A mi me parece buenísima esta reflexión a propósito de la tauromaquia que, como tantas otras cosas, al final es un conjunto de intereses económicos vestidos de folklórica:
Actualidad » Blog Archive » Manuscrito encontrado en el año 3.500 junto a un burladero en Las Ventas
En la esquina izquierda, con 506 kilogramos de peso, astifino, corniabierto, cuajado, zaino… Calderito. A la derecha, con 68 kilogramos de peso, enjuto, circunspecto, de grana y oro… José Tomás. En juego el título de los Premios Darwin, que según sus bases requieren que el ganador no pase su herencia genética, bien por muerte, bien por imposibilidad manifiesta, como que los testículos se hayan transformado en croquetas, rebozados al rodar por el albero del coso. José Tomás, la gran esperanza española para estos premios, anda últimamente haciendo méritos extra, aumentando el número de cogidas por toro y ganándose a pulso rendir honores al autor de El Origen de las Especies. Los medios de comunicación hacen desconexiones en directo para contar las orejas que ha cortado o los revolcones en la arena que ha protagonizado. Para unos un maestro del arte, para otros una caricatura, un kamikaze buscando la leyenda de Manolete por la vía del hara-kiri con pitón.
La comparación con el cuadrilátero no es casual. Durante años, los argumentos puramente emocionales de los taurinos se basaban en muchas ocasiones en descartar al interlocutor porque “no entendía”. Detrás de cada cuestión que “no se entiende si no gusta” hay alguien que está haciendo su agosto, y en no pocas ocasiones un sinfín de sospechosos habituales y algún que otro sector de personas o animales en mala situación. Tras ello llegaba lo de balbucear y “… es que el boxeo”. Pero también la adopción de José Tomás por parte de la crítica taurina, de una porción de famosos, personajes de la farándula y diversos tipos de lo que en otras épocas se denominaría creme de la creme como estandarte de la Fiesta y representante de la espiritualidad (de ese tipo de espiritualidad que inmediatamente ofrece a quien la admira un carné de pertenencia a un grupo de elegidos), hace que nos acordemos de juguetes rotos como el boxeador Poli Díaz, otro representante del valor racial usado y tirado a la papelera por una elite. La diferencia es que en esta ocasión el juguete puede ser juguete muerto en cualquier instante, y en lugar de Whitaker que le destroce el hígado habrá un Calderito, un Clavelillo, Garcito, Pelón, Cayundo, Reventón, o Lunarín que mande al diestro al tendido donde está fumando un puro el tipo calvo con el pañuelo en la cabeza.
El estupor que me gustaría creer que a mucha gente produce este lamentable espectáculo de suicidio televisado por entregas ha dejado boquiabierto al escritor Antonio Muñoz Molina, que en un artículo publicado el pasado sábado en el suplemento cultural de El País se sorprendía de este renacer de los residuos de la España Negra. Pero este renacer no ha sido tal si consideramos a los toros como un producto genuino no de la España Negra, sino de las particularidades sociales y económicas de España en general. No hay tal negritud, sino consecuencias lógicas.
En primer lugar hay que apartar un prejuicio, el de considerar a la tauromaquia parte del folklore, aunque un folklore que ha trascendido. Esto, en su origen, la coloca a la misma altura que el sombrero cordobés o la sardana. Nada más lejos de la realidad. En el ensayo “Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas”, el profesor de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pardo, expone unas breves diferencias entre folklore y cultura popular. El folklore es premoderno, preindustrial y sobre todo rural. La cultura popular es un fenómeno moderno, urbano e industrial. El asombro ante el hecho de que una aparente muestra de folklore sobreviva con tan buena salud deja de ser tan asombroso si nos centramos en el calificativo “aparente”.
Vamos a dejar a un lado la búsqueda del origen de la tauromaquia en Creta, con las clásicas connotaciones mitológicas que tratan sobre todo de ocultar una vergüenza del ser humano. Sí, el homo sapiens lleva algo en los genes que le hace dar alaridos y acercarse como un poseso con un pañuelo en la mano en cuanto ve un animal con cuernos mayor que una cabra, lo que dificulta que se pueda subir a un campanario para lanzarlo desde arriba. Desde que el hombre es hombre, en cuanto ve a una res se precipita hacia ella con una capa. Los neodarwinistas se muestran incapaces de explicar esto. Lo más posible es que desde siempre el ser humano tiene el viejo sueño de volar, y esto era en la época de cazadores-recolectores lo más práctico junto a la coz del caballo o el aleteo desde lo alto de la colina para imitar a los pájaros.
