Tuve un blog hace pocos años, trataba de jazz (del que me gusta, que raramente pasa del año 65). En una de las entradas hablaba de álbum de Oliver Nelson "The Blues and the Abstract Truth", ya había tratado en ese momento del swing, el bebop, el cool y el hard bop y me adentraba en el post bop, ya entrados en los años 60. En aquel momento hablaba de la búsqueda de un espacio de libertad que dio lugar al avant garde jazz y el free jazz. Sobre este último, creo que mucha gente tiene una concepción errónea de lo que es (de hecho, es muy distinto hablar de Larry Ochs que de Ornette Coleman, en un sentido casi filosófico incluso).
Sé que me voy a marcar un offtopic de categoría, pero ya que ha salido a colación, el que quiera que lea el tocho y el que no quiera, sólo tiene que pasar al siguiente post.
Empezaré por mi apreciación personal: si alguien considera el free jazz como música, se está quedando con menos de la mitad del concepto, de hecho, no es música formalmente hablando, y recalco lo de formalmente hablando. Mucha gente se arroga -y no lo digo por nadie en concreto- cierta cultura musical por su gusto por el free jazz, en una suerte de snobismo, mientras que deja de hacer el ejercicio necesario para entender que lo que está escuchando no es una sucesión de notas, sino una declaración de intenciones: y para esto hay que entender en qué contexto se crea.
Los subgéneros imperantes durante la década de los cincuenta, cool y hard bop, fueron la punta de lanza para adaptar nuevas formas y filosofías en el jazz a finales de ese mismo decenio; es en ese momento cuando Miles Davis rompe la baraja del jazz con su “Kind of Blue”, donde la improvisación en ese trabajo pasa a tener un enfoque modal. Aunque improvisar basándose en modos requiere meditación, amén de obligarte a asimilar una base teórica sustancial, las posibilidades de libertad para el intérprete, una vez domina este territorio, son muchísimo mayores que con la improvisación tradicional. Hay muchas reseñas que etiquetan como jazz modal el trabajo anterior así como otros similares, queriendo ver en ello un estilo dentro de género; yo no soy muy amigo de usar el término jazz modal, pues históricamente se ha hecho uso de los modos en casi cualquier forma de jazz, de hecho, no es ni mucho menos algo ajeno a otros géneros musicales. Para mí, el enfoque modal no es más que un recurso adicional para afrontar la interpretación, un cauce de expresión musical que puede ampliar horizontes para el compositor y el instrumentista.
Lo importante de lo anterior, es que este espacio de libertad sobre el que se cimentó la música en ese álbum –y en alguno más de ese mismo año, seamos justos, y me refiero a los enormes "Mingus Ah Um" de Charles Mingus, "Time Out" de Dave Brubeck y el inconmensurable "The Shape of Jazz to Come" de Ornette Coleman-, fue acicate para que otros músicos emprendieran una carrera por encontrar nuevas formas de expresión que se salieran de la norma establecida. Y es así como se dio el pistoletazo de salida a los cimientos del avant garde jazz y del free jazz.
Como es habitual, no existió una brecha vacía entre el cool y el hard bop y los nuevos estilos más vanguardistas, sino que hubo una amplia escala de grises en medio. A una parte de esta escala de grises se ha venido llamando post bop, donde encontramos un crisol en el que distintos enfoques del género se mezclan entre sí y que ha provocado lo que provocan todas las etiquetas: aparición de discos que no encajan en un único universo o que no encajan realmente en universo alguno. Al final, llegó el free jazz. Fundamentalmente, el free jazz no es "hacer lo que te de la gana", sino "hacer con total libertad", entre ambas afirmaciones existen matices muy importantes.
Atribuir exclusivamente la ruptura de lo formal del bebop, el hard bop o, en menor medida el cool, a factores musicales y de creatividad, es relativizar demasiado las cosas. No siendo éste un topic de política, no obstante, pasando sólo un poco más que de puntillas por ella, sí creo necesario enmarcar determinado entorno sociopolítico para entender qué hizo a muchos músicos romper el academicismo tradicional.
Según el escritor afroamericano Amiki Baraka, ensayista de jazz y activista político –del autor recomiendo leer la obra “Black Music. Free jazz y conciencia negra" (1959-1967) Ed. Caja Negra, y aprovecho, de paso, para saludar a la CIA-: “[…]Nadie puede rebatir la afirmación, por cuanto el jazz, surgido a finales del siglo XVIII del abrazo encadenado de los esclavos africanos y la cultura occidental sobre suelo americano, siempre estuvo gestionado por el hombre blanco[…]”. No le falta razón en tal sentencia, ni en la que afirmaba que la mayoría de críticos de jazz han sido norteamericanos blancos mientras que la mayoría de músicos de mayor relevancia en el género no lo fueron.
Si nos remontamos al primer disco grabado de jazz, allí encontramos a la Original Dixieland Jazz Band, en 1917, formada por músicos blancos; las orquestas más importantes de swing en los años 30 y 40 estaban gestionadas por empresarios blancos, como Benny Goodman; históricamente, el aforo de los clubes más emblemáticos de jazz, como el Cotton Club, había estado copado por blancos y, los músicos negros, tenían prohibido usar la misma puerta de entrada que el resto de asistentes; añadamos que la aparición del cool, música que en muchos casos despojaba al jazz de sus raíces afroamericanas, captó la atención de la industria musical a finales de los cuarenta, y dedicó mucha de su promoción a instrumentistas no afroamericanos.
No es difícil comprender que los movimientos sociales siempre han mostrado su reflejo en la música, hasta el punto de que la música ha sido parte indisoluble de los mismos en muchos casos. Y es que la música es un diálogo sin palabras del mundo interior del que la crea e interpreta y, cuando quien lo hace se siente reprimido, la música se convierte en un discurso de protesta para quien consigue entenderlo. En el caso que nos concierne, los músicos negros empezaron a utilizar la música como cauce de su posicionamiento ideológico, rompiendo sus elementos tradicionales como parte de una protesta cada vez más radicalizada: de la reivindicación más fresca y, si se me permite, casi pueril del bebop a mediados de los cuarenta, al puñetazo en la mesa del hard bop como respuesta a la pérdida de raíces negras del género por parte del cool a mediados de los cincuenta y, de ahí hasta el avant garde y el free jazz, donde se hace saltar por los aires toda estructura musical apoyada por el “sistema” o stablishment que les oprimía. De hecho, no es raro que muchos intérpretes o compositores de jazz se islamizaran durante los años sesenta, tuvieran como referencia la ideología del Black Power o, incluso, financiaran con sus creaciones al Black Panther Party.
De una forma u otra, en infinidad de discos de jazz de los años sesenta que no podían etiquetarse claramente como avan garde o free jazz, encontramos referencias sonoras a los mismos como parte de un ADN de protesta social que los negros sostenían casi por supervivencia en una sociedad hostil hacia ellos, mucho post bop está impregnado de eso. Quizá, sabiendo por qué el free jazz es free jazz, los que siempre han dicho cosas como “no es música”, empiecen a comprender, al menos, por qué es como es y no de otra manera.
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