tengo que salir por una urgencia familiar y ya está. – Óscar agarró del brazo a Jaime y tiró de él para intentar levantarlo. Es cierto que estaba ardiendo.
- Ya es tarde. ¿Ves aquella fuente? – La voz le sonaba a cristales rotos.
- Si, ¿Te traigo agua? Te sentará bien, estás sudando y creo que tienes la garganta seca.
- Tengo una idea mejor, ¿Por qué no vamos hasta allí para que te golpee la cabeza con ella hasta que tu acuoso cerebro caiga al suelo como una enorme yema rosácea? Prometo arrodillarme luego y lamer las baldosas como si fuera un perro. – Jaime miró a Óscar de forma lasciva, con unos ojos infectados en venas abiertos de par en par.
- ¿Cómo puedes decirme algo así en un lugar como este? – Óscar le miró desde uno de los extremos de la distancia que se acababa de abrir entre ellos.
- La verdad es que no he tenido mucho tacto.
- Sabes que he tenido que cambiar de fecha mi cita para acompañarte porque estabas de bajón, he tenido que pedir un día de asuntos propios en el trabajo y mi mujer se ha cogido un rebote de tres pares de narices… ¿Para esto? ¿En serio? ¿Para montarme otro de tus numeritos? – Levantó enfadado la voz sin importarle que alguien pudiese reparar en ellos.
- Podrías tener un poco de empatía, ponte en mi lugar. – Le contestó Jaime.
- Lo que voy a hacer es poner distancia entre mi sesera y tus memeces. – Óscar empezó a recoger sus cosas e hizo ademán de marcharse.
- No, ¡No te vayas! – Exclamó ahora Jaime alargando la mano para retenerlo. Se sentía algo aturdido, pero sin ningún tipo de remordimiento.
- Nunca hubiera imaginado esto. – Le reprochó Óscar con tristeza. - Hostias Jaime, que somos amigos desde el colegio. ¿Cuántas veces me pegó “el basura” por defenderte aun cuando había sido culpa tuya? ¿Así me lo pagas? – El enfado iba en aumento.
- No te pongas así hombre que no es para tanto. – Contestó Jaime ausente de emociones.
- ¿Cómo quieres que me ponga? ¿Has pensado en algún momento en mis niños? Te recuerdo que eres el padrino de Ángela. ¿Cómo piensas explicarle que le has abierto el cráneo a su papi con la fuente de mármol de la iglesia para comerte sus sesos desparramados por el suelo? – Óscar miró a Jaime desafiante.
- Sabes que no podría hacerle daño a ese angelito. – Replicó con ternura. - Si es que es verla…y se me cae la baba…es que me la comería a besos. – Jaime intentaba ser convincente en su respuesta, pero recordar todas las putadas que le había hecho ese bicho desde que nació no ayudaba.
- Pues no lo parece.
- Al menos déjame que le presente mis respetos a la enfermera pechugona.
- ¡Tú de aquí no te mueves! – Le ordenó Óscar a su amigo trastornado.
- Óscar, estoy desesperado, tengo un volcán hawaiano enfurecido en el estómago, necesito arrojar una virgen que lo apacigüe. ¿Qué habíamos dicho de la empatía? – Sus palabras parecían masticadas por el camión de la basura.
- Dudo que tu Peggy de carne y hueso sea precisamente virgen. ¡Nos quedamos aquí! – Volvió a ordenar Óscar. – Tiene mandanga que incluso el día que nos ponen la dichosa vacuna tengas que montar un Cristo. – Añadió.
- ¿Te acuerdas cuando íbamos al colegio y pellizcábamos el bocata en la punta para asegurarnos que el mordisquito del gorrón de turno no se llevaba la mitad? – Le preguntó Jaime en un tono más afable.
- ¿Y eso a qué viene?
- Podríamos hacer lo mismo, te agarras un michelín por donde creas conveniente y ... – Propuso Jaime entornando sus ojos rojos de cordero degollado.
- Si claro. Lo que te voy a dar son dos hostias que te tengo guardadas desde hace mucho tiempo. Eso es lo que te ha faltado siempre, un buen par de hostias. – Después de estas palabras ambos quedaron en un cara a cara silencioso. El día se había nublado y apenas entraba luz por las cristaleras de colores.
- A lo mejor tienes razón. – Añadió.
- ¿En qué? – Óscar se sorprendió. Jaime no daba su brazo a torcer jamás.
- Digo que es posible, y sin que sirva de precedente, que esta vez estés en lo cierto. No es la primera vez que oigo que de niño me habría hecho falta una buena tunda.