Evidentemente, la tauromaquia moderna tiene precursores en los espectáculos circenses romanos o en la práctica medieval del lanceo de toros y posteriores encierros de varas, una especie de primitivo rejoneo. De ahí se pasó al toreo de pie y entre el siglo XVII y XVIII se establecieron casi en su totalidad los elementos de las corridas modernas. Todo esto se ponía en práctica para solaz de respetable, nobleza y populacho primero, clases privilegiadas y populacho más tarde. Los rejoneadores perdieron el favor del público debido a que los toreros procedían de las clases pobres. Y aquí viene la confusión y el matiz.
En un país que careció de revolución industrial y revoluciones burguesas, y que se ha ido alimentando de las migajas de modernidad que caían de los platos de naciones cercanas -gracias a lo que no estamos enfrascados en la 19ª guerra carlista- surgen los toros con esa apariencia de folklore que comentábamos. Sin embargo es un festejo financiado y potenciado por una oligarquía que quiere ver ese espectáculo y que necesita del pueblo para que resulte rentable. Este tipo de festejo es sólo posible en esos momentos en España, donde la situación histórica crea unos momentos donde puede nacer una manifestación que quede en el limbo, como en el limbo histórico, a medio camino entre la quema de brujas y la electricidad, estaba el país. Y así nace un extraño sietemesino, la tauromaquia, una especie de no-folklore y no-cultura popular que quizá se clasifique mejor como folklore despótico, en referencia al lema del despotismo ilustrado “todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
De la misma forma, los toros son despóticos. Son para el pueblo, pero circo para el pueblo. Son para el pueblo, pero para que los más necesitados del pueblo se jueguen la piel. Mientras, la oligarquía de intereses agroganaderos, los terratenientes (en los últimos tiempos reconvertidos en muchas ciudades en empresarios del ladrillo en gran medida) se aprovechan de un negocio excelente que además divierte si uno goza con este tipo de fiestas. Se crea una mitología para acariciar el cogote del hambriento que coge el capote. La mitología del valor. La mitología de que ese valor puede hacer ascender en la escala social. La mitología del arte. E incluso una extraña mitología erótica donde se identifica al toro con lo masculino y al torero con lo femenino. En ese aspecto, un historiador y experto en tauromaquia poco dogmático y rara avis en un mundillo donde abunda la Verdad Absoluta del “es que no entiendes”, Fernando González Viñas, atribuye esta simbología a las costumbres sociales de algunos pueblos españoles, donde el novio acudía junto a unos amigos a buscar a su futura esposa mientras “jugueteaban” con un novillo. González Viñas, por cierto, es autor del Boletín de Lotería y Toros y uno de los responsables de taurologías, además de autor de libros sobre Manolete y José Tomás. Organiza conferencias y ofrece en sus publicaciones la posibilidad de que se expresen todos los puntos de vista, algo extraño en un sector poco propicio a la crítica y que es de agradecer. Y además lo hace publicando textos heterogéneos y muchas veces rarísimos. También hay vida inteligente en el planeta toro.
Y así tenemos un falso folklore, una fiesta controlada por oligarquías que, al carecer España de esas revoluciones, han continuado con su poder y lo han mantenido en un grado muchísimo mayor que en otras naciones europeas más avanzadas. De ahí que los toros estén subvencionados, pero no al estilo del cine u otros sectores, sino “a priori”. En algunos casos esta relación ha estado tan poco disimulada que incluso algunos ministros del gobierno tenían abiertamente intereses ganaderos. Los empresarios de la fiesta la han ido manteniendo con algunos altibajos, pero de forma lineal. Para que todo cambie pero todo siga igual se han limado algunos aspectos, de forma que el torero, en una sociedad consumista, no es sólo ya un paria que puede alcanzar la gloria gracias a su valor, sino una figura mediática. Ya no sube en la escala social, sino que se transforma en una estrella del rock. Eso es imposible salvo el caso de este género de folklore despótico o falso folklore que son los toros. En cualquier sociedad moderna, la cultura popular anula al folklore, que queda reducido a unos pocos campos pintorescos. Pero el no-folklore y no-cultura popular, el producto de una oligarquía perpetuada gracias a la tierra y a la adaptación en alguna otra rama empresarial –un círculo no excesivamente grande pero de gran poder e influencia- puede hacer este sorprendente encaje de bolillos. Y así, ante la sorpresa de Muñoz Molina, El Cordobés abría el No-Do hace décadas y ahora lo hace José Tomás. Y recordamos el error: no se trata de la España Negra… sino de la oligarquía española y sus intereses. Sigan la genealogía de toros y tendrán la genealogía de muchos que han mandado desde siempre. Esta es quizá la característica más curiosa y digna de verdadero estudio de un festejo que, en este sentido, es único en Europa, puesto que al conseguir estar al margen del progreso habitual que se ha desarrollado alrededor de España ha conseguido amoldarse a todo y seguir, como quienes lo controlan, manejando los hilos de su presente y su futuro. Los toros y este tipo de oligarquías españolas, al igual que la energía, no se crean ni se destruyen: sólo se transforman.
