Qué bello sería todo si se publicasen artículos o noticias sin nombres, sin etiquetas, simplemente siendo. Cuántos se confundirían y no sabrían ni qué pensar de tan oxidada que está su capacidad crítica. Porque ya no se piensa, se juzga. Y ni directamente ni nada, pues es el ignorante el que lo hace mientras el que piensa comprende.
Se podría achacar esta dejadez racional por la época que nos ha tocado vivir, la modernidad líquida de pensamiento débil, como se ha llamado. La última esperanza del desencanto de la modernidad (siglo XIX) tras la caída de los valores ilustrados fueron las grandes ideologías del siglo XX, que no han podido resistir tampoco el hastío vital que sentimos tras la muerte de Dios.
Y es que pensamos que las creencias generan un sentimiento cuando pasa justamente lo contrario, es el sentimiento el que genera la creencia. La violencia en las formas, la intolerancia (la no aceptación del otro, su intento de destrucción) es resultado de unos sentimientos, que detrás pueden contener las mejores de las intenciones (libertad, igualdad, etc), pero no excusa para nada las formas.
Todo es un circo y una pantomima, y ya hace tiempo que decidí involucrarme lo menos posible (es imposible salirse al completo). Desde entonces vivo feliz. Si mi vecino quiere tener la razón en algo, para el toda, se la regalo. A fin de cuentas es él el que tiene que valer su razón, no yo. Que mi otra vecina es pro-católica, bien por ella. Que el otro es tan inseguro que tiene que estar siempre por encima, bien también. Cuando uno ve que puede cambiar lo que puede cambiar y lo que no dejarlo estar, cuando uno asume su responsabilidad para consigo mismo, los suyos, y el mundo, os aseguro que todos los voceríos del mundo exterior se esfuman, pierden toda su fuerza. Y ya no hay víctimas ni victimarios, provocadores y provocados, ignorantes y mentecatos.