1. Factorías de producción
2. Pequeñas fábricas
3. Talleres pequeños
4. Constructores individuales
Martin, Taylor, Gibson o Fender, en sus divisiones comerciales generalistas, (porque otra cosa muy diferente es la CS de Martin o R-Taylor) pertenecen básicamente al primer grupo. La diferencia respecto a las siguientes categorías no debería enfocarse en el grado de mecanización o en si los trabajadores trabajan en un banco o en una cadena de producción, que lo único que da es una pista, sino en el objetivo comercial. La filosofía de estos fabricantes es intentar poner en el mercado el mayor número de guitarras posible, abarcando un público objetivo cuanto más heterogéneo, mejor. Eso realmente implica dos cosas, la primera es una necesidad real de tener un grado de mecanización alto (CNC, cadena de montaje sincronizada, etc.), con bastante personal muy especializado en tareas muy determinadas, que no tienen por qué tener una visión global del instrumento que saldrá de fábrica. El cuello de botella está en una decisión empresarial muy importante: ¿cuál será la exigencia del control de calidad final? Si sacas muchos instrumentos, pero están hechos a mano, y tu exigencia es alta, tirarás muchas guitarras a la fogata para calentar la fábrica, y no cumplirás tu objetivo de poner suficientes unidades en el mercado; ahí es donde entra la necesidad de mecanización: un hombre nunca, y afirmo que nunca, podrá tener la precisión de una CNC que por ejemplo, para metal y en aplicaciones militares, tiene tolerancias de micras o décimas de milímetro siendo generosos. Pero trabajar con madera no es sumar 2+2, porque con madera el resultado puede ser 0 o 5, por muy bien que una máquina te haya cortado un mástil o un cuerpo: eso implica cierto grado de trabajo manual de ajuste, de verificar si la pieza cumple un estándar de calidad en cuanto a tono, respuesta, etc., y ahí encontramos la diferencia entre una fábrica china que hace Harley Benton y Martin: el número de guitarras que, tras salir de la cadena, sirven de leños para fuego donde, en el primer caso, los chinos pasan bastante más frío. Eso sí, existe cierto margen de tolerancia también en Martin y en estas divisiones generalistas porque, si no, sería imposible cumplir el objetivo de producción. Esto nos lleva a otro grupo.
Collings o Santa Cruz son pequeñas fábricas que, además, en virtud de la demanda de sus instrumentos, tengo la sensación de que podrían tener en mente pasar a la categoría anterior (se me viene a la cabeza los últimos movimientos de Lowden para hacer guitarras de bajo coste al estilo de las Sigma de Martin). Aunque se publicitan como “hand made”, no es posible superar así el más de un millar de guitarras anuales puestas en circulación. Bill Collings, por ejemplo, fue constructor a tiempo parcial mientras lo compaginaba con su trabajo. En 1987 conoció a George Gruhn, que coleccionaba y vendía guitarras, y decidió hacerle un encargo de 25 instrumentos que hizo crecer la fama de Bill Collings; poco tiempo después, tuvo que contratar a un ayudante porque la demanda iba en aumento. En ese punto de crecimiento exponencial, cuando ves que puedes vender más de 1000 guitarras al año, siempre tienes que reconsiderar el modelo de negocio: adaptar el precio de tus instrumentos a la nueva demanda subiendo el precio de los mismos sin incrementar la producción, o mantener el precio y optimizar el tiempo y recursos de producción para poder poner todas esas unidades en el mercado. Las dos compañías citadas anteriormente optaron en un momento dado por lo segundo, montando una fábrica pequeña y un número discreto pero significativo de empleados. En este punto, el titular de la marca, empieza a tener más peso en las decisiones comerciales que en la fabricación de los instrumentos: y eso se nota.
Como talleres pequeños actuales me vienen a la cabeza Huss& Dalton, Bourgeois o Bottom. Hoy día también suelen tener elementos no manuales, además de unas pocas tareas repartidas (por ejemplo, siempre suele haber una persona dedicada en exclusiva a la cabina de acabado, o al ajuste final del instrumento). Es aquí donde, personalmente, creo que entramos en el mercado boutique. Lo que sucede con estas marcas es que, a pesar de que muchas emulan instrumentos pre war, tienen su propio sello y sonido, incluso en algunos casos encuentras mástiles atornillados como en las Collings que poco tienen que ver con los conceptos que tenían las Martin replicadas, o bien es común el uso de alma en los mástiles o anchos de diapasón más modernos. Todo ello puede gustarte o no, es decir: tienes una guitarra muy bien construida, con muy buenas maderas, con una atención a cada pieza y un control de calidad excepcional, eso sí: tienes que ver si su sonido te encaja (a mí me pasa con las Collings citadas anteriormente: no son para mí, reconociendo que son instrumentos excepcionales en todos los sentidos).
Por último, encontramos esos guitarreros, o lutieres, o constructores (a mí me gusta guitarrero, qué le vamos a hacer) con producciones cortísimas como Henderson, Merrill etc. A esos les pides una Martin Pre War y te hacen un clon y, si algo falla, lo hacen astillas y te construyen otro. Con esta gente lo mejor es tener contacto presencial, porque es interesantísimo seguir su trabajo en el taller (se me viene a la cabeza Fernando Jaén es España hablando de guitarras de Jazz) e, incluso, ir modificando el proyecto según va plasmándose para adaptarse al gusto del cliente. Eso se paga, y muy caro, sobre todo, si el constructor tiene cierto renombre.
Las serie Vintage, (en menor medida la Authentic o Golden Era, más exclusivas), pertenecería realmente a la segunda categoría de la clasificación, y su calidad es la que cabría esperar de ello. Por eso son las mejores Martin que un bolsillo mortal puede pagar y, el salto de calidad respecto a modelos más estandarizados dentro de la fábrica, se nota.