Pero es el ataque a Grace Lynn, una jugadora que pasó públicamente de apoyar el gamergate a atacarlo en redes sociales, en donde encontramos la intersección de dos de los grandes problemas de la cultura del videojuego. Tras semanas sufriendo acoso, y tras ver imágenes íntimas y detalles personales expuestos en un foro de 8chan, la jugadora tuvo que ver cómo más de 20 policías rodeaban su antigua casa ante lo que creían que era una situación con múltiples rehenes. Si la intervención no acabó de forma tan trágica como el caso Finch es porque Lynn, que monitorizaba el acoso, llamó con antelación avisando de la posible llamada falsa.
El bromista detrás de este caso de swatting resultó ser un ciudadano serbio que niega cualquier tipo de asociación con el gamergate. No obstante, la policía pudo probar que el hombre había encontrado la información en un foro privado y separado de 8chan en donde se coordinaban acciones relacionadas con esta campaña de ciberacoso machista. Y es el ciberacoso, el doxxing y la sobrevigilancia a otros jugadores y miembros de la industria, especialmente a mujeres y minorías, el otro gran problema de la cultura del videojuego que muchas veces nos negamos a ver y tratar. Aunque como pasa siempre, el acoso por parte de la comunidad se debe a múltiples factores sociales, políticos y personales, el hecho de que hablar del tema se perciba como un ataque al medio en vez de como un asunto a solucionar es algo que acaba por perjudicarnos a todos.