Hace ya muchos años de esta historia. Tendría yo unos 8 años o así. Llevaba desde hacía no se cuántos meses dando la tabarra a mi padre con una guitarra: "Papá, comprame una guitarra......, papá, comprame una guitarra". Cómo no sería la paliza que le dí (dialecticamente) que un buen día mi padre me compró una guitarra. Fué en una gran superficie. Ya os podéis imaginar la calidad del material. Era una flamenca, o española, no recuerdo. Iba yo de vuelta a casa con mi guitarra como un crío con zapatos nuevos. Encandilado. Sus cuerdas. Ese olor a madera. El color tan bonito....... Total, yo no tocaba un pimiento e intentaba ver si me salía el cumpleaños felíz en la primera cuerda, como supongo todos hemos hecho en nuestros tiernos inicios. Así pasaron un par de semanas. Llegaba del colegio y mi primera mirada era para mi flamante guitarra. La cogía, la palpaba, la olía, intentaba el cumpleaños feliz....... Y un día que llegué a casa del cole, a mediodía (antes del turno de tarde; hace ya muchos años se iba al cole por la mañana y por la tarde) me encontré con el clavijero totalmente despegado del resto del mastil. Cuando vi aquello no daba crédito. Estuve como un par de minutos mirando aquella estampa. Dantesca. Irreal. Cuando empecé a reaccionar me dirigí a mi difunto instrumento con pasos cortos y con la boca abierta, intentando imaginar qué demonios había pasado. ¿Una caida?, ¿un mal golpe?..... Tomé el clavijero por un lado, con las cuerdas colgando, y el resto del cuerpo por otro, también con las cuerdas colgando. No tenía ni idea de cómo iba a arreglar aquel estropicio (ilusiones de un niño inocente), pero lo único que logré hacer fué intentar unir con las manos aquellas dos piezas separadas. Imposible, por supuesto. Y empecé a llorar. En silencio. Intimamente. Hasta el momento en que me enteré de lo que paso.......
Resulta que mis dos hermanos, que eran unos cachondos mentales, más pequeños que yo, decidieron hacer un experimento, una prueba de campo, que no era más que apretar todas las cuerdas para ver qué pasaba. Hasta dónde aguantaba el instrumento. Ver si el mastil se encorvaba, o la tapa del cuerpo saltaba por los aires, o lo mismo las cuerdas se rompían....! Y apretaron, y apretaron, y apretaron..... hasta que el clavijero saltó. Sí. Lo curioso es que la tapa y el puente no se movieron, pero lo del clavijero..... era para echarle una foto. Y entonces empecé a llorar desconsoladamente. Y con mucha rabia. Estuve un largo tiempo sin dirigirles la palabra a ambos. Estaba muy, muy, muy enfadado. Luego, con algo más de calma, intentamos entre mi padre y yo arreglar aquello, pero los intentos fueron infructuosos. Y mi aventura con la guitarra acabó en aquel momento. Hasta el año 2003. En ese año, y a través de un amigo que empezó a dar clases de guitarra flamenca, recordé mi guitarra maltrecha, mis ganas de tocar el instrumento, el olor a madera, el color, las cuerdas, el cumpleaños feliz......... Y hasta ahora, que me dedico a tocar, y mimar, mis instrumentos eléctricos. Y así seguiré (porque el gusanillo ha entrado de forma inexorable) hasta que mis manos, o la cabeza, o el cuerpo aguante. Salud y buen día a todos.
5