astrako77 escribió:
Con respecto a utilizar el término "música clásica" entre músicos o críticos o aficionados me parece, al menos, bastante criticable. Más si pensamos que en la Europa del XIX, lo que hoy denominamos clásica erróneamente y debido exclusivamente a etiquetas para vender discos que no responden a realidades históricas, era lo que equivale hoy a la música Pop. Los paisanos ahorraban y se recorrían km en carreta para ir a ver estrenos de Richard Strauss que rozaban el atonalismo y la indecencia de la época.
Muy cierto: vaciaban el carro de bueyes y se iban de la aldea a Viena o Praga para presenciar las funciones.
Era música popular, que no tradicional; ambos términos a menudo se entremezclan. El término «tradicional» o «popular» se oponen al término «clásico», «culto», «cortesano» y otros. En toda Europa los compositores tenían que alternar obras de carácter áulico por encargo de aristócratas con otras para atender necesidades populares, tanto sacras (autos sacramentales...) como profanas (representaciones teatrales...). Lo que ocurre desde el siglo XVIII y sobre todo en el XIX es que la progresiva democratización social en todos los ámbitos de la vida hace que la música culta tenga cada vez una mayor difusión popular (y viceversa), al tiempo que sus compositores surgen de las clases populares (ahora con acceso a la educación formal) y toman como referencia su música, produciéndose una fusión clara en compositores como ambos Johann Strauss, Verdi y otros. Es el momento al que aludes, astrako, en que música de tradición culta («música clásica») y música popular parecen fundirse en Europa. Otra cosa son las músicas tradicionales, lo que hoy conocemos como folclóricas o
folk.
Lo que ocurre desde va ya para un siglo es que la música popular se convirtió y se sigue convirtiendo en tal al ser popularizada en gran medida desde el mercado del capitalismo transnacional dirigido por los EE.UU. en las dos posguerras mundiales con su poderosa industria de producción audiovisual. En los EE.UU. sí se podía considerar al tiempo que popular como tradicional en cierto modo: lo era para los negros en un principio, que intentaban reproducir con instrumentos occidentales la herencia de su música africana. Lamentablemente, no se conoce prácticamente nada de la música de los esclavos hasta aparte de algunos grabados de escenas costumbristas de los que poca o ninguna conclusión musical se puede extraer más allá del análisis de las representaciones de instrumentos y danzas.
Con la abolición de la esclavitud en la segunda mitad del siglo XIX, empieza a difundirse esta música, pero ya muy influenciada por la blanca en todos los aspectos, y además lo va haciendo frecuentemente fusionada con la tradicional de otros grupos culturales poco favorecidos con los que comparten ambiente social (irlandeses, centroeuropeos... luego italianos con sus secciones de vientos, que influirán en el jazz). A principios del XX el acceso a la educación musical de los negros propicia la creación del
jazz, que pronto se tiene en sus desarrollos más complejos como una
música actual y ciertamente de ascendencia clásica, al tiempo que bastante popular en sus modalidades musicalmente más sencillas, que dan lugar a géneros comerciales: charlestón, buggy-buggy... Con la expansión de la tecnología electrónica de reproducción del sonido, sobre todo la radio desde los años 30, empieza a uniformarse la música de consumo a partir de estos modelos populares estadounidenses, que barren con la música popular europea de Entreguerras, desde la de cabaret hasta la copla (si la copla aguanta tanto en España es por empeño del Franquismo en alimentarla como símbolo de nacionalismo españolista; eso sí, a costa de otras músicas de España, que se mantienen con dificultades en un folclorismo muy conservador).
A mediados del siglo XX la industria audiovisual yanqui decide que aquello tenían que hacerlo los blancos para alcanzar el mercado de masas de clase media con pasta y, naturalmente, lo hacen con sus desarrollos musicales más sencillotes. Por eso en su inmensa mayoría la actual música popular es muy pobre musicalmente: prácticamente todo el rock y el pop, con loables excepciones, y ya no digamos otros engendros más recientes que no resisten el mínimo abordaje musical.
Consecuentemente, con este triunfo de la popularización de las costumbres mediante un mercado mundializado, la
música tradicional europea ha dejado de ser popular entre las masas y está perdida en gran medida más que como folclor a conservar, pero sin desarrollos innovadores, anquilosada, salvo en buena medida precisamente allí donde innova partiendo de su folclor como, para el caso español, cierta música de la genéricamente denominada «celta» o algún flamenco.
Curiosamente, es esa música tradicional que no permanece anquilosada, y no sólo europea, la que viene haciendo una simbiosis más estrecha con la denominada «música clásica» occidental: su lenguaje se ha traducido a sus términos y los ha asimilado, los instrumentistas habitualmente tienen estudios formales clásicos... y sobre todo una y otra toman referencias recíprocas para seguir innovando fuera de los circuitos del
mainstream del mercado. Esto ya lo venía haciendo la clásica desde el siglo XIX (el denominado «nacionalismo musical», que reivindicaba el valor de las culturas autóctonas tomando motivos de ellas: Chopin, Smetana, Grieg, Brahms...), y más recientemente lo ha hecho la tradicional, desde Ravi Shankar, abriendo la música hindú y afgana a Occidente, a Gwendal o Carlos Núñez, en el caso de las músicas tradicionales bretona y gallega respectivamente, con diálogo y fusión entre una y otra.
No sé si me entenderá lo que quiero decir. En definitiva, la observación de astrako77 se refiere a una cuestión semántica, de confusión terminológica debido a las variaciones de significado que en el tiempo van adquiriendo los términos «tradicional», «clásico» y «popular», que van dependiendo de sus interacciones en determinados conextos sociales.
Amén