transcribo:
Un saludo
Hola gente,
Mi Mesa Cojea escribió:
Tiene 73 años. Viste de negro de pies a cabeza. Sus palabras se pagan tan bien como su silencio, aunque no parece rico ni mucho menos. Vive en una diminuta aldea mediterránea, me pide que no desvele dónde. Es el contador de historias mejor pagado del mundo, aunque hace 40 años que trabaja para un solo cliente al que a veces se refiere como Ellos y a veces como Los Hombres.
Sentados junto a la chimenea, se declara creador del efecto 2.000, del mal de las vacas locas, de la gripe aviar, de Al Qaeda y de la actual crisis financiera. De su mano (no tiene ordenador) han surgido los mejores miedos contemporáneos.
JOSE: ¿Cómo empezó a trabajar para Ellos?
ESCRITOR: Verá, yo escribí una novela, una novela muy mala, allá por los años 70. Se publicó en un país, no diré cuál, y no la compró casi nadie. Pero uno de los que sí la compraron resultó ser la persona adecuada.
J: ¿De qué trataba la novela?
E: Era una distopía sobre una élite mundial que controla a la población mediante unas mentiras cuidadosamente estructuradas y difundidas masivamente.
El Escritor vive sin teléfono ni Internet. Tiene, eso sí, una tonelada de libros y un viejo pastor alemán.
J: ¿Cómo contacta con ellos?
E: No lo hago, no podría hacerlo, ni siquiera sé quiénes son. De vez en cuando, una vez cada varios años, me encuentro sobre mi escritorio un informe con unos cuantos apuntes. “Necesidades y objetivos”, lo llaman. Yo escribo una historia que responda a esas necesidades y a esos objetivos, y cuando la tengo lista, la dejo en el escritorio. Y una mañana, al levantarme, ya no está ahí. Así de simple.
J: Aquí está aislado, ¿cómo sabe que sus historias se materializan?
E: Tengo radio y unos pocos vecinos. El aislamiento total no existe.
J: ¿No se siente mal por esto? Está contribuyendo a un sistema fascista mundial encubierto.
E: Bueno, si no lo hiciese yo, otro lo haría. Al menos yo sé hacerlo sin la necesidad de que muera demasiada gente.
J: ¿Escribió usted el 11-S?
E: No exactamente. En mi versión un solo avión de pasajeros impactaba contra el Pentágono, lo que debía provocar, entre otras cosas, la subida del precio del oro, las invasiones de Irak y Afganistán, y la aprobación del Acta Patriótica, tal y como figuraba en el informe. Quizá mi planteamiento les pareció poco espectacular, no lo sé, pero lo de las torres no fue mío. En mi opinión, el 11-S fue terriblemente redundante y, en cierto sentido, superfluo. Con lo del Pentágono hubiese bastado. Murió demasiada gente por un mero efecto estético. No hacía falta.
J: ¿Cómo se le ocurrió la crisis financiera mundial?
E: Esta historia es vieja, tiene seis o siete años ya. Creí que no se atreverían a ponerla en marcha hasta que la primavera del año pasado estaba yo escuchando una tertulia económica cuando uno de los contertulios mencionó, de pasada, que podía existir un cierto riesgo en las hipotecas subprime. Me dije: “Bueno, allá vamos”.
J: ¿Cuál será la siguiente gran crisis?
E: No se lo puedo decir, aunque, si escucha con atención, ya puede oírse su run run. Pero aún quedan años para que empiece de verdad, quizá 3 ó 5 ó 10 años.
J: ¿Alguna pista?
E: Sólo le diré una palabra: Internet. Es mi última historia, y yo creo que la mejor. No quiero volver a trabajar, ni para Ellos ni para nadie. Soy viejo y aún tengo muchos libros por leer.
J: ¿Me podría adelantar cómo acabará la crisis financiera?
E: No. Pero le aseguro que nadie se lo imagina. Salvo, por supuesto, Ellos. El final del efecto 2.000 fue un fiasco, no convenció a nadie, y me pidieron que me trabajara más los finales. Le aseguro que la Historia no olvidará el final de esta crisis. Le doy mi palabra.
Y con esa palabra le dejo en su casa. Pero antes de marcharme le pregunto, por pura curiosidad, qué libro está leyendo. Me responde:
E: “El Príncipe”, de Maquiavelo. Lo habré leído una veintena de veces y cada vez me río más.
Y azota la lumbre.
Un saludo