De ahí que un verdadero movimiento anti-taurino, al margen de los razonados y razonables argumentos en pro del buen trato a los animales y el descarte de un espectáculo público de tortura animal, y los no tan razonados ni razonables numeritos de pancartas y desnudos que rápidamente forman parte anecdótica de los mismos medios de comunicación que a su vez realzan la fiesta por intereses publicitarios u orden directa del primo hermano del cuñado del consejero delegado de tele nosequé que tiene una ganadería, tendría que centrarse en estas cuestiones económicas que hemos tratado, en la solicitud de transparencia en las subvenciones, en la pedagogía y en el derecho. Teniendo en cuenta que la división de poderes en España es una chufla y el sistema educativo otra quizá mayor, este texto bien puede meterse en una botella y enterrarse al lado de un burladero de Las Ventas, pues a la tauromaquia le queda rato, salvo que algunos intelectuales independientes y otros que siéndolo –pienso en gente tan lúcida como Savater o Boadella- muestran en este ámbito un deslumbramiento tan irracional como habitual ante un espectáculo que puede subyugar a cualquiera (incluido anti-taurinos) por su llamada al instinto y una muestra innegable de valor por parte del torero, muevan con pensamientos certeros una corriente anti-taurina demasiado anclada en la estética de la inocua protesta “verde”, que como hemos dicho lleva razón pero se manifiesta de una forma demasiado propicia a engrosar la rueda de la tele, puesto que dentro de nada tan acostumbrado será abrir un informativo con la cuarta cogida de José Tomás en el segundo toro como cerrarlo con el anti-taurino corriendo desnudo por la plaza en el último de la tarde.
Concluimos con José Tomás, con sus antecesores y los que le seguirán. En el tercer libro de la trilogía de Auschwitz, Los Hundidos y los Salvados, Primo Levi pide que no se juzgue a los grupos de judíos que escogieron los alemanes para encender y mantener los hornos que se utilizaban para exterminar a los suyos. No tenemos ninguna intención de establecer paralelismo alguno con el Holocausto ni por lo más remoto, pero nos sirve esa petición que ahora pasamos a aclarar. Otro de los principales errores de los anti-taurinos, además de esa minusvaloración del toreo como folklore, suele girar en torno a ver a la figura del torero como enemigo de la causa. Si atendemos a todo lo anterior, nada más estúpido que juzgar al torero como “matavacas”, “asesino” u otros adjetivos igual de gruesos. No hay que juzgar a los toreros, que son en cierto sentido, víctimas, si se permite la exagerada palabra, de este negocio. Pueden aburrir, pueden formar parte del espectáculos sangriento, pero se juegan la vida e intentan –guste o no, se comprenda o no- generar belleza mediante una clase particular de danza. Muchos de ellos, como el mítico Manolete, incluso merecen respeto y admiración si los tratamos en su contexto.
De aquellos toreros que combatían el hambre, y con el folklore despótico adaptándose perfectamente a la sociedad mediática, se ha pasado al torero que encierra en sí mismo, mediante una suerte de código bushido, una serie de valores eternos. Quizá ya no haya hambre, pero la utilización del torero por parte del poder es la misma. En este caso hay un claro aprovechamiento de alguien, José Tomás, cuyas obsesiones en otras circunstancias lo colocarían tumbado en un diván. Pero no deja de ser un instrumento en manos de los que manejan el tinglado, con la connivencia de los medios de comunicación que lo rentabilizan. Así que no juzguemos a José Tomás. Juzguemos, desde la lejanía y sin ninguna oportunidad de meter baza, a esta muerte por entregas monstruosa por televisada, aberrante por consentida y espoleada por la expectante y cegada afición que se defiende con un “es que no entiendes”. También terrorífica por inevitable. Esta crónica de una muerte anunciada sí que da verdadera vergüenza. Y miedo. Recemos ante Santa Vaca para que José Tomás tenga una lesión en la rodilla que le retire antes de arrasar en los Darwin gracias a un grupo de eternas familias de Don Gilitos, los famosetes que les hacen palmas, los aficionados irreflexivos y las omnipresentes cámaras que empujan a un obseso a arrodillarse a porta gayola sin capote y con una diana dibujada en el torso. O volvamos directamente al circo romano. Mariconadas las justas.