Le llamare Paco.
No es su verdadero nombre, pero es así como le llamaba su familia, amigos y conocidos.
Tuvo una infancia complicada. Un trágico accidente le dejo huérfano con solo dos años y se crio en el seno de su familia materna.
Su tía lo acogió como hijo propio, pasando a ser el menor de seis hermanos a todos los efectos.
Esa madre adoptiva, era mi abuela. Sus cinco primos, fueron sus hermanos, entre ellos mi madre.
Desde que tengo recuerdos, escuchaba a mi madre referirse a él como su hermano y por tanto desde siempre ha sido mi tío.
Fue el único de la familia que aprendió el oficio de mi abuelo, el carpintero del pueblo. Podríamos decir, que mamo en la carpintería y que las herramientas fueron sus juguetes.
Así transcurrió su infancia y juventud hasta que cumplió el servicio militar obligatorio, a pesar de que pudo haberse librado, pero era un pájaro deseando salir de su jaula y volar.
Tras la mili, empezó a trabajar en una carpintería de una conocida localidad costera, lo que cambiaría su rumbo de forma drástica.
Allí conoció por pura casualidad a un turista norteamericano, al que le hizo algunos arreglos de carpintería.
Aquel tipo trabajaba en una fábrica de California (Fender) y acabaría influyendo en el hasta el punto de convencerle para marcharse a Estados Unidos.
No sé si le era de aplicación aquello del sueño americano, pero el caso es que se largó.
Eran los años sesenta, una revolución con pantalones acampanados, pelo largo, símbolos de paz y una guitarra como fiel compañera de batallas.
Mi tío fue uno de aquellos jóvenes inconformistas sedientos de libertad que creían en un mundo mejor, viajaban subidos en nubes y veían elefantes rosas.
Con poco más de veinte años viajo a los Estados Unidos para entrar a trabajar en la vieja factoría de Fullerton.
Sus inicios fueron como el, humildes, lijando cuerpos y mástiles, pero su habilidad y conocimientos en el trabajo de la madera pronto daría sus frutos y algún tiempo después fue reclutado para trabajar junto a Hervie Gaztelum, su maestro, de quien aprendió el arte de trabajar los mástiles y algunos años mas tarde, también los cuerpos.
Si tienes una guitarra Fender de los años 80, quizás tenga su sello en el hueco del mástil.
Durante casi veinticinco años, fue trabajador de Fender, vivió el cambio de Fullerton a Corona y vio nacer la División Custom Shop.
Tuvo la enorme suerte de dedicarse a algo que realmente le gustaba. Hizo de su ocupación su hobby, y de su afición, su vida.
A principio de los años noventa, algo maquinaba su cabeza y como era típico en él, sin previo aviso, puso fin a su trayectoria profesional en USA para regresar a España, donde cumplió uno de sus mayores deseos, o debería decir sueños.
Abrió su propia tienda de instrumentos y ejerció como luthier.
Aunque dudo mucho que hubiese regresado solo para ser empresario. Detrás de estas decisiones siempre hay un motivo con faldas y un par de piernas, conociéndole.
Era un aficionado y apasionado de la guitarra, aunque no era un buen guitarrista.
Le enamoraban las guitarras y el Rock&Roll pero tocaba poco y no demasiado bien. Solía achacar al diminuto tamaño de sus manos y sus dedos rechonchos, su falta de destreza.
Pero no creo que se pudiera encontrar a alguien que adorase tanto la jungla de las seis cuerdas. Y se divertía como pocos.
Yo adoraba aquella pequeña tienda.
Tenía para mí una magia y un encanto que atraía como canto de sirena.
Los instrumentos colgados en la pared, equipos amontonados en un rincón, unos cajones de madera donde guardaba de forma anárquica todo tipo de trastos y chismes, la mesa de trabajo en la trastienda, siempre con proyectos a medio terminar, y aquel enigmático sótano donde se apilaban maletas con guitarras usadas, o vacías, a saber.
Aún recuerdo aquel olor, tan característico, mezcla de la humedad del local y no sé qué diablos más.
En aquella vieja tienda, conocí todos los modelos de Fender y sus entresijos.
Algunos secretos fueron desvelados por quien se había dedicado tantos años a manufacturarlos, otros no. Él siempre me decía que no pretendiera saberlo todo en cuatro días.
Entendí que enamorarse de una guitarra era posible, incluso lógico, como hacerlo de una tras otra.
También comprendí, aquella manía suya de empeñarse en comparar mujer con guitarra. Era muy suyo.
Reconozco que fue un lugar del que termine por formar parte en mi yo más interno.
Pero el romanticismo de aquel lugar no conseguía tapar su parte de negocio, y en ese aspecto no fue todo lo boyante que el imaginaba. Y la realidad es que acabo siendo nefasto.
A mediados de los años 90, durante un par de meses ayude a atender la tienda y pude comprobar su nula rentabilidad.
Probablemente fue una pérdida constante de dinero, desde el primer día.
Mi tío, lapido su pequeña fortuna haciendo lo que más le gustaba, y de paso, viviendo a cuerpo de rey.
Los abusos, la edad y una situación económica delicada le obligo a cerrar la tienda y jubilarse.
Vendió el local para hacer caja y con aquel dinero fresco en el bolsillo se dedicó a vivir, con su pinta de viejo rockero, solterón y gruñón, quemando salud y dinero.
Poco a poco se fue distanciando, y su vida empezó a transcurrir al margen de familia y amigos, alejado y solitario.
Tras años sin contacto, el destino o las circunstancias (el fallecimiento de mi madre), volvieron a reunirnos. No hay bien que por mal no venga, que diría aquel.
Decidí entonces visitarle de vez en cuando y en varias ocasiones pude compartir con el algunas aventuras y desventuras, recuperando a quien fue en muchos sentidos un espejo donde mirarme y el familiar de mayor influencia personal.
Le convencí para viajar a USA y visitar a la actual fábrica Fender, y esa fue para mí probablemente, una experiencia única, difícil de describir.
Para entonces apenas guardaba unas pocas guitarras que nunca tocaba y que solo eran recuerdos que adornan el desastrado salón de su casa, donde reinaba el caos. Fue malvendiendo su pequeño tesoro a medida que se quedaba sin blanca.
Me di cuenta de que tenía problemas, que su memoria fallaba y mostraba manías extravagantes y costumbres poco comprensibles para los que nos consideramos cuerdos.
Fue el principio de esa nueva realidad en la que ahora reside.
Apenas reconoce a nadie y vive sumido en un encierro mental indescifrable. Pero curiosamente, entre los pocos recuerdos que aún conserva, recita siempre las mismas frases, rememorando la época en la que fabricaba guitarras. Y solo muy de vez en cuando, murmura algunas palabras en su inglés particular.
El entorno familiar hemos tenido que tomar decisiones, algunas dolorosas, dado su grado de dependencia y su evidente incapacidad.
Poco queda de lo que una vez fue y apenas nada de lo que tuvo. Aunque algunas piezas de colección he podido recuperar. Algunas tienen valor económico, la mayoría solo sentimental.
De tal palo, tal astilla, yo nunca le he dicho lo mucho que le admiro, aunque tengo la esperanza de que alguna vez fue consciente de ello.
De el aprendí mucho más que de ningún otro ser humano.
Esto es un pequeño reconocimiento para Paco Fender, mi tío.
Si has llegado hasta aquí, mil gracias.