Ayer en taringa encontre un video del guitarrista de Ráfaga (Grupo de cumbia Argentino), me puse a mirarlo, y me encontré con algo totalmente diferente a lo que me esperaba.
Eso me llevó a encontrar en inet una entrevista que le hicieron hace ya mucho tiempo. me parecio interesante la historia del tipo y queria compartirla. quiza les interese, especialmente a los guitarristas argentinos de foro, que saben como esta el panorama musical en argentina.
De como la cumbia arruina a un guitarrista virtuoso...Raúl Rosales es justamente el guitarrista de Ráfaga, un personaje curioso ya que pocos saben que el tipo es un fan del rock y del metal. Sin embargo la mala situación para los rockeros nacionales hizo que se tuviera que dedicar a la cumbia. Discusiones aparte me llamo la atención que en una nota que le hicieron en MuchMusic, pidiera ver "Two Minutes To Midnight" de Iron Maiden, cuando leí esta nota considere justo para que vean que los estilos no hacen a las personas y también porque la cumbia es realmente mala para quienes disfrutamos de la buena música, un estilo que muestra la actual situación del país, creando y divirtiendo a seres ignorantes, por lo menos uno de ellos se escapa de la regla y tengo la oscura sensación que son muchos más.
Jueves 11 de Enero de 2001
DE COMO EL GUITARRISTA DE RAFAGA ELIGIO UN CAMINO
“Hay guitarristas virtuosos que tienen la posibilidad de no venderse como me vendí yo y por eso están en el anonimato”
Raúl Rosales es Richard, el llamativo instrumentista de uno de los grupos más populares de la cumbia argentina. Antes, durante y después, Raúl es rockero de corazón y en él puede ejemplificarse el camino que muchos otros músicos siguieron. Aquí, su historia, que no es la historia del día, pero se le parece bastante.
[RIGHT]CRISTIAN VITALE[/RIGHT]
En el colectivo que lleva a Ráfaga por todo el país, hay una imagen que persiste: es Richard, sentado al fondo, solo, y escuchando a Steve Vai o Joe Satriani en su discman. A varios de sus compañeros, el rock así entendido les molesta un poco. Por eso él debe esperar que se duerman para compartir esa música –la que no escuchan todos– con el chofer del micro y el sonidista de la banda. No le queda otra. En cada show, sin embargo, hay reservado un lugar para que el hombre pueda puntear y ejecutar la gran Mollo (ver foto). Raúl Ariel Rosales, el guitarrista del que sea posiblemente el grupo de cumbia más popular del momento, vive entre el rock y la cumbia. En una encrucijada permanente, según confiesa. “Es muy duro, varias veces llegué a mi casa llorando por tocar cumbia. La bailanta es un ambiente para mujeres que buscan tipos facheros y lo mío va por otro lado, soy un veterano (tiene 26 años) y mi cara no da para eso. Hay un marketing que te impone que tenés que ser lindo, fachero, pelo largo. ¿Ves algo de eso en mí? En los primeros recitales me cohibía, me ponía el pelo en la cara porque no podía mirar a la gente. Sólo quería tocar y de hecho me mataba tocando, pero sentía que ellos no me daban pelota. ¿Qué voy a hacer?: la necesidad tiene cara de hereje”, admite.
Richard nació y vivió toda su vida en el barrio de Diego, Villa Fiorito. Siempre fue un bicho raro en el vecindario: mientras todos escuchaban Malagata, él se mataba con Deep Purple, Led Zeppelin y Pink Floyd. Dice que la primera guitarra la empuñó a los 10 años. “Una Faim negra, de mi hermano, toda desafinada” y que, luego de aprender de las Toco y Canto, su sueño del pibe fue tener una banda de rock and roll como el grupo de Gillan, Lord y Blackmore. “La primera vez que escuché a Blackmore dije ¡la puta! Esto es increíble, ¿cómo hace este tipo para tocar con velocidad y armonía a la vez? Así me convertí en un setentista absoluto, no pensaba en otra cosa que en tener una superbanda de rock. Jamás había pensado en tocar cumbia. Ni siquiera escuchaba cumbia. Yo estudiaba en un industrial de Avellaneda y todos mis compañeros eran rockers de barrio, me sentía muy bien en ese ambiente.”