- ¿Eso es otro efecto secundario de la vacuna? – Óscar estaba totalmente descolocado.
- ¡Dame una hostia Óscar! Si queremos descubrir qué me está pasando antes de que sea demasiado tarde, tenemos que descartar una a una todas las opciones.
- ¿Aquí delante de todo el mundo?
- Piénsalo, ¿Quién mejor que tú y en qué lugar mejor que este?
- ¿Estás seguro? No quiero movidas luego.
- No perdemos nada por intentarlo.
- De acuerdo, pero si no funciona luego iremos a ver un médico. – Óscar empezó a remangarse la sudadera sin vacilar.
- ¡Espera! Podríamos primero mojarnos las manos con agua bendita, nos santiguamos y luego me hostias como si no hubiera un mañana. Haremos de este momento una consagración de nuestra amistad. – Dijo Jaime con su nueva voz de ultratumba.
- De acuerdo. Retirémonos a un lateral. – Ambos salieron a trompicones del banco y se dirigieron a una pileta poco iluminada. Una pequeña imagen de San Judas Tadeo, envuelto en un aura rojiza por efecto de la ofrenda de velas, los miraba curioso desde su ornamento dorado.
- Sumerjamos nuestras manos y santigüémonos. – Dijo Jaime solemne, que seguía dándole una oportunidad a Dios hasta la hora del almuerzo.
- En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo, amén. ¿Estás preparado? – Preguntó Óscar con la sensación de que no era la mejor idea.
- Que la mano del Señor guie su camino.
- Cierra los ojos. – Y él también cerró los suyos.
Óscar, que había sido defensa del equipo de rugby de la universidad, actualmente trabajaba como mecánico de camiones y llevaba un año enganchado al Crossfit y a los batidos de proteínas. Estiró su brazo hacia atrás tensando su cuerpo como una catapulta. Cuando soltó el resorte, su poderosa mano abierta impactó como un miura en la cara del torero envalentonado que le esperaba a puerta gayola. Por algún motivo desconocido los músculos faciales de Jaime habían perdido consistencia y Óscar pudo sentir como desgarraba la cara de su amigo de una forma que ya era inevitable. También hay que decir que Óscar no se guardó nada para luego y le atizó con todo lo que tenía.
Cuando terminó de completar el movimiento a Jaime le faltaba una mejilla dejando al descubierto la mandíbula en la que aún resistían algunos dientes. Se quedó agachado palpándose el rostro con ambas manos, en silencio, mientras parte de las personas que estaban esperando su turno en los bancos de la iglesia se preguntaban que había sido ese ruido sordo y que demonios eran esos restos gelatinosos que salpicaban ahora sus rostros y ropas a partes iguales.
Después de incorporarse tuvo la certeza de que el hormigueo de su lado bueno de la cara había desaparecido, y que al igual que los polos magnéticos de la Tierra, había cambiado de posición con su opuesto sin avisar. Algo le decía que no sólo se iba a quedar sin comilona, sino que la posibilidad de pegar un braguetazo se acababa de esfumar.
Óscar se miró su mano derecha y se asustó al comprobar que la tenía cubierta de una pringue sanguinolenta que olía a heces de pescao rancio. Los presentes les miraban incrédulos sin saber todavía que acababa de suceder, y mientras se afanaban en limpiarse empezaron a murmurar sin quitarles la vista de encima.
- Jaime…lo…lo siento…- Dijo Óscar balbuceando y con la cara pálida. Jaime se incorporó a medias con la mano en la mejilla, que sorprendentemente apenas sangraba. Su ojo izquierdo había adquirido un color grisáceo y le observaba con la expresión de un rape en la pescadería, por no hablar de que distaba mucho de estar encajado en el lugar correcto.
- He notado cierto resquemor ahí ¿no? – Dijo Jaime dejando escapar las palabras por su mejilla excavada a cielo abierto. El ojo vago se esforzó por no quedar colgado en límite de barrio ajeno y temblaba como si tuviera vida propia.
- ¡Perdóname Jaime, vamos a buscar un médico! – Era imposible apartar la mirada de ese rostro podrido y cayó en la cuenta de las veces que Jaime había hecho gala de ser un jeta o un caradura. - Hay que joderse…
- ¿Sabes qué?
- ¿Qué?
- Sigo teniendo hambre. – Su voz sonó trémula, confirmando que algo raro estaba pasando.
- Esto no pinta bien… - Óscar lo miraba con fascinación y no pudo evitar soltar una pequeña risita nerviosa al recordar con un flash el chiste de Franco Cardeño montando en moto.
CONTINUARÁ....(Capítulo 1 de 2)
JM Román 27/04/2021