Como ya has dicho, Astrako, yo copiaría tu comentario y abriría con él un hilo.
Todos le hemos dado mil vueltas a lo que expones, y yo la verdad que sigo más o menos como al principo mientras veo que a lo largo de los años la automatización que permite la tecnología ataca y ataca abriéndose camino a hostias (es decir, a base de bombardeo de mercado, marqueting, machacar en los medios, etc.) frente a lo más tradicional. Si tantas ventajas ofreciera a la hora de disfrutar de la calidad musical (desde la paritura hasta el sonido en la audición doméstica) ya habría barrido en las décadas que lleva de desarrollo, así que calramente no ofrece ventajas en todos los aspectos.
¿En qué sí ofrece ventajas? Bueno, pues claramente hay algo en lo que es indiscutible y que es el motor de la producción seriada del sistema económico en el que vivimos: los costes de producción, tanto directos (músicos, técnicos, equipos, materiales de soporte, horas en el estudio...) como indirectos, simpre más intangibles (años de formación de músicos, años de formación de técnicos...).
¿A quién beneficia esto? Pues no al propietario de los medios de producción, como tradicionalmente (de instrumentos, de instalaciones de estudios o de aparatos de alquiler, de editoras discográficas...), sino a los que se han beneficiado del nuevo paradigma de circulación en el mercado surgido tras la revolución de internet: los distribuidores de contenidos, que se llevan la porción grande de la tarta, y además les sale barato. Primeramente han acabado con los que antes cumplían esta función, los almacenes de cajas de discos, los camiones que los distrbuían y las tiendas físicas. Recordemos la evolución del caso Napster, como hizo cambiar el pardigma del mercado. Como digo, además no hacen falta fabricar discos, ni almacenes y camiones, ni tiendas físicas para hacerlos llegar al consumidor.
Lo mismo se ha intentado en otreos mercados, como el del libro, pero en éste no ha triunfado como en la música porque las cualidades materiales de la lectura en libro y sus beneficios no se dan tan conspicuamente en la audición musical.
Dejo expuestas, pues dos variables que indudablemente desde una perspectiva crítica con el mercado, como la mía, explican el triunfo de la automatización digital de la música grabada: tremenda disminución de costes de producción y de costes de distribución.
Podrá discutirse la medida en que esto afecta a la calidad de la música grabada, a su disfrute y a los gustos del consumidor, pero no peude discutirse la realidad de estos factores de mercado de primerísimo orden en cualquier negocio, reducción de costes de producción y de distribución, prioridades naturales de quien vive de ello sin mayores preocupaciones que engrosar su cuenta de resultados, venda patatas, música, literatura o bragas, y no se interese tanto por la calidad y dignidad de lo que trata (y menos en estos años, de progresiva disminución de la capacidad adquisitiva de una gran parte de la población, significativamente en los sectores más jóvenes, en los que el precio barato condiciona las elecciones de compra en mayor medida que hace unas décadas, a lo que contribuye también la obsolescencia programada, sea de tecnología o de modas trending y tal, que inyecta el pensamiento de que no vale la pena invertir en nada porque nada permanece, todo muy postmoderno).
Bien, hasta aquí las razones extramusicales. La mierda del mercado actual, cuya naturaleza tiende a ofrecer productos de mierda en una rueda de incesante producción y consumo conspicuo que únicamente favorece bolsillos ya favorecidos.
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
Sobre lo musical, lo enfoco en si esta automatización de producción y distribución beneficia a música y músicos, y me doy cuenta de que ambos formar un conjunto bastante indisoluble.
¿Instrumentos que «tocan solos»? A ver, que hay que tener memoria. desde la Edad Media hubo órganos de fuelle, que casi se podría decir que era el sampler de la época. Desde el siglo XVIII hubo inventos precedentes de lo de ahora, en consonancia con la sociedad industrial, algunos no triunfaron, pero otros tuvieron décadas de gloria.
Los organillos permitían que cualquiera sin conocimientos musicales se ganara la vida como «músico», sólo con darle a una manivela con sentido del ritmo y según lo que se supusiera que el auditorio agradecería en ese momento. Sólo había que adquirir, comprarse el material: el mueble, los cilindros con la música «grabada» y a tocar; si tenías suerte, pasabas de la calle a ir a cubierto en un cabaret o un casino, porque los propietarios también preferían alquilar tus servcios que los de una orquesta de músicos, nos ha jodido, y el público estaba al champán y a pegar botes, igual que ahora. Yo estos estos cacharros sólo los he visto en museos o en Madrid, en manos de músicos callejeros vestidos de chulapos, abundantes en las verbenas de San Isidro y La Paloma por aquello del tipismo.