Y, sin embargo, empezó tocando cumbia. Un buen día, un proveedor del almacén que sus padres todavía tienen en Fiorito, escuchó su guitarra detrás de la pared y le insistió para que tocara en un grupo del género. “Le dije que sí, porque siempre había tocado solo, en mi casa, y quería saber cómo era tocar en una banda. Me pasó lo mismo que a esos jugadores que sueñan todo el tiempo con jugar en Primera, pero se tiran de cabeza si los vienen a buscar de Sacachispas con la camiseta y un par de botines.” No le fue bien en aquella primera experiencia. Se puso firme. “Esta vez voy a formar mi banda de rock, no quiero saber más nada con esto”, dijo en un momento. Terminó la secundaria, se metió en la Universidad a estudiar ingeniería electrónica y cumplió su sueño. Armó una banda under junto a su compañero Mauro –hoy también parte de Ráfaga, es el tecladista– para hacer covers de Purple. “El grupo se llamaba Alternativa, tocábamos ‘Haragán’, ‘Maltratado’ y otras, así recorrimos muchos pubs en el sur. Pero nunca pude traer mi banda a la Capital. Sabía que sonaba bien, pero ni siquiera tenía plata para el flete. Tocábamos en pubs de la zona sur y nos pagaban con pizza para la gente que nos seguía. Además, teníamos que llevar los equipos en el 404 de mi viejo. Por eso, cuando en la Rock and Pop dicen que toco bien, pero que soy un careta, yo pienso ¿por qué no me apoyaron antes?. Gracias a la cumbia, pasé de la vieja Faim a tener tres Fender americanas. Nunca me hubiese pasado si seguía con el rock, por lo menos en este país.”
Alternativa duró todo 1995, teloneó a un Rata Blanca en decadencia y se separó. Nuevamente, Richard fue tentado por la cumbia. Pero esta vez iba en serio. “En un principio, prefería andar sin un mango en el bolsillo y defendiendo mis gustos, antes que hacerles el caldo gordo a los demás. Se sabe que el músico es el último orejón del tarro. Pero al final me convencieron: yo estaba sin laburo, el título no me servía para nada y mis viejos me tenían que pagar el boleto para ir hasta la facultad. Por eso encaré Ráfaga. Hay guitarristas virtuosos que tienen la posibilidad de no venderse como me vendí yo y por eso están en el anonimato. Lo mismo les pasa a esos poetas increíbles que tienen que vivir al día, mientras nosotros, con letritas de amor y un poco de ritmo tenemos mucho éxito. Soy consciente de eso y me da bastante bronca. Pero yo no puedo arreglar el mundo.” Ráfaga permitió que Richard conozca lugares que jamás hubiese podido de otra manera. No está lleno de plata como muchos piensan (“eso es un mito”, dice), pero estuvo en todo Latinoamérica y llegó a España. Hasta conmovió a turistas ingleses en las Islas Canarias, cuando peló el trillado solo de “Humo sobre el agua”, mientras los gringos se aburrían con la salsa, como llaman ellos a la cumbia. Pero está molesto porque la cumbia le endureció los dedos. “Nunca más pude tocar ‘Haragán’”, reclama.
Sin embargo, no abandona su viejo sueño. Está convencido de que, algún día, tendrá su grupo de rock. Una banda que imagina “sin tatuajes, ni circo con humildad y buena música”, pero tiene miedo de que el ambiente lo discrimine por haber tocado cumbia. “De hecho, ya lo han hecho varias veces. Debo ser el único caso de discriminación en ambas partes. Cuando tocaba rock, me costaba conseguir lugares para tocar porque tenían miedo que se llene de descontrolados y ahora me discriminan por ser el guitarrista de Ráfaga”.
