Y es difícil que se repita, dado que hoy en día resulta difícil ir por delante de las posibilidades que brinda la tecnología de los equipos, y que parece que todo el mundo sólo se limita a esperar al próximo aparatito, que se lanzará al mercado del consumismo voraz antes de que se le hayan explotado todas las posibilidades a los anteriores. Quizá esa pulsión (GAS, lo llaman algunos) que propicia la competencia entre fabricantes esté castrando la imaginación de algún otro genio por el camino.
En cuanto a lo musical, Jimi tenía orejas grandes: lo influyeron una gran variedad de estilos con los que había evolucionado la guitarra, y en cuya evolución ésta también había participado decisicamente, sin encasillarse en ninguno y sin tan siquiera tratarlos separadamente. Primero fue la fusión; después, partiendo de ahí, abrió las puertas a una serie de nuevos géneros que marcaron la frontera entre los sesenta y los setenta, cuando todo guitarrista atendía a su legado y profundizaba en él en sus exploraciones musicales.
En lo vital, también fue un exponente de su generación: la del inconformismo valiente llevado como actitud vital, la de los excesos en la cuerda floja, la que cambió nuestra sociedad en su búsqueda de algo distinto desde sus fundamentos.
Eso es un genio en cualquier faceta de la vida: alguien que con los mismos medios que los demás llega más allá de lo que cualquier otro había imaginado, y Hendrix lo hizo con su estilo, aunando fusiones varias, con su técnica innovadora, rompiendo cánones en su manejo con el instrumento, y con los equipos y la tecnología a su disposición. Resultado: obviamente, un antes y un después; lo que en filosofía de la ciencia se denomina un cambio de paradigma.
Y nosotros aquí, muy preocupados por si es mejor que otro el aceite de limón de tal marca para hidratar diapasones de caoba y que los dedos resbalen como por el culito de un bebé por unas cuerdas con entorchado metálico, no vayamos a tener pupitas...