He votado por la cuerta opción:
Los amplis tradicionales evolucionados con prestaciones extra como efectos digitales y simulaciones de altavoz/cajas de carga sobrevivirán.
Por detallar mi opinión, pienso que ocurrirá lo que ha venido pasando más o menos hasta hoy; es decir, como desde el principio de la amplificación, allá por las décadas de 1920 y 1930, se irán implementando las novedades cuando constituyan una ventaja, pero sin abandonarse las tecnologías que aportan algo más que un experimento pasajero. Ocurrió con los transistores a partir de finales de la década de 1960 y la de 1970: aunque de sonido diferente al valvular, aportan uno totalmente digno, incluso más apropiado para ciertos géneros, de los cuales muchos se han desarrollado a partir del estado sólido, una manejabilidad y resistencia superiores, una adquisición y mantenimiento más sencillos y económicos, y se pueden complementar con las anteriores válvulas en un mismo aparato, combinando las aportaciones de cada uno.
Lo mismo ocurrió con los efectos digitales desde la década de 1980: no significó un abandono de las tecnologías anteriores, sino que vinieron a complementarlas, resultando los híbridos que conocemos a día de hoy, pudiendo optar el usuario por efectos analógicos y digitales y escogerlos en función de lo que busque (sonido determinado, comodidad, precio...).
Las sucesivas aportaciones no han hecho más que enriquecer el abanico de posibilidades del músico. No sólo tiene más opciones para elegir su sonido, sino que además dependiendo de su poder adquisitivo no se ve seriamente coartado por no poder alcanzar ciertas exigencias: así, un principiante no se ve obligado a empezar con la cara tecnología valvular y analógica, pudiendo desde el principio experimentar en su dormitorio con posibilidades que antes sólo estaban accesibles mediante costosos equipos profesionales. Por decirlo rápidamente, no le es necesario adquirir un ampli repleto de prestaciones (varios canales, saturación potente y a volumen, ecualizador detallado, rever física de muelles...) varios pedales de efectos (dealy, chorus, flanger, phaser, octavador...) y una pantalla con altavoces de nivel (con componentes caros bien montados) por una considerable inversión de dinero para aprender a manejarse con ellos aprendiendo sobre sus parámetros a modificar y los resultados sonoros empleando un multiefectos digital y emulaciones. Desde luego, su curva de aprendizaje, así, será más pronunciada. Luego, según vaya conociendo las posibilidades de configuración de un equipo, irá haciéndose con los componentes que considere óptimos para él con criterio ya bastante formado, no dando palos de ciego y haciéndose con componentes que resultan no ser lo que pensaba.
Todos sabemos lo que es combinar posibilidades: etapas valvulares (unas veces en el previo, otras en la potencia, o en ambos) con pedaleras digitales más ciertos pedales analógicos concretos que interesen particularmente es una opción yo diría que mayoritaria actualmente. Los fabricantes van por este camino, implementando cada vez más bucles de efectos tanto en amplis como en pedaleras, lo que parece indicar que ellos también consideran que por ahí irán los tiros; y con el gran desarrollo que está teniendo la tecnología de respuestas a impulsos (IR), le está llegando el turno a los altavoces, habiendo cada vez más opciones dedicadas a la guitarra de FRFR, con respuesta plana adaptada a las frecuencias sonoras de nuestro insturmento.
Numerosas opciones, versatilidad de equipo y posibilidades para nuestro sonido van de la mano. Si antes uno se iba haciendo con un equipo cada vez más amplio según progresaba en su instrumento y definía su sonido, hoy es al revés: se empieza uno haciendo con un equipo repleto de posibilidades pero económico, y se va deshaciendo de lo que considera que ya no va a necesitar más, quedándose sólo con unos pocos componentes pero de gran calidad.
Se me ocurre el paralelo con la escritura. Empezamos con lápices en la escuela, con la punta mal afilada (o demasiado, cuando descubirmos como molan las cuchillas del afilalápiz) y mordidos en el extremo. Luego nos pasamos al bolígrafos de plástico de lo más sencillo, Bic y demás, y nos ponemos perdidos de tinta, pero vamos aprendiendo a menjarnos con él y sus uitilidades, aunque tampoco abandonamos el lápiz. Luego vienen bolis mejores; después las plumas estilográficas, también cada vez mejores. Al tiempo, nuestra caligrafía y aptitudes de escritura van mejorando con cada muevo instrumento. Cada uno decide lo que le va bien y qué elegir.
Hoy el bolígrafo es mayoritario, pero hace un siglo no existía; además, no permite rectificar borrando. Para un carpintero o ebanista el lápiz es lo que mejor se adapta a sus necesidades. Quien busque comodidad y una caligrafía bien formada acabará haciéndose con buenas estilográficas.
Además, hay quien hace una letra preciosa con un simple lapicero y quien sólo garabatea a pesar de hacerlo con una carísima estilográfica que sea un maquinón de escritura, al que además muchos nunca se acostumbran. Otros los elegimos según el momento, la circunstancia o el capricho.
Los puristas de las válvulas y lo analógico —¡qué cansinos...!— me recuerdan en sus argumentos a los de las estilográficas: pueden tener razones sobre la calidad de los resultados, pero no consiguen desacreditar los progresos y resultados conseguidos con otros medios.
Y una gran obra literaria o musical puede hacerse igualmente con unos y otras, porque en realidad sólo son instrumentos de escritura, como la guitarra y su equipo lo son para hacer música.