Nos llaman la generación perdida. Se habla de nosotros como quien se refiere a un anciano que se encuentra ante las puertas de la muerte. "No hay futuro, no hay esperanza. Todos se perderán".
La desesperación es el clavo ardiendo que quema a quienes se agarran a él. Ojos vacuos, sonrisas sin forma, palabras arrastradas.
El mundo arrastra consigo los valores y aniquila a todo el que nada contracorriente. El romanticismo yace bajo una pesada losa que nadie puede desenterrar. ¿Estamos muertos? No hay pasión, solo miedo a la soledad, incertidumbre ante el futuro. El anhelo, que va más allá de lo físico, que mueve al ser humano, no consigue atrapar víctima alguna.
Hace un tiempo me levanté y contemplé mi imagen en el espejo. Exhaustos, unos ojos de anciano me contemplaban sin el menor atisbo de interés. Los labios, sellados, en curva decreciente, rogando por volver al confort de una cama. Tenía fuerza, si. Luchaba, por supuesto. Pero creía en un futuro de derrota, un mundo sin amor, sin "para siempre", sin pelea, sin satisfacción.
Todos vagamos sin rumbo, muertos vivientes que se mecen al viento y aúllan. Todos nos creemos las palabras, mil veces repetidas, y caemos en un eterno dialelo. Pero yo no quiero repetirlo más.
Es hora de cambiar el discurso. Lo sé, lo sabéis. Es hora de formular deseos, es hora de soñar, de volver a ser niños, de entregarse a la vida y huír de las imposiciones, de derrotar al agotamiento, a la desesperación, a la anhedonia.
Hace un tiempo me levanté siendo un anciano, y hoy, como cada día a partir de hoy, me levantaré siendo un niño. Con ojos resplandecientes y una media sonrisa, con el brillo del alma pugnando por sobresalir.
Soñaré con besos, soñaré con música, soñaré con mil historias, y con un futuro en el que mi pensamiento aporte algo.
Seré un niño cándido e ingenuo al que quienes creen ostentar el poder creerán partir en mil pedazos, pero cada uno de esos pedazos será otro niño que sonría y luche encarnizadamente, pues el niño, inocente, honesto y sincero, que se preocupa por los suyos y lucha por el futuro, es el guerrero que creará un nuevo mundo.
Me quejaré de las injusticias, como siempre me he quejado, rezongaré y me aburriré, como todo el mundo, tendré días tristes y días felices, pero todos ellos los contemplaré con la memoria del niño, que no quiere grabar la injusticia a fuego, que no cree en la muerte del amor y el deseo, y todo eso lo sumaré a los conocimientos que me da la vida, los años.
Pelearé y defenderé a otros niños, no me importará regalar los oídos de las personas que brillan con luz propia, no sentiré que debo mostrar una imagen ante el mundo ni me preocupará que otros me critiquen cuando sepa que el camino es el correcto. No escucharé los susurros de los muertos, que intentan arrastrarnos en su camino.
Aprenderé el verdadero significado de la palabra madurez, que no implica desidia y abatimiento, ni una cómoda aceptación. No seré, como dijeron Pink Floyd, un ser cómodamente insatisfecho, ni tendré miedo a un planeta vacío, como Porcupine Tree, pues yo llenaré ese planeta con mis ganas de vivir. Seré un árbol maduro, con frescor y ganas de alzar sus hojas verdes y frondosas, de atrapar con mis ramas la luz del sol y beber el agua de la vida que fluye en los arroyos.
Os miro con ojos de niño y os digo que todo esto está en nosotros, y que podemos creer en otro futuro.
Que los niños del siglo XXI no somos una generación perdida y no estamos muerto, que quienes creen que pueden fustigarnos caerán si nosotros así lo deseamos.
Que todos podemos equivocarnos y volvernos a levantar, que podemos creer en las palabras amistad y amor y podemos recuperarlas, y que, sobre todo, podemos recuperar una palabra que algún día debe volver a significar algo...
Esperanza.