Eso me llevó a encontrar en inet una entrevista que le hicieron hace ya mucho tiempo. me parecio interesante la historia del tipo y queria compartirla. quiza les interese, especialmente a los guitarristas argentinos de foro, que saben como esta el panorama musical en argentina.
De como la cumbia arruina a un guitarrista virtuoso...Raúl Rosales es justamente el guitarrista de Ráfaga, un personaje curioso ya que pocos saben que el tipo es un fan del rock y del metal. Sin embargo la mala situación para los rockeros nacionales hizo que se tuviera que dedicar a la cumbia. Discusiones aparte me llamo la atención que en una nota que le hicieron en MuchMusic, pidiera ver "Two Minutes To Midnight" de Iron Maiden, cuando leí esta nota considere justo para que vean que los estilos no hacen a las personas y también porque la cumbia es realmente mala para quienes disfrutamos de la buena música, un estilo que muestra la actual situación del país, creando y divirtiendo a seres ignorantes, por lo menos uno de ellos se escapa de la regla y tengo la oscura sensación que son muchos más.
Jueves 11 de Enero de 2001
DE COMO EL GUITARRISTA DE RAFAGA ELIGIO UN CAMINO
“Hay guitarristas virtuosos que tienen la posibilidad de no venderse como me vendí yo y por eso están en el anonimato”
Raúl Rosales es Richard, el llamativo instrumentista de uno de los grupos más populares de la cumbia argentina. Antes, durante y después, Raúl es rockero de corazón y en él puede ejemplificarse el camino que muchos otros músicos siguieron. Aquí, su historia, que no es la historia del día, pero se le parece bastante.
[RIGHT]CRISTIAN VITALE[/RIGHT]
En el colectivo que lleva a Ráfaga por todo el país, hay una imagen que persiste: es Richard, sentado al fondo, solo, y escuchando a Steve Vai o Joe Satriani en su discman. A varios de sus compañeros, el rock así entendido les molesta un poco. Por eso él debe esperar que se duerman para compartir esa música –la que no escuchan todos– con el chofer del micro y el sonidista de la banda. No le queda otra. En cada show, sin embargo, hay reservado un lugar para que el hombre pueda puntear y ejecutar la gran Mollo (ver foto). Raúl Ariel Rosales, el guitarrista del que sea posiblemente el grupo de cumbia más popular del momento, vive entre el rock y la cumbia. En una encrucijada permanente, según confiesa. “Es muy duro, varias veces llegué a mi casa llorando por tocar cumbia. La bailanta es un ambiente para mujeres que buscan tipos facheros y lo mío va por otro lado, soy un veterano (tiene 26 años) y mi cara no da para eso. Hay un marketing que te impone que tenés que ser lindo, fachero, pelo largo. ¿Ves algo de eso en mí? En los primeros recitales me cohibía, me ponía el pelo en la cara porque no podía mirar a la gente. Sólo quería tocar y de hecho me mataba tocando, pero sentía que ellos no me daban pelota. ¿Qué voy a hacer?: la necesidad tiene cara de hereje”, admite.
Richard nació y vivió toda su vida en el barrio de Diego, Villa Fiorito. Siempre fue un bicho raro en el vecindario: mientras todos escuchaban Malagata, él se mataba con Deep Purple, Led Zeppelin y Pink Floyd. Dice que la primera guitarra la empuñó a los 10 años. “Una Faim negra, de mi hermano, toda desafinada” y que, luego de aprender de las Toco y Canto, su sueño del pibe fue tener una banda de rock and roll como el grupo de Gillan, Lord y Blackmore. “La primera vez que escuché a Blackmore dije ¡la puta! Esto es increíble, ¿cómo hace este tipo para tocar con velocidad y armonía a la vez? Así me convertí en un setentista absoluto, no pensaba en otra cosa que en tener una superbanda de rock. Jamás había pensado en tocar cumbia. Ni siquiera escuchaba cumbia. Yo estudiaba en un industrial de Avellaneda y todos mis compañeros eran rockers de barrio, me sentía muy bien en ese ambiente.”
