Dios, yo tengo una buenísima. No me he leído todas las vuestras aún porque no puedo esperar a contárosla, pero apuesto a que no superáis el ridículo que hice aquel día de infausto pero hilarante recuerdo allá por el año 2000.
Yo era un jovenzuelo sin mucho sentido del ridículo, y sin mucha idea de tocar la guitarra o cantar (tampoco es que ahora sea muy bueno). Era el cumpleaños de la hermana de mi amigo Niklas, y debía ser algo especial porque celebraban en su casoplón un fiestón con toda la pompa de lo que a mi me parecía lo mejor de la jet-set local. Eran de mucha pasta sin duda, y probablemente los cientos de invitados presentes también.
Niklas, que toca la batería, y no lo hacía nada mal ya por entonces, nos dijo que iban a haber actuaciones antes de la cena. Su hermana iba a hacer un recital al violín y otros finísimos quasi-aristócratas similares iban también a desplegar todo su talento ante tan distinguida audiencia. Ni corto ni perezoso, y entre cigarrito de la risa y trago a la litrona, le propongo que toquemos algo juntos en la fiesta. Acordamos tocar Ziggy Stardust y quedamos en ensayar a la hora X, los días tal y cual de cada semana hasta el día del evento. Había tiempo de sobra, sin duda. Qué podía salir mal?
Pues cosas de la vida, las quedadas para ensayar nos las pasábamos haciendo el cafre como siempre, sobre todo yo. Y así llegó el día en el que la música murió (Don McLean estaría de acuerdo de haber estado allí)
Todos los invitados estaban en sus respectivas mesas, disfrutando de sofisticados aperitivos y los mejores caldos de la extensísima y selecta bodega que tenían en la finca (y de la que en alguna ocasión saqueamos alguna botella). Cuando los empleados del cátering terminan de rellenar los vasos y bandejas de los elegantes asistentes al fiestorro, se anuncia el micrófono la actuación de la anfitriona hermana de Niklas al violín, y todos los camareros se retiran para dar paso a lo que fue en mi desinformada opinión, un recital de inmenso nivel. Tocaba la chica que era una exquisitez. Sin duda había estudiado en los mejores colegios de Canfor. La reacción del público asistente fue atronadora. Puestos en pie, la ovación duró tanto que en un momento de lucidez pensé para mis adentros que si duraba un poco más se nos haría tarde para actuar. O quizás fueran los efectos de los cigarritos aliñados que desvirtuaron mi percepción del tiempo, quien sabe. El cuerpo es un enigma.
Más calmado el auditorio, tras semejante éxtasis musical, el maestro de ceremonias anuncia la siguiente actuación, que sería la nuestra.
Para darle un toque más efectista, en vez de subirnos a la tarima, habíamos subido todo el equipo al tejado de un recinto de la finca, lo que nos situaba a la altura del primer piso, más o menos. Teníamos nuestros amplis, por supuesto la batería, bajo y guitarra... pero no teníamos un pie para el micro, así que nuestro amigo JC se encargaría de sujetar el micro delante mío mientras yo cantaba. La cosa empezó mal, como era de esperar, sonaba como el culo, yo no daba pie con bola a la guitarra y no llegaba a las notas altas... ni a las otras tampoco. Me perdí varias veces, podía escuchar a Teo partirse el culo mientras tocaba el bajo (es además un excelente guitarrista) y entonces JC, superado por la vergüenza, propia pero más ajena seguramente, empezó a dejarse ir. Según yo pegaba la boca al micro, él iba bajándolo. Cada vez más, y más... y yo doblando el espinazo, y con la cabeza de lado mirando hacia arriba de reojo, como la madre del rey emérito, intentando hacerle ver a JC que tenía que subir el maldito micro. No hubo contacto visual, JC tenía la mirada perdida en sus zapatos y siguió bajando el micro. La cosa acabó, no sé ni como, pero conmigo completamente agachado, como en posición de hacer una reverencia al distinguido público asistente. No me diréis que no fue de lo más apropiado.
El silencio sepulcral que siguió al momento final del numerito que montamos no lo puedo describir con palabras. Aún a día de hoy no entiendo porqué no hubo carcajadas a mansalva, supongo que la gente de postín no hace esas cosas. De nuevo me pareció una eternidad el tiempo que transcurrió hasta que los presentes se medio recuperaron del shock y entonces empezaron los murmullos. Eso fue casi peor que el punzante silencio que los precedieron.
Y por fin nos bajamos del tejado con el equipo, y todo había acabado. Puede que no para todo el mundo. Quizás alguno de los infortunados aristócratas sufra aún hoy de estrés post traumático, no me extrañaría.
Solo puedo agradecer a la providencia que por entonces la gente no iba con móviles con cámaras ni había youtube, porque sería una celebridad involuntaria.
Joder, como nos reímos recordando aquel día.
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