La chimenea vomitaba humo a diario, mucho y en tal cantidad que bastaba una pequeña llovizna para que el pueblo apareciera sembrado de una pátina gris compuesta de cenizas y hollín.
De vez en cuando, la indignación de los habitantes los hacia reunirse en tono a la chimenea y lanzaban piedras, proferían insultos contra el humo. El humo impasible y permeable a cualquier agresión seguía manando. El pueblo cansado abandonaba la lucha.
En otra ocasión las piedras no alcanzaron el humo y fueron a caer contra los muros cilíndricos de la chimenea. Sorprendidos ante el cambio de reacción al tiro de piedras pensaron que la chimenea estaba considerando las agresiones, se resiente y algún dia dejaría de verter humo, pero eso no ocurría, la chimenea seguía en pie.
Cuanto mas crecía el desencanto menos volaban las piedras pues el ímpetu decaía. Uno de los cantos fue a caer justo en la base haciendo temblar la estructura. Un nuevo cambio de estrategia condujo a los habitantes a concentrar sus esfuerzos en lanzar piedras contra la base... la chimenea no pudo soportarlo mas y quebró a pocos metros del suelo.
Todos festejaron los el logro. Bebieron por la unidad del pueblo y bailaron al derredor de los escombros de la chimenea hasta acabar rendidos.
Dormidos los encontró el amanecer extraño, envueltos en una apestosa penumbra gris, con sus caras desdibujadas por el hollín miraron como el sol era incapaz de atravesar la humareda impenetrable que envolvía todo el pueblo. La chimenea seguía exhalando humo pero, al haber perdido casi toda su altura, éste se desparramaba por todo el pueblo.
Intentaron luchar de nuevo contra el intangible humo, pero este resistía impertérrito cualquier envite, y cada vez que alguien conseguía el ilusorio efecto de haber despejado una parcela de aire limpio ésta era ocupada inmediatamente por un humo mas denso que parecía renacer con ímpetu renovado entre una llovizna fría y constante.
Cierto dia un crio del pueblo, aquejado por la tos que le provocaba el ponzoñoso humo, no tuvo otra ocurrencia que golpear las puertas de la fábrica. Entre sorprendidos y contrariados, todos los habitantes del pueblo pausaron su lucha contra el etéreo elemento. No falto quien tachara al niño de botarate, ni quien lo juzgara como imbécil ni quien yendo mas allá no pensase que el humo hubiera afectado a su cerebro.
La puerta se abrió y un solícito escribiente con guardapolvos y visera pregunto al crío por el motivo de su visita:
Hola me llamo Juan, estoy mojado y tengo frío ¿no tendria la amabilidad de ofrecerme un vaso de agua y procurarme un a estancia donde el calor mitigue esta humedad que me ha calado hasta los huesos?
El escribiente le franqueó el paso y tras un largo paseo por unas instalaciones completamente vacías y sin otra actividad que el vuelo incesante de un par de moscas lo acomodó en una pequeña sala, donde un hogar de ascuas relucientes caldeaba la estancia mientras las llamas lamían un volumen completo del libro de asientos de la contabilidad de la empresa.
Queda aquí, Juan, acomódate en esta silla mientras entras en calor. Y el escribiente salió en busca del vaso de agua pero no sin antes avivar el fuego un voluminoso tocho de facturas y el libro de cuentas mayores del ejercicio en curso.
Perdona que no tenga para ofrecerte otra cosa, pero ya sabes, con esos tipos ahí, lanzando piedras al aire, tengo miedo a salir, así que en lugar del caldo o leche con miel caliente que alivie la irritación que te provoca la tos, solo puedo ofrecerte un poco de agua.
Juan tomó en sus manos el vaso que le ofrecían, dio las gracias, y al tiempo que se ponía en pie lo volcaba sobre los ardientes rescoldos de las facturas consumidas por el fuego.
Afuera una voluta densa de humo blanco fue interpretada como un nuevo ataque, en esta ocasión mas virulento, no fueron pocos los que pensaron que aquel nuevo recrudecimiento de sus problemas atendía a la venganza por la osadía de Juanillo, al que las puertas de la fábrica habían engullido sin que hayan vuelto a tener noticias en un par de horas. Pero el humo cesó de salir, el sol tímidamente empezó a quebrar el velo gris del humo y cada cual miró al compañero que tenia al lado. Se vieron reflejados en la mezquindad de las figuras de sus convecinos y sintieron vergüenza de si mismos. Aquella lucha incesante contra el humo los habia convertido en harapientos despojos de lo que fueron en otras épocas mas felices. La contienda los había degradado hasta tal extremo que no fueron capaces de imaginar otra fiesta de la victoria que la de volver cada cual a sus quehaceres diarios y a retomar sus olvidadas vidas.
Juan salió de la fábrica y encontró un nuevo panorama, las calles desiertas, el aire limpio pero una capa gruesa de dos dedos de ceniza desdibujaba los contornos de las cosas. Anduvo hasta la plaza mayor por las solitarias calles de su pueblo. Gritó desde el centro pero nadie atendió a su desesperado intento de hacerse notar. Entonces con las manos en los bolsillos comenzó a deambular, arrastrando los pies sobre el pavimento, levantado nubes de ceniza que volvían a asentarse al poco tiempo. ¿que era aquello? ¿suena? sí, allí en la torre de la iglesia, es un jilguero. tanto tiempo habia pasado que ni recordaba como era el colorido plumaje de algunas aves cantoras que en otras épocas servían de banda sonora a los abuelos que dormitaban a la sombra de los escasos árboles que adornaban la plaza. Si ese pájaro hubiera sabido leer, si la evolucion lo hubiera dotado con algo mas de entendimiento habría podido constatar como juan, en su sincopado baile a lo largo de la plaza estaba escribiendo con sus pies en la ceniza: Hemos apuntado en la dirección equivocada, cien años tirando piedras al humo ¿y a nadie se le ocurrió apagar el fuego?
Tras las primeras gotas el jilguero alzó el vuelo en busca de algún refugio a cubierto. La lluvia arrastró por las ramblas las cenizas devolviendo a su ser la imagen del pueblo. La escorrentía eliminó cualquier recuerdo de esta época oscura y con ella disolvió una a una las letras que, a modo de advertencia, había dejado Juan en el suelo de la plaza. La lluvia impidió que una deducción tan simple como la que encerraba la pregunta del niño se fijara en la memoria colectiva de toda una sociedad, que prefirió seguir pensando que tal como el humo vino, el humo se fue y que nada había estado en su mano en ningún momento.
Meses después, el consistorio otorgaba la licencia para la implantación de una fábrica en el pueblo que traería el progreso y haría olvidar una vez más otros tiempos peores.