Si la economía fuera un reflejo de la matemática pura y dura, las cosas serían muy sencillas: sacrifico tantas cabezas como sean necesarias para que crezca el PIB: bajo los sueldos para aumentar la competitividad, flexibilizo el sistema de despidos hasta el paroxismo, bajo los impuestos ligados a los costes salariales y, por qué no, elimino las ayudas a desempleados, a personas en riesgo de exclusión y, sólo aquel que haya tenido la posibilidad de pagarse un plan de pensiones, tendrá una vejez quizá alejada de la miseria. Fácil ¿no?
Mucha gente se ha preguntado por qué, tras la crisis de 2008, la gente no salió a la calle en masa para protestar por su situación económica insostenible. Una de las respuestas se encontraba en nuestro sistema de pensiones. Familias enteras, con todos sus miembros sin trabajo, fueron sostenidos por la pensión de los abuelos. Esas pensiones, al final, le han salido baratas al Estado, pues haberse roto la paz social podría haber sido mucho más caro, incluso catastrófico (si cuatro pelagatos la lían en Barcelona y parece que a algunos se les acaba el mundo, imagina esa circunstancia multiplicada por todo un regimiento de parados que tienen que dar de comer a sus hijos, darles un techo o conseguirles medicinas). Por cierto, los ingresos de un pensionista no los pagan los que le preceden: los ha pagado él.
Si la política fuera cuestión de matemáticas, o un país una empresa, aquí con que gobernara Amancio Ortega o se fichara al Nobel de economía a golpe de talonario, estaba todo arreglado: pero resulta que si un Amancio Ortega sólo vela por la macroeconomía y le da por hacer un «ERE social» excluyendo a aquellos que no aportan, en lugar de darles cierto respiro, se plantarán en su casa y le quemarán su garito, es decir, su país, porque cuando a la gente le quitas todo, a alguno le da por no pedir las cosas por favor, y si genera cierta simpatía, igual hace legión, y es que un país no es sólo una cuenta de resultados: mi país va bien, observa el Importe Neto de la cifra de Negocio, mira el apalancamiento, cágate lorito con el fondo de maniobra… si una buena situación macroeconómica no se permea al resto de la sociedad, y especialmente se deja caer a los más desfavorecidos, no desaparecen como aquel que desaparece en el listado de nóminas de una empresa si lo despiden, pues comen, beben, se medican y, aún peor, se enfadan cuando ven que el sistema les deja a un lado. Y digo más, tienen derecho a enfadarse, al menos un poco. Así que ser político y hacer las cosas como se hacen, tampoco es tan sencillo, porque hay infinidad de variables y, aunque a muchos no les gusten, algunas dependen de hacer política social, de invertir en educación y de intentar que todo el mundo pueda tener las mismas oportunidades.
Por otro lado, si pensamos que el gobierno de un país puede hacer «lo que le venga en gana», habiendo cada vez más organizaciones supranacionales que interfieren de manera determinante en su propia soberanía (régimen fiscal, relaciones comerciales, sistema jurídico, políticas ambientales…), es que no nos enteramos de qué va el mundo. Si alguien cree que, de la noche al día, un país como España se puede convertir en un paraíso fiscal, es que no tiene ni idea de consecuencias podría tener eso en sus relaciones internacionales y en cómo afectaría a todos los aspectos de nuestra vida incluso cotidiana. San Marino es una cosa, España tiene un PIB que, en 2020 y tras caer un 11%, no deja de estar entre los 20 más altos del mundo, y un PIB per capita en el que está entre los 35 más altos del mundo, no es un chiste para andar jugando a quimicefa (ya nos pararían los pies, tonterías las justas). De hecho, cuando caía Grecia, todo el mundo se acojonaba, pero cuando parecía que podía caer España, se sabía que el castillo de naipes seguiría por Italia y por Francia, y entonces la cosa se iba a poner caliente.
5