Lugar: el Paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Hora: 21:00
Después de la completa decepción con Al Dimeola, tenía puestas muchas esperanzas en este concierto de Mr. 335, como es conocido Larry Carlton. La 335 es una de las guitarras legendarias de la marca norteamericana Gibson y, por supuesto, uno de los instrumentos que me gustaría tener para mí, pero su estratosférico precio –incluso de segunda mano- la pone fuera de mi humilde alcance.
El Paraninfo no es el Auditorio Alfredo Kraus y el hecho de ser bastante más pequeño, ya otorgaba al espectáculo una cierta atmósfera, un peculiar e íntimo aire de reunión de amigos, que como siempre he creído, se hace casi indispensable en un concierto de jazz. La flor y nata de los guitarristas locales estaban allí.
El concierto comenzó con bastante puntualidad. Larry Carlton apareció -él sólo- sobre el escenario, con su, como decía Gibson 335 colgada al hombro y se dirigió al publico comentando que, como había cumplido años el pasado mes de Marzo, el primer tema iba a ser “Cumpleaños Feliz”. ¡La ejecución del Happy Birthday, nos dejó boquiabiertos desde ese instante!. ¡Qué versión más delicada! Jamás había escuchado un cumpleaños feliz como aquel. Muy lento y pausado, con la melodía deliciosamente solapada detrás de arpegios, harmónicos y acordes, arreglados de una forma soberbia, elegante, exquisita. Cuando terminó este primer tema pensé para mí “¡que le den por......a Al Dimeola!” Carlton me había transmitido más pasión en aquellos tres o cuatro minutos que duró la primera canción, que Dimeola en una hora y media.
La 335 sonaba simplemente maravillosa, con esos matices gordos, mates, con cuerpo, característicos de una Gibson con un calibre 0.10 montado, reforzados con más color aún cuando Carlton cerró el potenciómetro del tono, para sacarle a la guitarra un sonido todavía más grave, más carnoso y denso. Desde el primerísimo rasgueo del primerísimo tema, tuve que asumir que el concierto iba a ser de “fuera de este mundo” y me acomodé en la butaca a la espera de lo que se me venía encima.
Escuchamos un jazz rebosante de sensibilidad y de matices y escuchamos blues cargados de sentimiento y delicadeza, con un Larry Carlton que nos enseñó que la técnica llevada a su extremo máximo, no tiene por qué estar reñida con el lirismo, con la inspiración, con la dulzura, con, en definitiva, el buen hacer musical, que necesariamente y por supuesto exige al músico una técnica depurada, pero que además requiere una combinación de algo más, algo trascendente que de alguna manera excede la simple ejecución que éste realiza, para colarse dentro del escuchante para conquistarlo y emocionarlo.
La estructuración del concierto me gustó mucho, me pareció muy original, pensada con bastante sentido común. Además me resultó valiente el hecho de afrontar el concierto con una formación de bajo guitarra y batería, únicamente.
Larry Carlton interpretó tres o cuatro temas él sólo, sin acompañamiento de ningún tipo, dejando al auditorio noqueado en sus butacas con su estilo personal, limpio, puro, sin estridencias ni trucos espectaculares con los que impresionar a la audiencia, utilizando únicamente el despliegue soberbio de belleza que destila con la guitarra en sus directos, para a continuación hacer entrar al bajista Travis Carlton, su hijo, con el que realizó varias piezas más, para finalmente, dar paso al batería, Gene Coye. El concierto estuvo marcado por una intensidad sobresaliente que fue “in crescendo” a medida que éste avanzaba.
El guitarrista californiano tenía enchufada su guitarra a dos Twin Reverb de Fender, usando muy pocos efectos, deleitándonos casi todo el concierto con un sonido limpio, sin efectos y juraría que solo usó saturación muy al final del recital, a la que unió un wah-wah y un pedal de volumen.
Carlton, con un fraseo grandioso, lleno de matices, anegó la sala con soberbios riff, y rápidas escalas, pero también con otras variaciones, de ritmo mucho más pausado, lento, comedido, con bendings poderosos que hacían que te arrugases en la butaca de placer y que inundaron el recinto de Vegueta de una rebosante atmósfera jazzera que se apoderó por completo de la audiencia. Todo lo que eché en falta con Al Dimeola, me lo ofreció con creces Larry Carlton. Pasión, arreglos cuidados e intimistas, feeling, tensión argumental en la ejecución de las canciones que, con una sensibilidad cargada de belleza, el californiano iba elevando, para parar de golpe con una pausa, un “hold” que dicen los de habla inglesa, y continuar hasta resolver el tema con perfección y eficacia. Al contrario que Al Dimeola, Carlton tocaba tanto con púa, como sin ella, fabricando arpegios de bellísima sonoridad, los cuales Dimeola, que usaba únicamente púa, no podía conseguir, privándonos del sonido distinto y diferenciado, que unos dedos expertos pueden arrancar a una guitarra.
Gene Coye, me impresionó desde el momento en que se sentó a la batería. ¡Qué sensibilidad! Tocaba como si hubiese nacido sabiendo hacerlo, como si no le costase trabajo usar las baquetas, acariciaba la batería con ellas y lo que al principio me resultó de una simplicidad expresiva sobresaliente, cuando ejecutó su solo, se convirtió en un portento espectacular, cargado de fuerza y discurso musical.
Travis Carlton, se nos presentó con un bajo de cinco cuerdas enchufado a dos pantallas Ampeg, -yo diría que eran 4x12- y se mantuvo apostado, durante todo el concierto, justo delante de ellas, como si necesitase tenerlas justo a su espalda para escucharse bien. Me comentaron que Carlton padre había sido mucho más que exigente con su hijo a la hora de manejar el bajo: lo consiguió con creces. Carlton hijo es un soberbio bajista de un elevadísimo nivel.
Desde el inicio del concierto, sobre el escenario estaban las dos únicas guitarras que posee Larry Carlton: su 335 del 68 y su Valley Art Acústica del 84. De pronto uno de mis amigachos me dijo: “¿te has fijado quién ha entrado en el escenario y se ha llevado la acústica?” Ninguno nos dimos cuenta de cómo alguien de la organización había cogido la guitarra acústica para afinarla mientras Carlton usaba la Gibson, Carlton y su grupo nos habían hipnotizado. Cuando miré el reloj……había pasado una hora y cuarto. El tiempo había volado sin que nos percatásemos de su paso.
¡Con qué magnifica sensación salimos del Paraninfo!
Ya fuera, pues los múltiples comentarios de los asistentes, que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá, pero de todas las opiniones de los muy buenos guitarristas que había por allí, dos frases se me quedaron grabadas. Una “después de lo que he visto y escuchado a este hombre, todas mis guitarras las voy a guardar en la azotea, qué depresión”. La otra, “sí, sí Larry Calrton una pasada, pero los pibes que vienen con él al bajo y a la batería……….me dejaron sin habla”.
De allí nos fuimos a cenar y en la sobremesa todos coincidimos que pasaría bastante tiempo antes de que tuviésemos ocasión de disfrutar de un espectáculo como el que habíamos vivido. No imaginábamos, pero ni de lejos, lo equivocados que estábamos desconociendo lo que nos reservaba Dianne Schuur la noche siguiente, sábado, en el Alfredo Kraus.
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Saludos