La guitarra… Sí, he disfrutado con ella, lo continúo haciendo; que queréis, prefiero tocar distraídamente que mirar la televisión; debo ser raro, pero no le encuentro nada a esas teleseries con las que parece todo el mundo flipar. Fue en esa manera, dejando flotar mis pensamientos, mientras mis dedos buscaban en el diapasón, como me vino la pregunta: ¿cuando no pueda tocar sufriré o lo aceptaré sin más? Porque, claro, llegará un momento en que estaré sordo, artrítico o tonto del bote y este romance con las seis cuerdas acabará. Esta pregunta, como todas mis preguntas ociosas, en vez de encontrar respuestas llamó a más preguntas y todas juntas acabaron pariendo una novela.
Creo que esto merece una aclaración, soy un guitarrista del montón, del montón por abajo, pero soy un gran letrista, a la altura de Bernie Taupin, Bob Dylan o Ira Gershwin; dormido soy mejor que todos ellos juntos. Es lo que me repito cada día cuando me miro en el espejo antes de ir a hacerle la pelota a tipos ricos, ricos de cojones. ¿Qué quieres?, uno se motiva como puede. Impelido (vaya palabro, mola) por este autoengaño, con la mayor desfachatez he escrito unos cuantos puñados de canciones y de propina una docena de novelas, que se pasean invisibles por los concursos literarios del país y Latinoamérica. Una de ellas es la historia de un guitarrista, también de una guitarra, y puede que de una época. Ya es antigua, tiene unos años, en su recorrido hacia ninguna parte acabó el otro día en manos de un tipo del negocio editorial que opinó que no estaba mal, pero que no tenía público, que sobre la época y las circunstancias que trataba ya se había escrito mucho, demasiado. Yo le contesté que era una historia sobre un guitarrista más que otra cosa. Él pareció no escucharme y me replicó que hoy en día tenía que centrarme en currarme una posición en internet si quería ser escritor y comenzó a hablar de visibilidad, followers y no sé qué más zarandajas mientras yo me preguntaba por enésima vez: ¿quiero ser escritor? Respuesta: no, en la misma forma que nunca me plantee ser músico si no tocar la guitarra yo lo que quiero es escribir, continuar tocando, escribiendo. En realidad, me da igual o casi igual que se me lea, que se me escuche o no, pero… siempre hay un pero, ¿no? Eso que me hubiera soltado que el texto no tenía público, que a nadie le interesaba la relación de un tipo con su instrumento, con la farándula, con su degeneración como persona, con la música…eso me pico.
Es por eso que intentando demostrar no sé bien qué y aprovechando la existencia del foro de Off Topics, es mi intención en la más pura tradición del género folletinesco –y si los administradores lo permiten– daros a leer por episodios semanales la novela para adultos Quince Minutos, de la que ahora transcribo la que podría ser la solapa. Saludos.
Si hemos de creer la descripción que hace de sí mismo, Gordo tiene el tipo de una nevera industrial sumamente grande y es el peor guitarrista que ha existido. Lo primero no se puede dudar, lo segundo no sabemos si creerlo, porque sus quejas continuas y su desagradable humor parecen una coraza defensiva que ha construido para mantener alejados a los demás, tanto es así que durante las primeras treinta páginas parece que todo su empeño es conseguir que el lector cierre el libro, usando los menguados métodos que están a su alcance desde el papel: el insulto o ponerse escatológico.
Gordo acarició la fama, gozó de sus quince minutos, el problema es que le supieron a poco y después nunca pudo decidir si el precio que tenía que pagar por conseguir un poco más de lo mismo era barato o excesivo. Mientras se lo pensaba hizo un dinerillo con las drogas, montó escenarios –muchos escenarios– y escribió canciones –muchas canciones–, porque Gordo se toma en serio el rock, tan en serio como para estar convencido de que está tan muerto como la zarzuela y eso le entristece.
Las cosas desde su punto de vista acaban de torcerse cuando el guitarra solista de su antiguo grupo, días antes de acabar en prisión por unas cosillas de derechos y nepotismo en la Sociedad de Autores, aparece con una guitarra que perteneció a un músico famoso –un tipo que fue asesinado frente a su casa hace ya unos pocos años–, confiando en la capacidad de Gordo para encontrar un comprador, ya que como hobby trapichea con guitarras desde siempre. Gordo se declara incapaz, pero por decirse a sí mismo que su historia y la de mueble tan valioso han estado ligadas al menos un momento, hace unas llamadas y ¡sorpresa!, sí qué consigue un comprador. Y allí va Gordo, volviendo a la capital a la cual no regresaba desde su juventud, rememorando de paso todas las circunstancias que le han hecho ser quien es. Para completar la trama encontrarás, si te decides a acompañarlo, polis corruptos, músicos egoístas, amores imposibles, robos de canciones, enfermedades desconocidas, autodestrucción de una generación y la mujer –de las que superan los dos metros de altura– más hermosa del mundo.