Otro fue la pianola, que ya era lo más, pues tenía el modo auto, como el orgnaillo, con el añadido de un modo custom, un teclado de verdad que permitía interactuar con la música de un modo algo más creativo que darle vueltas a una manivela.
Cito estos dos ejemplos porque forman parte de mi experiencia directa, en tanto mis abuelos me hablaron de ellos: eran los insturmentos del trap de su época.
Así como en toda época los puretas critican a los jóvenes, que ya se ha dicho mucho en este hilo, tambíen ha ocurrido en todas que la juventud, mayormente ingenua por su limitada experiencia vital, que de algo valen las canas, se cree la hostias por descubrir mediterráneos. Lo que ocurre es que en esta época de mercadeo es mucho más fácil timar a un joven que a un perro viejo, y le marqueting nos convence de que eso del consejo de ancianos no vale para nada y de que los jóvenes tienen razón en todo, hay que joderse; ahora ponen por la tele una anuncio de planes de pensiones (cómo no...) en el que unos viejos (huy, perdón, unos adultos de edad avanzada) bailan y se besan y por encima unos títulos dicen «fulanita, 23; menganito, 29»; claro, como si los viejos no bailaran, amaran y follaran, y cumplir año fuera una indignidad para todo (como si no llegara con mirarse al espejo).
Afortunadamente, ellos sabían diferenciar entre esa ratonería válida para cabaretes de barrio y verbenas y la música de verdad, pero sólo hace falta ver la publicidad de estos aparatos que prometían hacer música sin saber música, sin tener que aprender y practicar durante años. Lo de siempre: ley del mínimo esfuerzo y resultados inmediatos, que quiere ponerse por encima de la universal ley del esfuerzo / recompensa. Sea músico co sólo comprarnos este cacharro y sorprenda a sus amistades amenizando sus veladas.
Qué tonto ese que lleva diez años en el conservatorio para tocar esas cosas de madera con agujeros y aprendiendo el rollo ese de la armonía que no sirve apra bailar pegando botes.
¿Es esto de verdad lo que pondemos llamar democratización o más bien es un puto empobrecimiento de las potencialidades?
¿Algún beneficio para música y músicos de los tontos, de los que aprenden cosas estudiando y practicando y todo ese rollo? Pues sí.
¿Y para el ayente consumidor? Pues también.
Si no, estaríamos en un mundo de locos.
El abaratmiento de los costes de producción permiten que ahora los grupos puedan grabarse de manera inimaginable hace tres décadas, que para pisar un estudio profesional tenías que tener ya productor que te lo pagara. La tecnología de sonido digital ha abaratado los equipos y los materiales de soporte. También es cierto que los resultados de un Kemper a línea siendo grabado en soporte digital no satisfacen los requisitos de un oyente con cierto nivel de exigencia, pero para las verbenas y pegar botes en afterhours van de sobra.
El eliminar agentes en el proceso de producción, distribución y comercialización ha hecho disminuir el montante de dinero que se mueve en el proceso y que, como siempre, en granparte iba a editores, distribuidores y comercializadores, quedando para los detentadores de derechos de autor su diez por ciento y gracias, que sólo daba para una vida de rockstar vendiendo millones de discos.
Ahora los músicos viven mucho más de sus actuaciones que de las ventas de discos, que era de lo que vivían, los que podían, hace dos o tres décadas. Es beneficioso para la música, que se muestra más en directo, y para los musicos, que así no se desprenden del buen hábito de tocar en público (y de paso demuestan que sí lo saben hacer). Desde luego, la pérdida de beneficios venidos de la venta de grabaciones se compensa en la tremenda subida del precio de las actuaciones en directo, pero con lo que te ahorras en discos al cabo del año, lo comido va por lo servido.
Pero cada cosa en su sitio: en las fiestas de este verano, en las que aquí en la calle sólo había trap, después de unas cuantas birras ya me daba igual, claro, y a botar como una tribu. Pero necesité esas birras para olvidarme de que allí faltaben música y músicos.