Y, sin embargo, empezó tocando cumbia. Un buen día, un proveedor del almacén que sus padres todavía tienen en Fiorito, escuchó su guitarra detrás de la pared y le insistió para que tocara en un grupo del género. “Le dije que sí, porque siempre había tocado solo, en mi casa, y quería saber cómo era tocar en una banda. Me pasó lo mismo que a esos jugadores que sueñan todo el tiempo con jugar en Primera, pero se tiran de cabeza si los vienen a buscar de Sacachispas con la camiseta y un par de botines.” No le fue bien en aquella primera experiencia. Se puso firme. “Esta vez voy a formar mi banda de rock, no quiero saber más nada con esto”, dijo en un momento. Terminó la secundaria, se metió en la Universidad a estudiar ingeniería electrónica y cumplió su sueño. Armó una banda under junto a su compañero Mauro –hoy también parte de Ráfaga, es el tecladista– para hacer covers de Purple. “El grupo se llamaba Alternativa, tocábamos ‘Haragán’, ‘Maltratado’ y otras, así recorrimos muchos pubs en el sur. Pero nunca pude traer mi banda a la Capital. Sabía que sonaba bien, pero ni siquiera tenía plata para el flete. Tocábamos en pubs de la zona sur y nos pagaban con pizza para la gente que nos seguía. Además, teníamos que llevar los equipos en el 404 de mi viejo. Por eso, cuando en la Rock and Pop dicen que toco bien, pero que soy un careta, yo pienso ¿por qué no me apoyaron antes?. Gracias a la cumbia, pasé de la vieja Faim a tener tres Fender americanas. Nunca me hubiese pasado si seguía con el rock, por lo menos en este país.”
Alternativa duró todo 1995, teloneó a un Rata Blanca en decadencia y se separó. Nuevamente, Richard fue tentado por la cumbia. Pero esta vez iba en serio. “En un principio, prefería andar sin un mango en el bolsillo y defendiendo mis gustos, antes que hacerles el caldo gordo a los demás. Se sabe que el músico es el último orejón del tarro. Pero al final me convencieron: yo estaba sin laburo, el título no me servía para nada y mis viejos me tenían que pagar el boleto para ir hasta la facultad. Por eso encaré Ráfaga. Hay guitarristas virtuosos que tienen la posibilidad de no venderse como me vendí yo y por eso están en el anonimato. Lo mismo les pasa a esos poetas increíbles que tienen que vivir al día, mientras nosotros, con letritas de amor y un poco de ritmo tenemos mucho éxito. Soy consciente de eso y me da bastante bronca. Pero yo no puedo arreglar el mundo.” Ráfaga permitió que Richard conozca lugares que jamás hubiese podido de otra manera. No está lleno de plata como muchos piensan (“eso es un mito”, dice), pero estuvo en todo Latinoamérica y llegó a España. Hasta conmovió a turistas ingleses en las Islas Canarias, cuando peló el trillado solo de “Humo sobre el agua”, mientras los gringos se aburrían con la salsa, como llaman ellos a la cumbia. Pero está molesto porque la cumbia le endureció los dedos. “Nunca más pude tocar ‘Haragán’”, reclama.
Sin embargo, no abandona su viejo sueño. Está convencido de que, algún día, tendrá su grupo de rock. Una banda que imagina “sin tatuajes, ni circo con humildad y buena música”, pero tiene miedo de que el ambiente lo discrimine por haber tocado cumbia. “De hecho, ya lo han hecho varias veces. Debo ser el único caso de discriminación en ambas partes. Cuando tocaba rock, me costaba conseguir lugares para tocar porque tenían miedo que se llene de descontrolados y ahora me discriminan por ser el guitarrista de Ráfaga”.